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42. Culpa y dolor

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Ellos siempre me sorprendían, e incluso me daban la impresión de que me acechaban en secreto y así actuar justo en el momento exacto cuando eran requeridos.

Tal vez era así o se trataban de puras coincidencias, pero tenía algo muy claro. Desde mi antiguo compromiso con Sauto había estado presenciado cosas extrañas,  sucesos que captaban mi atención mas no me atrevía a cuestionar al respecto, fui criada de ese modo.

En esta ocasión, justo cuando creía que ya no podía aguantar la incertidumbre; decida a pedir permiso con la señora Mirian para ausentarme e ir hacia el castillo, Sauto llegó en un carruaje con Nord acompañándole.  

Desde la posición donde me encontraba observando, veía cómo él se situaba en la entrada de la casa. El gato que tenía durmiendo sobre mis hombros saltó al suelo con todos los pelos erizados, se fue corriendo en la dirección de los recién llegados. Traté de no mostrar sorpresa ante esa repentina actitud y limitarme a seguir observando. Sauto platicaba con su acompañante en la entrada, y a juzgar por la expresión preocupada y los movimientos corporales del señor Nord, podía decir que la conversación no era precisamente alegre.

Sauto estaba de pie, tranquilo, veía tan solo la complexión de su espalda y deseé que se girara a verme y notara mi presencia. No me animaba a acercarme a saludar, pero tan pronto el gato blanco llegó a los pies de ambos hombres, el señor Nord se agachó a tomarlo en sus brazos para después colocarlo en su hombro izquierdo. Se giró a ver en mi dirección. 

Nord me sonrió.

Luego Sauto comenzó a moverse y sentí que poco a poco me desvanecía durante el tiempo que le llevó a él girar la cabeza. Me sentía nerviosa y mis manos comenzaron a moverse y a sudar.

Entonces lo vi: sus ojos.

Sauto tenía los ojos abiertos por primera vez.

Tan solo me quedé de pie viéndolo fijamente, todavía anonada por ese hecho. Me llevé una mano a la cara y me apresuré a limpiar con los dedos las lágrimas que brotaron de mis ojos sin mi consentimiento. Me reí y sentí que perdía la cordura. ¿Qué estaba viendo? 

Algo iba mal.

Era tan claro, mis ojos no podían estar engañándome pero mi mente sí que podía estar jugando conmigo de una mala manera. Parecía ser Sauto el que estaba de pie, relajado, con las expresiones suaves y con una sonrisa alegre que jamás se lo había visto; pero no era él. En absoluto. Con toda certeza podía decir que se trataba de Jhüen, pero entonces... ¿por qué él tenía la apariencia de Sauto?

¿Era Jhüen con la apariencia de Sauto Jhören?

Estaba segura de esa observación, no podía fallar. Jhüen me miraba a los ojos con la misma calidez de siempre, sonreía con sinceridad y, aunque cada facción de su rostro le pertenecía a Sauto, los gestos que se dibujaban en ese semblante le correspondían a él sin duda alguna. Tenía la certeza de ello, no existía forma de que pudiera ser algo diferente.

Y entonces me pregunté lo siguiente: ¿Tendría Sauto ese mismo color de ojos o tendría esa apariencia si fuese el quien verdaderamente los hubiese abierto?

Jhüen tan solo ladeó la cabeza y me sonrió antes de entrar en la casa con el señor Nord. Se trataba de Jhüen, había llegado a esa conclusión no solo por sus gestos ni por su apariencia descuidada sino por las personas que cada uno permitían tener a su lado. Sauto acostumbraba andar con Naseen y el otro niño, mientras que Jhüen era más solitario; pero de los dos, el segundo era el más sociable aun cuando no estuviera rodeado de tantas personas todo el tiempo.

Tal vez no era Sauto el que andaba de visita pero, por una razón incomprensible, asumía la repentina llegada de Jhüen como si fuera Sauto quien estuviera aquí, como si hubiese aparecido de acuerdo a mis deseos y pensamientos. Me maldije en la mente, el pensar en eso siquiera, solo me convertía en alguien arrogante que se vanagloriaba con acciones que probablemente surgieron por motivos diferentes al que yo creía.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora