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Disfrútenlo, monstruitos <3

***

El ambiente en el gran salón era extremadamente sofocante.

Comer jamás fue tan asfixiante como en ese momento. Sentía la mirada de los monstruos analizarme, sin ver a nadie en particular, en mi mente contextualizar sus malas caras, sus miradas desdeñosas, todo ese remolino de malas sensaciones que se concentraban en ese punto.

Mis manos temblaban. No podía sostener bien los cubiertos, ni masticar los deliciosos alimentos o tragar con suavidad. Los pequeños bocados se sentían punzantes y raspaba mi garganta, haciendo que el deglutir los alimentos fuese insoportable. Todo estaba en un tenso e incómodo silencio.

Mantenía la cabeza baja, concentrada en mi plato y en mantener la postura. Sostenía el cubierto con la mano derecha mientras que con la otra apretaba con dureza mi vestido bajo la mesa. Con dificultad conseguí moverme en medio de la tensión para dejar el metal a un lado del plato e ir por el vaso de agua, sin sentir que el cristal podía quebrarse en mis manos o zafarse en un descuido terrible ante mi nerviosismo.

El almuerzo estaba delicioso, pero justo en ese momento, no podía saborear nada bien. Mi hambre había sido arrebatado tan pronto me sentí y recibí todo tipo de malas atenciones indirectas.

—¿Es que ya no podemos comer con libertad?

La voz aguda y divertida de Magüen rompió el silencio. Estaba sentado justo a mi lado, comiendo con pereza y moviendo los pies al aire, pues su pequeña altura no le permitía tocar el suelo. Me miró y me esbozó lo que parecía ser una sonrisa traviesa.

—Probablemente es lo que todos piensan ahora —agregó. Naseen asintió con indiferencia mientras se llevaba un pedazo de carne a la boca.

Por primera vez, me digné a ver todos a mi alrededor, repasando el rostro de cada uno sin la intención de perder ningún detalle. Quería comprenderlos. No todos me observaban. Unos apenas me miraban por el rabillo de sus ojos, otros lo hacían con descaro y de la peor manera imaginable. Algunos sonreían con cierta perversidad palpable; uno en particular, comía con indiferencia, sin mostrarse realmente inquieto o molesto por mi presencia en la sala.

Solté un suspiro.

—¿Qué puedo hacer? —le pregunté en voz baja, sonriendo con timidez.

—Solo a usted se le ocurriría venir a comer con nosotros y con Sauto ausente. —Naseen habló y su tono me resultó bastante áspero, casi como si estuviera decepcionado y sorprendido a la vez.

—Solo quería...

—¿Conocernos? —dijo de nuevo con desdén—, pues esto somos, señorita. ¿No le agrada? ¿Le disgusta?

—No...

—¿Entonces?

—Ya me lo esperaba —admití—. Ya me lo esperaba.

—Uhmm —balbuceó.

—Terminé. —Magüen se colocó de pie sobre su asiento y estiró sus brazos, bostezando—. Es hora de mi siesta.

Sonreí. Quería decirle que acostarse luego de comer iba ser malo para él, pero no abrí la boca en absoluto, pues el resto me escucharía y podrían creer que imponía mis creencias sobre el pequeño Magüen. Una palabra mía podría arruinar más la situación. Lo próximo que hizo el pequeño Magüen fue el de saltar hacia mí y convertirse en ese lindo gato en el proceso. Se posicionó en mi hombro, acomodándose con libertad en ese sitio en particular.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora