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35. Vestidos y joyas

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Desperté al día siguiente con un fuerte dolor de cabeza.

Masajeé mis sienes con la punta de los dedos, esperando que la molestia desapareciera ante el acto. No era una persona enfermiza, pero me afectaba de gran manera encontrarme con un monstruo, me infundía tanto temor que podría fácilmente perder la cordura.

Me estiré y froté los ojos con la intención de alejar la somnolencia. Me tomé el tiempo suficiente para deliberar si levantarme o permanecer un rato más en la cama y, cuando por fin consideré qué era mejor para mí, pude poner los pies en el suelo. Mi cuarto se encontraba extrañamente limpio.

Sobre la única mesa en el cuarto yacía un vestido nuevo. Apresurada, salté fuera de la cama, lo que me provocó un ligero mareo. Esperé a que se me pasara la sensación un rato. Con la misma emoción de antes, me apresuré a analizar la prenda, la tomé en mis manos y noté que era de un gusto bastante exquisito. Era sencillo como el que tenía puesto, apenas si poseía adornos y no era despampanante, tenía justo lo necesario para remarcar el contorno del cuerpo de una mujer sin caer en lo vulgar. El vestido era tan bonito que no quería usarla para trabajar.

Sin esperarlo, sentí cómo mis mejillas se calentaban al recordar parte de la noche anterior. Me vi a mí misma con Sauto en una situación bastante comprometedora. Me había abrazado. Casi proferí un grito, en vez de eso, comencé a dar pequeños saltos al aire, no de la emoción sino de la vergüenza que comenzaba a sentir. Para aumentar más mi temor, recordé la escena donde me encontraba sumergida en agua caliente completamente expuesta, con Jhören a una escasa distancia.

Ahora no sabía cómo verle la cara. Seguro le causé muchas molestias, ¿y si ahora me llevaba arrastras al castillo y así evitarle estas incomodidades innecesarias?

No tenía la mente tan clara, ni siquiera recordaba por qué Jhören me abrazó. Tenía algunas lagunas mentales, y las escenas acudían a mi mente de forma inconexa; pero sí tenía en mente todo lo sucedido antes de desmayarme. En el bosque, con los monstruos llamando a Sauto como un monstruo.

Me apresuré a buscar el vestido de ayer en toda mi habitación para lavarlo aprovechando que el sol parecía haber salido ya esta mañana. Solo esperaba que no lloviera en la tarde.

Al no encontrar el vestido en ninguna parte, salí a la cocina, esperando encontrarme con Lorenzia para preguntarle si lo tenía.

Ella canturreaba una melodía en los labios; tan pronto me vio, se detuvo y me sonrió.

—Despertaste, ¿cómo te sientes esta mañana, pequeña? —preguntó.

—Con un poco de dolor de cabeza, pero bien.

—Oh, el señor Sauto dijo que eso podría suceder —comentó mientras iba por una taza. Le vertió agua caliente y después le agregó cierto líquido de un color rojo oscuro que estaba en un frasco de vidrio. No sabía qué era—. Él dijo que si bebías esto te sentirías mejor —agregó ella.

—¿Qué es? —Acepté la taza con gusto, percibiendo a través del humo ciertas esencias al que no reconocí, pero me hizo recordar mi estancia en el castillo.

Lorenzia solo se encogió en su lugar, restándole importancia a mi pregunta.

—Mencionó algo sobre que era medicina preparada por su familia.

—Ah —balbuceé y bebí un sorbo. Tan pronto sentí el sabor de la bebida en mi lengua contuve las ganas de escupirla. Era amarga. ¿Qué tipo de medicina era esta? ¿De qué hierba estará preparada?

Entonces algo vino a mi mente despertando mis sentidos por completo.

—La hierba —mascullé despacio, sintiéndome extrañamente triste—. Lorenzia... la hierba no la tengo.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora