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52. La peor aberración

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Sentía las lágrimas cosquilleando con más intensidad en el ángulo de mis ojos.

Si no conseguía apoyarme en una superficie dura, me derrumbaría en cualquier instante. Mis piernas se sentían débiles, al igual que mi espíritu. Odiaba sentirme de este modo, tan expuesta y vulnerable, con ganas de querer ser abrazada y recibir consuelo, pero también con ansias de ocultarme y fingir que nada de lo veía o lo que presenciaba lograba afectarme.

—¿Cómo... pasó todo esto? —pregunté, arrastrando las palabras.

—¿Cómo, dice? —Sauto soltó una risa. Parecía divertirse con la situación—. Es mi parte favorita. Las bestias se descontrolan, ¿sabe?

Mi pecho dolió. Algo se apretó y estrujo mi corazón, tanto que el dolor ascendía por mi garganta.

—¿Fue por las barreras? Recuerdo que Jhüen me contó que se quitarían pasado cierto tiempo. ¿Eso pasó? —Logré indagar antes de que mi voz se quebrara

—Puede ser —respondió él con indiferencia.

Me tapé el rostro con las manos. Si era culpa del campo de energía, y solo el hecho de pensar que se mantenían gracias a Sauto, comenzaba a molestarme. Sauto podía haber mantenido las barreras y todos estarían bien. Don Florentino y Lorenzia podrían estar vivos. Aun así, no lograba darle razón a esos pensamientos. No quería. No quería culpar a nadie por ese acontecimiento doloroso.

—Quiero... —comencé a balbucear—. Quiero estar sola un momento.

—No es lo adecuado —respondió Sauto, con la voz preocupada—. Podrían atacarla en cualquier momento.

—Las bestias no cazan de día. Estaré bien.

—Pero...

—Por favor —supliqué.

Alcé la vista hacia el rostro inexpresivo de Sauto e intenté descifrar sus pensamientos, saber lo que pasaba por su mente y sus intenciones al haberme traído a este lugar, sabiendo cuanto podía afectarme ver estas ruinas. Lo vi girar la cabeza en todas partes, como si buscara a través de la frondosidad del bosque algo en concreto. Parecía inquieto y quizá hasta molesto.

—Estaré cerca —agregó antes de marcharse.

No pasó un instante cuando escuché algo voluminoso caer contra la tierra. Desconcertada, me giré despacio en dirección al lugar donde provino el ruido. La tristeza me abandonó y un nuevo sentimiento se abrió paso en mi corazón: inquietud y preocupación.

Vi a Sauto desplomado en el suelo. Estaba boca abajo, inmóvil.

Mi corazón comenzó a latir frenético, y no sabía qué hacer para socorrerlo. Corrí a su lado, me hinqué en el suelo y comencé a darle vuelta al cuerpo inerte. Dejé que la cabeza de Sauto reposara sobre mis piernas, mientras veía su rostro lleno de sudores y con las facciones comprimidas. Su respiración era desbocada y pesada, el movimiento de sus ojos bajo la vendas era evidente, como si estuviera en una terrible pesadilla y no pudiera escapar de ella.

—Sauto, ¿está bien? —quise saber, con la preocupación evidente en mi voz—. Sauto.

Aparté las hebras de cabello rebelde que se esparcían por su frente, e intenté limpiar con un pañuelo que cargaba encima el sudor que empapaba todo su rostro. Todo fue repentino, me sorprendía que Sauto pudiera ponerse en ese estado de un momento a otro. Creí recordar que Jhüen me había mencionado una vez que Sauto no se encontraba en las mejores condiciones, ¿el veneno seguía afectándolo? ¿Qué estaba pasando?

¿Debería llamar a Naseen? ¿Sabría él hacer algo?

Levanté la mano hacia el colgante que me dio Naseen dispuesta a tirar de ella, pero antes de poder alcanzarla o rozarla siquiera, algo apretó mi muñeca.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora