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20. Una joven poco agraciada

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No fue hasta el día siguiente que conocí a la señorita Rosseta.

Si bien no era no tan bella como me pareció en el retrato en la sala, su carácter era peor que la de su madre. Solo dejó que le tocara el cabello bajo la promesa de hacerla lucir muy bonita, que me deshiciera de todas las cosas que le impedían hacer notar su belleza. Se empeñó en ponerme las cosas difíciles desde el principio.

—Si suavizara el rostro un poco, seguro se verá preciosa —sugerí con pena—. No querrá verse en el espejo después con líneas de expresión muy marcadas, ¿verdad?

—¿A qué se refiere?

No le respondí, repasé con mis manos su frente arrugada para dejarle ver en qué parte de su rostro debía enfocarse más en suavizar. Podía retocar su rostro con polvo y pintar sus labios gruesos. Maquillando los puntos necesarios y de forma adecuada, podía hasta crear un milagro. Poseía una cabellera hermosa, eso debía admitir, pero su rudeza marcada en cada facción de su rostro era tan notoria que daba la impresión de que había un hombre en el cuerpo de una mujer.

El primer día lo ocupé mayormente en la enseñanza de sus expresiones diciéndole que debía sonreír para que sus gestos fuesen más agraciados y gentiles. El segundo día, en la postura. La hice caminar varias veces por su habitación con libros en la cabeza, y mientras los días avanzaban, seguí la misma rutina, puntualizando lo que notaba que merecía más atención. Me parecía que hacía algo más que un trabajo de doncella, le estaba enseñando cosas que no debía y esperaba no estuvieran aprovechándose de mi amabilidad.

Más de una ocasión su madre me preguntó si yo recibí una educación especial, no le mencioné que esas enseñanzas me las inculcaron mi padre y una buena institutriz desde niña. Según ella, todos mis conocimientos habían sido aprendidos en trabajos anteriores; y me prometió que si seguía compartiendo esos mismos preceptos, ella me recompensaría grandemente.

Si bien aún no terminaba de acostumbrarme a los tratos de la señora de la casa y de los berrinches de su hija, por lo menos conseguí llevarme bien con el resto de la servidumbre. Al igual que yo, ellos también tenían muy buenas razones para soportar estar al servicio de las personas superiores.

Me enteré también que el jardín no siempre fue así, pero debido a unos inconvenientes con el cobertizo, los animales domésticos arrasaron con las rosas y flores del jardín en un momento de descuido. Decían que por eso la señora se encontraba de mal humor, pero ya había trascurrido semanas y su humor seguía igual a pesar de que nuevas rosas fuesen plantadas y el incidente quedase en el olvido.

El avance con la señorita Rosseta iba mejorando muy lento, sus hábitos pasados seguían arraigados en ella. Le era extremadamente difícil adoptar nuevas actitudes y los hábitos correctos. Prometí tener paciencia y lo cumplía, me esforzaba para dar lo mejor. De no ser por las personas amables que tenía como compañeros, seguro habría desistido ante los mandatos de una niña caprichosa y una mujer exigente. Ambas querían la excelencia, la señora deseaba una hija pulcra, digna de estar en la sociedad, pero tampoco cedía cuando remarcaba el comportamiento incorrecto de su hija; una niña que ansiaba ser tan bella como su madre, pero se negaba a corregir su actitud y me desobedecía muy a menudo y no cumplía con mis recomendaciones. No las entendía.

Era agobiante.

Pero lo soportaría, no sabía ocuparme de las tareas domésticas y hacer esto era la única condición para seguir trabajando. Una vez que la señorita Rosseta consiguiera un esposo —lo que sería un completo desdichado—, seguramente quedaría libre de sus mandatos y también buscaría un nuevo trabajo. Esos pensamientos me hicieron pensar en lo siguiente: ¿qué pasaría después? ¿Seguiría de trabajo en trabajo? Si conseguía un esposo, ¿realmente cambiaría algo?

Me hacía preguntas que no tenían respuestas, ni sabía cómo dirigir mi vida para saber responder a cada una de mis interrogantes.

Pero ni con todos estos problemas ni las cuestiones que acudían a mi mente curiosa e inquieta lograrían prepararme para lo que sucedería después.


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Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora