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3. En el bosque Kejo

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Busqué escapar de casa al día siguiente con la intención de ir a donde mi doncella yació.

Me aseguré de cubrir mi cabeza con la capucha de la capa que llevaba encima. Al ser de madrugada, no me preocupaba por los monstruos sí por las personas que pudieran reconocerme. No sabía qué sería capaz de hacerme mi padre si se enterara de esta rebelión.

El sol aún no emergía por completo detrás de las montañas, mas el cielo se encontraba claro con escasas estrellas brillando en el firmamento. Solté un resoplido. Mi aliento cálido se condensó al tener contacto con el ambiente gélido. ¡Qué frío!

Volví a apresurarme. Me sumergí en la pequeña vereda situada en medio de enormes árboles que guiaba al pueblo más cercano. Solo debía seguir recto y no desviarme, había seguido el mismo trayecto con mi doncella dos noches atrás. Perderse en el bosque Kejo se consideraba una verdadera desgracia, no por temor a bandidos harapientos y asesinos maniáticos, sino porque, al caer la noche, bestias hambrientas salían a cazar a humanos descarriados.

Intenté rememorar en mi mente el lugar exacto donde todo sucedió. Escenas horripilantes llegaron a mi memoria sin esfuerzo alguno. Probablemente lo que estuviera haciendo era una completa tontería, pero dejarle flores a mi doncella muerta era lo único valioso que podía hacer por ella. Era una muestra de mi humanidad.

Era mi manera de mostrar mi respeto y agradecer lo que en vida jamás pude hacer. Resultaba muy poco, pensándolo bien, lo que hacía no era nada. Estar encerrada la mayor parte del tiempo bajo las charlatanerías de un hombre que menospreciaba las personas por su estatus social me limitaba mucho.

Esto era mi humanidad. Solo quería que alguien lo supiera. Deseaba que Mika supiera que yo seguía con vida. ¿Tan descabellado era eso?

SI existía una vida después de la muerte, esperaba que mis sentimientos la alcanzaran.

Si lo hacía para llevarle la contraria a mi padre que fuese así. Ya no tenía nada que perder. Pero no podría vivir en paz si me dejaba llevar por las palabrerías de mi padre. Jamás lo haría. Sirvientes o no, cada uno merecía ser tratado como seres humanos y no como objetos a usar.

Al menos, esa era mi creencia. Mika fue la primera doncella que me trató como un ser humano; me enseñó que el verdadero valor de las personas no radicaba en el oro ni por una familia poderosa, sino en la humildad del corazón. Porque entendía cómo era ser tratado como un objeto no podía tratar a otros de la misma forma.

Bajo mis pies, varias ramas y hojas secas crujieron debido a mi caminata apresurada. A diferencia de la noche del ataque, me repetí en la mente que ningún monstruo me atacaría, que los únicos que iban a estar persiguiéndome iban a ser los sirvientes de mi padre, solo si se hubiesen percatado de mi ausencia.

Me encontré con un montón de plantas secas y espinas, los árboles que se elevaban al cielo algunas tenían ramas quebradas, como si algo enorme hubiese pasado arrastrándolo sin percatarse. Era el indicio que necesitaba para advertir mi posición. Me desvié de la vereda principal y me abrí paso entre las malezas en la orilla. Cuando aparté la última rama fuera de mi rostro, me deshice de la prenda que ocultaba mi rostro, quitando la capucha negra que cubría mi cabeza. Al hacerlo, descubrí algo que me dejó patidifusa en mi sitio.

Para mi asombro, al alzar la vista, un hombre de largo cabello negro, que vestía una estola negra bastante abrigadora, se encontraba acuclillado en la tierra, y analizaba el lugar donde mi doncella fue devorada. Con los dedos de su mano derecha tomaba parte de la tierra húmeda para su análisis. Me sorprendió aún más cuando lo vi llevar parte de la tierra directo a su nariz, olisqueándolo.

Me acerqué en sigilo, pero lo suficientemente escandalosa para advertirle al extraño sobre mi llegada.

—¿Quién es? —inquirí al verlo elevar la mirada hacia mí.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora