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17. Sauto Nord

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Me quité el disfraz. No soportaba tener que cargar partes animales encima de mi cuerpo y tener la sensación de rendirles homenaje en secreto. Quizá no era así, pero solo el hecho de disfrazarme me hacía pensar que añoraba ser parte de esa raza monstruosa que tanto odiaba.

Preferí lucir el vestido blanco medio pomposo en su máximo esplendor. Seguramente este acto rebelde haría enfurecer a mis doncellas, luego de que pasaran mucho tiempo tratando de acomodar los cuernos y las alas, el vestido y el maquillaje. Bueno, poco me importaba.

El hecho de librarme de todo el peso extra parecía tener efecto en algunos. Recibí miradas furtivas y refunfuños de aquellos que se mantenían al tanto de mi presencia. Traté de ignorarlos y enfocarme solo en mi comodidad. Lo único que traté de no arruinar era mi cabello negro, que permanecía atado en una trenza con flores blancas dispersas en varios sitios para hacer juego con mi vestido.

En mi cabeza pasaban muchos pensamientos, la mayoría eran conjeturas irracionales iniciados por los gruñidos que recibía. Solté un suspiro. No los comprendía en absoluto.

No volví a ver a Jhören, pero si a Jhüen. Salí hacia el exterior nuevamente y me apresuré a buscar un lugar donde pudiera sentirme segura. Apenas empezaba a buscar un lugar donde sentarme cuando el sonido de unos pasos me alertó. Tragué saliva e intenté retroceder para volver al castillo. El ruido provenía entre la frondosidad de los árboles de cerezo. No podía ver de quién trataba o qué hacían, pero sus murmullos eran legibles ahora que les prestaba atención.

—Parece ser que no dormiremos esta noche, querido.

Era la voz de una mujer, que soltaba gruñidos y una pequeña risa entrecortada.

No esperé que una pareja pudiera estar escondida en la oscuridad, donde la luz de las antorchas no alcanzaba a iluminar. No podía evitar sobresaltarme al notar la sombra de un par de cuernos que comenzó a reflejarse una vez que su portador se moviera un poco hacia la luz. Abrí la boca para gritar.

—Oh, por favor, no grites. —Se apresuró a decir la mujer que acompañaba al monstruo—. Somos invitados.

—¿Quiénes son? —inquirí sin bajar la guardia. Comencé a retroceder, dispuesta a pedir ayuda. Sin importar cuanto me aborrecieran y detestaran mi presencia, sabía que no les convenía que algo me pasara. Jhören se molestaría, probablemente Jhüen también.

—Este buen hombre aquí. —Empujó a su acompañante de forma juguetona fuera de su escondite—, es el señor Nord. Puedes llamarme Indivar, si gustas.

La confianza con la que me hablaba me sorprendió, y no solo eso, sino la alegría que su voz transmitía. Reconocí los nombres que mencionaron y me erguí.

—Escuché mucho de ustedes dos —dije, asombrada.

—Es deprimente para mí ver que la prometida de Jhören camine sola por aquí —habló el hombre, tenía pintado en sus labios una diminuta sonrisa que desdibujaba su apariencia monstruosa. Un par de cuernos se doblaba sobre su cabeza, no poseía otro rasgo animal; sin embargo, lo que me llamaba la atención eran esos amables ojos verdes. Su expresión era suave y gentil, incluso me pareció cariñoso.

Solté un suspiro, no podía creer que me asustara al verlos, esta era una fiesta de disfraz, era evidente que tendrían esa apariencia.

—Acaban de llegar, no es posible que me conozcan —dije.

—Es fácil notarlo. Aunque la pulsera y la gargantilla es un buen detalle que no debe pasar desapercibido.

Indivar alzó la mano derecha a la altura de sus ojos, mostrándome una joya similar al que usaba, su acto me hizo rozar la pulsera con la punta de mis dedos.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora