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69. Castigo

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Este podría ser uno de mis capítulos favoritos. Espero que lo disfruten tanto como yo, monstruitos. 

***

Me quedé con ciertos sentimientos encontrados. Por una parte quería enojarme con Sauto y la otra quería emocionarse por sus bonitas palabras.

Admitía que era caprichosa, egoísta y complicada. Siempre quería más de lo que las personas podían ofrecerme, sucedió con Mika, volvía a pasar con Sauto. Le exigí a mi padre adoptivo el amor fraternal que necesitaba y que jamás obtendría de él, recordaba haberlo amenazado con marcar mi cuerpo en una ocasión. Ahora, no podía decir con exactitud sobre los sentimientos de Sauto, pero era aceptada por él, me bastaba en momentos y creía ser feliz con eso, sin embargo, llegaban pensamientos que jugaban en mi contra, haciéndome dudar sobre mi decisión.

Me acababa de percatar que no podía tener el amor de alguien ni una buen apariencia al mismo tiempo. Fui la más bella, fina y delicada muñeca en casa de mi padre, pero carecí de amor; ahora poseía lo más cercano a ser amada, pero con cicatrices que marcaban mi cuerpo, sin rastro alguno de mi belleza antigua. No era ninguna muñeca ni un objeto, aunque sí alguien que cada día quería más y más, alguien que no podía saciarse, una vez que probaba la emoción.

A lo mejor no necesitaba el amor de Sauto ni una buena apariencia, pero sí una buena pérdida de memoria para empezar de cero o simplemente renacer de nuevo.

—¿Qué tanto piensa? ¿Por qué calla? —preguntó Sauto, preocupado. Acarició mi mejilla con suavidad, dando leves movimientos circulares con uno de sus dedos. Su tacto era suave, consolador; la expresión de su rostro era la de alguien gentil, aunque sus ojos no se mostraban tan animados como el resto de su cara. Su mirada era vacía y perdida.

Aparté no solo la mirada de él, sino también sus manos lejos de mi. Me apresuré a marcar una distancia prudencial.

—Quiero estar sola —balbuceé.

—¿De nuevo? —inquirió.

Alcé la vista en su dirección, en mi intento por averiguar a qué se refería. Quedé en blanco luego de ver que una punzada de enojo y tristeza atravesaba su semblante.

—¿A qué se... refiere? —articulé con dificultad.

Sauto se limitó a esbozar una sonrisa.

—No es nada —respondió—, enviaré a sus doncellas a cuidarla. Lo que pueda suceder, usted no debe sentir culpa de nada, en el castillo cada quien asume la responsabilidad de sus actos. —Él pronunció esas palabras con absoluta resolución, no como el hombre considerado que era conmigo, más bien, sonaba como el señor del castillo y amo de las bestias y monstruos. Sonó oscuro y maquiavélico, frío y distante. Se marchó de mi aposento poco después, sin decir nada más.

En ese momento, no comprendí la totalidad de sus palabras; no fue hasta que mis doncellas entraron en mi habitación en un silencio tan poco característico. No cuchicheaban ni alardeaban como solían hacer, se veían decaídas y asustadas.

—¿Pasó algo? —quise saber.

Quïïn abrió la boca para responder, pero tan pronto lo hizo, sostuvo su garganta con evidente dolor, haciéndola caer al piso. Sus compañeras se la quedaron viendo sin hacer nada, sin reaccionar. Era evidente en los ojos de cada una que les dolía lo que a ella le pasaba, pero al mismo tiempo, parecían incapaces de hacer algo.

Cuando quise acercarme para ayudar, tras ver que nadie se movía a auxiliarla, la mayor de mis doncellas se interpuso.

—No se moleste —advirtió sin expresión en el rostro—, agradezco que se preocupe, pero créame, hacerlo ahora solo hará las cosas más difíciles para ella.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora