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56. Princesa de un castillo de monstruo

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Solté un suspiro profundo.

Desconocía cuánto tiempo había transcurrido desde que quedé absorta en mis pensamientos, viendo la frondosidad del bosque sin observan nada en particular.

A mi lado, Éfar chasqueó la lengua con disgusto.

—Si no hace algo pronto, la espalda de mi señor será lo último que verá —habló en tono neutro.

Por fin, aparté la mirada y lo desvié hacia él. Lo miré con detenimiento, analizando su semblante aburrido. Sus ojos lucían distantes, apagados; aunque él se esforzaba en aparentar que no importaba la decisión que tomara, su ansiedad por ir tras su amo era evidente. Estaba expectante de mi reacción y de una orden mía.

Provocó un sonido molesto con la lengua, volteó la cabeza a un lado y, con malhumor, continuó:

—No importa lo que haga, usted es una humana, y los humanos tarde o temprano mueren; y yo acabaré regresando a él.

Casi, casi carcajeé.

Tenía razón. Yo solo era simple humana que no podía hacer nada por sí misma. La cruda realidad de sus palabras me golpeó, me hizo sopesar por instantes la veracidad de mis propios sentimientos. No podía evitarlo. La mortalidad de los humanos era un terrible problema en esta situación.

Comenzaba a sentirme avergonzada de mis sentimientos.

La afirmación de Éfar era la forma precisa de decir que un humano y un monstruo jamás podrían coexistir, de ser algo más enemigos. Algún día, moriré y Sauto quedará solo. Envejeceré y el permanecerá igual de bello hasta el final de los tiempos.

Éfar tenía razón.

Aún así...

Todavía sabiéndolo, era lo suficientemente egoísta para no desistir la terrible idea de estar a su lado.

Aun así, quería intentar una vez más. Quería poder alcanzar a Sauto, llegar él; deseaba que esa distancia que nos separaba se extinguiera sin importar cómo fuera. Ansiaba que me mirara solo a mí al menos una vez y se percatara de mi presencia y el significado de mis sentimientos, que pudiera entender que quería estar a su lado. Así de egoísta era mi deseo en este momento.

Jamás desee nada en mi vida, al menos, no hasta ahora que encontré una ambición a la cual aspirar.

—Puede que tengas razón —le respondí mientras limpiaba cualquier rastro de lagrima que quedaban en mis ojos—, incluso si Sauto pidió que me fuera, incluso si dijo todo aquello, ¿por qué lucía triste? ¿Por qué parecía tan... miserable?

Éfar volvió a verme.

—No piense en absurdidades, es imposible. Mi amo no se veía de esa forma, solo estaba confundido.

Ah, olvidé un rato que los monstruos no se percataban de los detalles más insignificantes y con mayor importancia.

Sacudí la suciedad de mi vestido, desprendí pequeñas hojas y ramas secas que quedaron prendidos en mi cabello y prenda, mientras en mi mente sopesaba la existencia mínima de una posibilidad; quizá era el momento perfecto para intentar alcanzar a Sauto, y me refería a alcanzarlo de verdad.

—Nos vamos —le dije.

—¿A dónde? —preguntó.

—¿No dijo que quería estar al lado de Sauto? —Sonreí.

Decir que le gustó esa pregunta era comentar muy poco. Una sonrisa enorme se dibujó en su rostro un instante, pero fue un acto que incluso a él lo tomó desprevenido. Se le vio como niño ilusionado durante ese lapso antes de recobrar la compostura. Tan pronto apareció el gesto, desapareció del mismo modo.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora