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48. Despertar

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Una luz se colaba entre mis pestañas.

Abrí los ojos despacio, parpadeé un par de veces para adaptarme a la luz que entraba por la ventana abierta de la habitación. Percibí el aroma a incienso en el ambiente una vez recobré bien los sentidos. Mi cuerpo poco a poco comenzó a moverse, exceptuando una de mis manos, que estaba siendo sujetada por alguien más.

Giré mi cabeza hacia la persona recostada a un lado de la cama. Permanecía sentado sobre una silla de madera, con la parte superior de su cuerpo inclinado hacia adelante, sobre la cama. Me quedé observando, no me moví, mientras deliberaba si debía despertarlo o quitar mi mano de las suyas para dejarlo dormir.

Sauto se veía tan tranquilo, relajado, verlo de ese modo hizo que mi corazón palpitara fuerte. Quise apartar la vista a otro lado, pero nada de lo que yo pensaba concordaba con lo que quería hacer realmente. Quería seguir viéndolo, ansiaba tocar su rostro con mis manos, acariciar su cabello corto y quitarle la venda de sus ojos. Mordí el interior de mi mejilla y sin pensarlo, alcé mi mano libre hacia su bello rostro.

Antes siquiera de poner un dedo encima, él me detuvo.

—Quieta —dijo mientras me sujetaba por la muñeca y soltaba mi otra mano. Él se apresuró a levantarse—. ¿Qué hago aquí? —preguntó con evidente malhumor.

Yo no respondí. Solo observé el cambio en sus expresiones, en cómo sus gestos tranquilos se convirtieron en enojo, disgusto e intranquilidad.

—¡Agh! —exclamó antes de dar la vuelta y caminar a pasos agigantados hacia la puerta, sin decir nada más.

Me quedé en mi sitio. Despacio comencé a tirar de las sábanas fuera de mi cuerpo con la intención de salir, pero tan pronto me bajé de la cama apresurada, todo a mi alrededor comenzó a dar vueltas. Mis piernas no aguataron mi peso y no evité caer de cara contra el suelo. Me sentía débil y con el cuerpo adormecido.

Solté un gemido. Mi respiración se volvió un poco más pesada. Intenté levantarme pero tanto mis manos y piernas temblaban cuando ejercía presión contra la superficie, me quedé en esa posición mientras pensaba una manera de volver a ponerme de pie. No fue hasta que alguien entró en mi habitación y me vio tirada en el suelo que pude volver a ponerme de pie. Naseen me cargó en sus brazos hasta mi cama, diciéndome que no era momento para salir, que debía recuperarme primero.

—¿Y Sauto? —le pregunté poco después, accediendo a su petición sin rechistar.

—Él solo está enojado. Siempre lo está, así que... —Encogiéndose de hombros, Naseen le restó importancia a la actitud de Sauto.

—¿Por qué? ¿Fue porque lo quise tocar?

—¿Qué? —Él parecía sorprendido. Sonriendo, él agregó—. No, no, no.

—Ah —balbuceé—. ¿Entonces?

Naseen soltó un suspiro.

—Voy a buscar a Jhüen. Que él le explique todo.

Terminó de acomodar los cobertores sobre mi cuerpo antes de prepararse a salir. Antes de que él pudiera cruzar la puerta, recordé algo importante.

—Naseen... ¿y el gato? ¿Magüen está bien?

Él abrió los ojos con sorpresa. Me miró a los ojos un rato, pero no dijo nada. Solo se marchó en silencio, dejándome con la duda.

No supe cómo interpretar su silencio, si debía asumir que una tragedia había sucedido o simplemente él estaba cansado de responder mis preguntas. Me preocupé. Sentía las ganas de llorar, pensando en que había sido culpa mía que el gato le hubiese pasado algo. Porque Magüen con mucha valentía se había enfrentado al monstruo para defenderme, a pesar de su tamaño y de su forma. Más que dar miedo, Magüen causaba ternura.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora