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58. Sucumbir a la soledad

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Disfruten el capítulo.

***

En el castillo, varios días transcurrieron.

La llegada de Éfar desencadenó una serie de reacciones en los habitantes del castillo. La mayoría no sabían cómo comportarse, la actitud que tenían oscilaban entre estar precavidos e inseguros, confundidos y a la defensiva, como si no supieran en quién confiar. Generalmente, estaban todos de muy malhumor.

Mi presencia para ellos se tornó difusa, sin importancia. Ya no me prestaban tanta atención como en días anteriores, e incluso, me daba la impresión de que se les había olvidado que yo existía y vivía con ellos. Entonces comprendí las palabras de Éfar al decirme que me olvidara de ser la princesa de un castillo de monstruos, porque ciertamente, ya no importaba en el castillo.

Nadie venía a visitarme, nadie se asomaba a mi alrededor; excepto Éfar que se escabullía por cualquiera de las ventanas de mi habitación para soltar algún comentario burlón o para dejarme la comida.

El aburrimiento de los días me hizo crear un mal hábito. Cuando no tenía nada qué hacer, cuando la monotonía consumía mi ser, inconscientemente guiaba mis manos a mi mejilla. Repasaba el contorno de mi cicatriz una y otra vez, recordándome que los días en los que fui elogiada por mi belleza habían terminado. Las horribles marcas que desfiguraban mi rostro y mi cuerpo lo cargarían por siempre. No existía forma de eliminarlo.

Al lado de Sauto llegué a olvidar que cargaba cicatrices, llegué a imaginar que seguía siendo tan bella; olvidé por completo lo que era el orgullo y la dignidad por un capricho, por perseguir a un hombre hermoso.

¿Qué estaba pensando cuando salí tras Sauto? Realmente fui tan egoísta. No pensé en la imagen que le daría si las personas vieran a tan bello hombre con una mujer desfigurada.

Estaba sentada frente a una mesa adornada con rosas, situada a la par de la ventana de la habitación. Veía el exterior apenas de reojo mientras pensaba en las situaciones que me envolvían. Estiré las manos sobre el mueble y dejé caer mi cabeza sobre ellas.

¿Debería irme como dijo Sauto?

Si todos actuaban como si no existiera, ¿qué caso tenía el que siguiera en el castillo cuando ni siquiera tenía la oportunidad de ver a Sauto?

Ni siquiera Nord o Jhüen había visto merodear cerca. Lo mucho que vi fue a Naseen con Magüen platicando bajo los árboles secos de cerezo, como si compartieran travesuras.

Aburrido. Aburrido. Aburrido.

Todo era tan aburrido y vacío, la soledad me abrazaba más que nunca.

El leve repiqueteo que surgió en la ventana me devolvió a la realidad.

—Sabía que sucumbiría a la soledad tarde o temprano, pero no pensé que fuera demasiado pronto. —Al reconocer la voz de Éfar, no me molesté en levantar la mirada hacia él. ¿Qué sentido tenía si solo venía a molestarme? —. ¿Quiere que la lleve lejos del castillo?

Quería ir a un lugar lejano, interactuar con otras personas, pero a la vez, tenía miedo. Tenía miedo de lo que pasaría si accedía a eso, tenía miedo de arrepentirme después al dejar el castillo. Tenía miedo de tomar riesgos.

—Quiero estar sola —comenté.

Mentira. Mentira. Mentira.

Yo quería que estuviera un poco más a mi lado, aunque solo tuviera que escucharlo quejarse de lo mal que disfrutaba mi compañía; aunque escuchara sus comentarios dolorosos sobre mi aspecto; aunque tuviera que escuchara sus incontables lamentos... solo no quería sentirme que desaparecía despacio.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora