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75. Sin este molesto vestido

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Disfruten el capítulo, monstruitos.

***

Me encontré viéndome a mí misma sumergida en un rio. Llevaba un vestido blanco de tela fina con tirantes que se pegaba a mi cuerpo y translucía un poco de piel. El día era caluroso, el sitio solitario; se escuchaba el vaivén de los arboles bajo el suave resoplido del viento.

Me sumergía en el agua por completo, luego emergía con el cabello desparramado por todo el rostro. Luego pude sentir la familiaridad de un par de dedos que recorrían con delicadeza el largo de mi antebrazo. La calidez que ofrecía un suave beso envió escalofríos por todo mi cuerpo. La respiración lenta de mi acompañante y su aliento tibio sobre la piel sensible de mi cuello me hizo encoger en mi sitio, gozando de las sensaciones que mandaba por mi cuerpo. Abrí la boca, soltando una risa mientras entrelazábamos nuestras manos.

Con insistencia, pasé mi mano por detrás para atraer el cuerpo de mi acompañante más cerca. Quería sentirlo. Una serie de besos comenzaron a descender por el largo de mi cuello hasta detenerse por mis hombros y pasarse por mi clavícula, levantando ligeramente mi rostro. Coloqué sobre sus hombros anchos mi cabeza.

Su mano abandonó la mía para viajar hacia mi cintura. Trazó líneas imaginarias que ascendían y descendían por mi piel con lentitud y con delicadeza, enviando cosquilleos por mi cuerpo. Después subió por uno de mis pechos siguiendo los mismos movimientos lentos. No dejaba de besar mi piel y yo no me quejaba ni lo apartaba.

Tenía la pena de que algún curioso pudiese estar a la mira, observando la escena obscena, pareciera que mis sentidos estuvieran nublados por la sensación placentera del momento. Él se apartó con brusquedad; decepcionada, me giré a verlo, a lo que fui sorprendida nuevamente por uno de sus brazos aprisionar mi cintura mientras la otra la colocaba en mi mentón.

Reí.

—Estás fría —dijo—. ¿Deberíamos volver?

Solté un suspiro. Mis manos permanecían sobre un tórax desnudo y rígido. Con uno de mis dedos empecé a trazar círculos por su piel de manera inconsciente.

—¿Te gustaría volver? —le pregunté.

—Siendo sincero, no. Me gusta tenerte así.

—¿Así cómo? —comenté con un tono travieso.

—Así... —Repasó parte de mi espalda con delicadez—. Sin este molesto vestido.

Solté una carcajada. Me vi a mí misma alejarlo con lentitud, luego deslizar por cuenta propia las tiras de la tela por mis brazos y finalmente dejar la parte superior de mi cuerpo expuesto para él.

—¿Te gusto así? —inquirí con seriedad. Me mordí el labio inferior, nerviosa.

Él sonrió con ternura. No lo perdí de vista en ningún momento, seguí su mirada cuando repasó mi cuerpo con la mirada y después animarse a tocarme con suavidad con uno de sus dedos.

—Me encantas —comentó antes de volver a tomarme en sus brazos y alcanzar mis labios en un beso apasionado. Levantó mi cuerpo con soltura, como si no pesara nada, y me invitó a rodear su cintura con las piernas. Pasó de besarme los labios a dejar suaves besos por mi rostro y mentón mientras él caminaba hacia la orilla del rio.

Tan pronto llegamos, me depositó en el suelo, sobre una piedra enorme, a la vez que se situaba sobre mí, entre mis piernas. Tragué saliva, sin despegar la vista de él. Se movió ligeramente, debido a ese pequeño movimiento, percibí una leve presión en medio de mis piernas.

Volví a morderme el labio. Lo vi acercarse y tomar posesión de mis labios; sobre todo, lamer mi cuello. Esparció lamidas por todo mi rostro que me provocaron cosquillas. Sus lamidas...

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora