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9. Pequeño monstruo

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Algo terrible sucedió ese día.

Mientras mis doncellas hacían los últimos arreglos a mi cabello y maquillaje, un estruendo interrumpió nuestro momento sepulcral y una fuerte sacudida nos alertó a abandonar la habitación, despavoridas.

Salimos al corredor principal, donde noté que la puerta situada enfrente de la mía estaba un poco abierta. La curiosidad se instaló en mí ser al querer asomarme a ver en el interior, sabía que detrás de esas paredes y la puerta, podría hallarse el hombre con quien me casaría.

Otra sacudida me hizo volver a la realidad. Ante el movimiento repentino y pausado de la inmensa construcción, caí al suelo.

—¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó una de mis doncellas, no logré distinguir de quién se trataba, sabiendo que todas se parecían y trabajaban en una sincronía sin igual.

—Debe estar encargándose del asunto en estos momentos —habló otra de ellas—. Su habitación está abierta.

De inmediato comprendí de quién estaba hablando. Ninguna me informaba nada, las miradas que compartían entre ellas cargaban secretos, lo sabía.

—¿Qué está sucediendo? —cuestioné, el estruendo no cesaba, mas las sacudidas eran paulatinas, lo que nos permitió a todos poder abandonar el lugar sin tanto incidente. No se trataba de ningún temblor, estaba segura de ello. Y lo comprobé al salir al exterior, con mis cinco doncellas rodeando mi cuerpo en actitud protectora.

—¿Le han contado de la barrera que protege el castillo?

Desconocía el nombre de las mujeres que me cuidaban y, aunque me lo dijeran, no sabría identificar una de la otra. Eran idénticas y vestían lo mismo siempre.

Asentí.

—Hay quienes buscan la forma de traspasarla —agregó.

—¿Por qué?

—Solo nuestro señor conoce los motivos.

De nuevo, otro fuerte ruido azotó el lugar acompañado de un movimiento brusco de la tierra. Me apoyé en una de las muchachas, que sorprendentemente se mantenía estática sin inmutarse ante el desorden; parecían estar acostumbradas. Aunque el evento era nuevo para mí, traté de mantener la compostura y no ser ninguna molestia.

Un extraño silencio envolvió el ambiente, luego una oleada de murmullos lo precedió. La multitud se reunió a mi alrededor, frente al castillo y en todos lados. ¿Dónde habían salido tantos?

Varios hombres tenían un porte distinto al resto, eran serios y analizaban la situación con frialdad. Parecían ser figuras de autoridad dentro del castillo, aunque uno en particular se robó mi atención. Se mantenía apoyado sobre una pared, con los brazos cruzados sobre el pecho; miraba su entorno con indiferencia. Se le notaba cansado, hastiado y molesto. Unas marcas negras se dibujaban en la mitad de su rostro.

—¿Puedes hacer algo, Gael? —Alguien le preguntó.

Él se movió y clavó sus ojos en un hombre mayor. No respondió, no hizo ruido alguno, su oscura mirada habló por sí sola. No fue a mí a quien miró, sin embargo, percibí su sed de sangre y su enojo incluso a esta distancia. No fui la única, mis doncellas se estremecieron también.

—¿Dónde está Jhüen? —inquirió un hombre de complexión delgada. Su expresión severa intimidó a las cinco mujeres a mí alrededor, no comprendí la brutalidad de sus palabras hasta que clavó unos ojos negros en mí. Arrugó el rostro y avanzó en mi dirección.

—No estaba en su habitación, señor —respondió con temor una de ellas, la que más estaba cerca de mí.

—Uh —dijo él, sin desplegar la vista de mí—. Dime —me habló—, ¿acaso eres la nueva mascota de Jhüen?

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora