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14. Fuera de lugar

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Algo se sentía mal en este sitio, algo fuera de lugar. No podía definir con exactitud la rareza de este sentimiento que surgía en mi interior. Era insólito. Miraba el bosque por la ventana de mi habitación, recordando con nostalgia lo sucedido ahí.

La mañana transcurrió muy despacio y sin novedad alguna. Cuando tocaron la puerta de mi aposento, supe de inmediato que la visita no eran mis doncellas, pues ellas no se tomaban la molestia de tocar antes de entrar. No me apresuré en ir a abrir, me sorprendió el poco interés que tuve para moverme directo a la puerta.

—Buen día, señorita —saludó Jhüen con alegría—, ¿cómo ha estado?

Me apoyé sobre la puerta y lo observé fijamente.

—¿Desea algo? —pregunté. Traté de ser muy amable, él no merecía menos que eso; pero a la vez, deseaba exigirle una explicación acerca de lo sucedido con Jhören. ¿Por qué él no deseaba desposarme? ¿Qué pasaría conmigo?

Si no podía cumplir con mis objetivos, ¿qué sentido tenía quedarme más en el castillo?

—El almuerzo ya está servido. ¿Le gustaría acompañarme?

Su amabilidad no era lo que necesitaba ahora, ver la alegría y esa sonrisa solo dificultaba mi sentir y le sumaban confusión a mi mente. ¿Cómo pretendía Jhüen que consiguiera ignorar estos gestos?

—No tengo apetito —mentí.

En realidad, debido a las malas caras que me hacían los habitantes del castillo, no podía comer como era debido, sentía que criticaban cada uno de mis movimientos, a la espera de un error de mi parte. Era cansado soportarlo. Nada de ello era razón suficiente para rechazar su invitación, es más, siempre iba a comer con la esperanza de verlo; pero ahora quería matar toda ilusión que floreció con su trato amable.

Los monstruos son terribles y peligrosos. Debía marcharme...

¿Eh?

¿Los monstruos? ¿Por qué ese pensamiento llegó a mi mente?

Lo recordaba. Esas habían sido las palabras de Jhören, quería que me fuera del castillo, él no deseaba este matrimonio. No tenía motivo alguno para quedarme, no era necesario seguir soportando tratos tan fríos; tratos tan amables de alguien que poseía una esposa.

—Entiendo. —Fue lo único que dijo antes de marcharse, pensativo y con las manos en la barbilla. Cerré la puerta una vez lo vi desaparecer por el enorme corredor.

Tenía hambre.

¿Por qué lo rechacé? ¿Por qué tenía que hacerle caso a Jhören de todas maneras? ¿Por qué me sentía contrariada?

Nunca me sentí segura con respecto a nada, la única certeza que poseía me lo había negado. Jamás consideré en ningún momento acerca de mis verdaderos deseos o en lo que debía realizar en mi vida. Siempre seguí las órdenes de mi padre con la intención de no fallarle. Parecía ser que llegué a ser la sumisa de las ambiciones de un hombre que me vendió como un objeto, y pensar que odiaba esa forma, terminé aferrándome tanto a esas ideas que mis propios pensamientos se veían amenazados a extinguirse.

Seguía en esa misma postura, con los mismos pensamientos sombríos, cuando alguien volvió a tocar la puerta de mi habitación. Lo abrí ligeramente y me topé con un par de ojos morados, mirándome con devoción. Tenía el mismo brillo que días anteriores, él vestía una estola blanca, larga y muy abrigadora.

—Señorita, temo que debo insistir —habló sin sonreír. Me sentí culpable.

—Yo no...

—Al menos acepte ir a dar un paseo conmigo entonces, siempre he querido enseñarle los alrededores del castillo. No muy lejos de aquí hay un pequeño lago donde se juntan cisnes, me sentiría complacido si usted decidiera acompañarme a verlas.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora