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72. Pulsera

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Espero que lo disfruten, monstruitos.

***



Otra vez, Gael andaba de fisgón.

Recién entramos en una añeja casa, que se ubicaba en el centro del pueblo. Tan pronto Fausto nos invitó a la sala, Gael empezó a curiosear por los alrededores. Miraba las viejas fotografías colgadas en las paredes desgastadas, preguntando quienes figuraban en los papeles grisáceos. Tocaba los jarrones y floreros con torpeza, se paseaba por la casa sin permiso y con cierto aire relajado e indiferente.

Por otro lado, Éfar se había negado entrar. Aseguró que estaría cerca para vigilar y estar al pendiente de cualquier eventualidad. Fausto rio incómodo en varias ocasiones a causa del extraño comportamiento de los monstruos.

—Entonces... —articulé, mirando a la niña bonita de cabellos dorados que colgaba en las piernas de su padre. La timidez que se reflejaba en sus ojos me recordó al hombre tímido que conocí una vez. Sonreí bajo el velo que cubría mi rostro.

—¿Iba a decir algo? —inquirió Fausto tras mi breve pausa.

—Perdón —dije, volviendo mi atención hacia él—, no era nada importante.

Viéndolo desde otro punto de vista, Fausto se miraba más serio y con bolsas bajo los ojos, como si no hubiese podido conciliar el sueño por un tiempo prolongado. Su cabello negro estaba alborotado ligeramente, y parecía que el tiempo había transcurrido de una manera que le resultaba bastante favorecedor en su apariencia. Se había vuelto más corpulento y maduro, quizá más seguro de sí mismo.

Con la pequeña niña colgando de su lado y llamándolo padre, de pronto, entendí que el muchacho tímido y nervioso que una vez conocí había desaparecido.

—Ella es muy bonita —balbuceé.

Cierta sensación se instaló en mi corazón. Sensación que no se había presentado desde hacía mucho tiempo. Me pregunté en la mente si tener una familia me haría ser una persona como él: responsable y completamente independiente, con alguien a quien proteger.

Él rio, acariciando la cabeza de su hija.

—¿Y su madre? —quise saber.

—Falleció —respondió con tristeza en los ojos—. Era una mujer delicada, igual que la niña.

—Lo siento.

—Ya pasó tiempo, no se preocupe.

Me removí en mi sitio, apenada.

—¿Cómo sucedió? —Gael preguntó sin discreción, admitía que sentía curiosidad también.

Nosotros nos volvimos hacia él, sorprendidos. Ambos creíamos que Gael estaba ocupado viendo la casa que escuchando la conversación.

—No es necesario que responda —intercepté de inmediato.

Fausto rio.

—Tranquila, no hay problema —me tranquilizó—. Sucedió durante el parto —relató, dirigiéndose hacia Gael—. Solo la niña pudo salvarse. La madre lo quiso de ese modo.

—Mmm —musitó Gael, no lucía convencido—. ¿Por qué? —inquirió.

—No creo entender bien la pregunta. —Fausto llevó una de sus manos por atrás de la cabeza, nervioso.

—¿Por qué salvar a la niña y dejar a la madre morir? ¿Por qué murió? ¿Por qué no salvar a las dos? ¿Por qué la madre querría morir por otra criatura? ¿Por qué...?

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora