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26. Rías

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No fui a mi cuarto como había planeado desde el principio. Tras salir del bosque, mis pies me guiaron inconscientemente hacía la pequeña casa vieja de don Florentino, que era apenas un cuarto sin mobiliario ni chimenea, poseía una cama y un sillón añejo que chirriaba cuando alguien se sentaba encima. Toqué la puerta varias veces y fui tan egoísta al no considerar que podrían estar durmiendo.

Traté incontables veces de reprimir la sensación de sofoco y mareo, pero mi garganta se apretujaba, lento y doloroso, haciéndome tener unas inmensas ganas de llorar y expulsar todo lo que llevaba guardado. No era por Jhüen o por alguien más, era consiente que la razón era desconocida para mí. Solo sabía que descubrirlo me dolería... y mucho.

Entre tantos golpes en la puerta, la voz de don Florentino se hizo presente, preguntando quién era. No podía responder, solo seguí tocando hasta lograr que me abriera.

—Rías —dijo él una vez me vio.

—¿Rías? —Era la voz de doña Lorenzia que sonaba adormilada y confundida.

No esperé más y crucé la entrada sin permiso. Todo estaba a oscuras, pero sus figuras se movían entre las sombras y me abalancé sobre don Florentino en un abrazo inesperado. Finalmente, rompí en llanto, sorprendiendo a la pareja. Pronto la habitación se alumbró gracias a una vela que encendió Lorenzia poco después.

—Mi nombre es Rías. Rías. Rías —comencé decirles, convenciéndome a mí misma antes que a ellos—. Soy Rías.

Don florentino se apartó. Ninguno preguntó al respecto, solo me invitaron a pasar y me acomodaron en la orilla de la cama, dándome el espacio suficiente para desahogarme sobre las piernas de Lorenzia, que prosiguió en acariciar mi cabello con sus dedos.

Poco a poco me fui calmando, me preguntaban qué me pasaba o si podían hacer algo por mí, pero estaba tan distraída que no logré procesar sus interrogaciones. Me relajé en la casa de ellos mientras me cuestionaba si volvía en alguien cada vez más dependiente. Me quedé dormida.

Para cuando desperté, descubrí que era demasiado tarde tras ser sorprendida por los rayos solares que se filtraban por las rendijas de la madera. Apresurada me levanté y con miedo, me guie hacia la casa principal, temiendo que la señora Mirian se hubiera despertado y notado mi ausencia. ¿Por qué Lorenzia no me había despertado?

Por suerte, la puerta trasera de la cocina estaba abierta y entré con facilidad.

—Despertaste, ¿te encuentras mejor? —preguntó Lorenzia, tranquila, mientras preparaba varios platos de comida—. Puedes sentarte, querida, te serviré algo para comer.

—Quiero ayudar.

—Debes comer primero.

—¡Ajá! —exclamó alguien en la puerta que guiaba a la sala principal.

Las dos nos giramos a ver quién se encontraba a nuestras espaldas, por su exclamación podía decir que estaba molesta. La señora Mirian miraba de soslayo a Lorenzia, luego se enfocó en verme de pies a cabeza con evidente fastidio. Sus facciones se contorsionaban al adquirir ese semblante serio y enojado.

—¿Planea darle de comer a una holgazana que se despierta tarde con los alimentos que yo pago? ¿Quieren burlarse de mí?

—Disculpe mi atrevimiento, pero Rías no se encontraba bien... —comenzó a decir Lorenzia en mi defensa.

—¿Cree que eso me importa? Quien desee recibir un pan en esta casa deberá trabajar por ello.

—Pero...

—No le sirva nada, ¡es una orden! Si me desobedece, será mejor que empaque sus cosas con su esposo.

Me limité a bajar la cabeza al suelo. Apreté los puños con disimulo antes de ver a la señora Mirian salir de la cocina.

—Lo siento mucho, Lorenzia, yo no quería que terminara las cosas así.

—No te preocupes. Ve a tu cuarto y buscaré la forma de llevarte algo para comer —susurró despacio.

—No quiero que te arriesgues, además, no tengo hambre.

—No mientas que puedo escuchar tus tripas resonar hasta en mi cabeza.

La abracé sin pensarlo.

—Por favor —supliqué—. No quiero comer. Solo dime cómo te ayudo.

Soltando un suspiro, ella accedió a regañadientes, farfullando palabras ininteligibles. Intenté ayudar tanto como me resultó posible, pero las exigencias de mi estómago por alimento eran irremediables.

—La señora está muy molesta porque la señorita Rosseta no consiguió arreglarse cuando el pretendiente llegó sin aviso.

—¿Él está aquí de nuevo? ¿Tan pronto? —pregunté, estaba anonadada.

—Nadie sabía que él visitaría hoy, por eso la señora está de muy malhumor. Pero... —La sonrisa de Lorenzia se ensanchó en su rostro—, hay que verle el lado gracioso, la señorita Rosseta consiguió hacerse un cambio de imagen total... y no es precisamente algo bueno.

Asentí. Podía imaginarla hacer el intento de usar el maquillaje como era debido, estaba segura de que sus manos torpes habrían jugado en su contra.

—¿Y su madre no la ayudó? —cuestioné.

—Si le preocupara su hija, entonces la habría arreglado antes que a ella misma.

Eso tenía sentido. Le quitaba protagonismo a su hija a veces, por no decir casi siempre. Intuía que la falta de atención de su esposo, que andaba en constantes viajes, era la verdadera razón del actuar de la señora Mirian.

Estaba lavando los trastos mientras Lorenzia limpiaba las mesas y sacudía el polvo de algunos muebles cuando Florentino llegó hacia mí, apresurado. Parecía haber recibido el susto de su vida. Su ropa de trabajo estaba llena de lodo.

—Rías, pequeña... —comenzó a decir—. ¿Por qué no nos contaste que el pretendiente de la señorita Rosseta es tu hermano?

—¿Qué? —inquirí.

Abrí los ojos sin poder creer lo que escuché.

—Quiere verte ahora. Me pidió... más bien, me suplicó que te entregara un mensaje —dijo—. Pide que te encuentres con él en nuestra casa. Ahora.

—Pero...

—Es tu hermano, ¿no? —preguntó. Yo seguía demasiado sorprendida para dar una respuesta—. Debes ir a verlo, parece desesperado por verte. Puedes tomarte tu tiempo y arreglen las cosas entre ustedes. Los hermanos no deben pelearse.

—Ve, mi niña, la señora no se atreverá a decir nada sabiendo que te ha negado alimento este día.

Asentí, insegura de si ir o no al encuentro de Jhören. ¿Hermano? ¿Por qué diría algo así? Era claramente una mentira y una excusa para hablar conmigo.

Limpié mis manos con un trapo viejo, la sacudí al aire y, dándole una última mirada a la pareja, abandoné la cocina por la puerta trasera. Solté un suspiro, con lo que pasó el día anterior, no me sorprendía este disparate.

Fuera cual fuera sus motivos, me hizo preguntarme qué tan fiel era Jhören Sauto con su palabra o las promesas que hacía.

No recordaba que me hubiese hecho una promesa, además de esa vez que juró volver por mí y no lo hizo. Solté un suspiro.

¿Qué podría querer?


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Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora