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33. En el bosque

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—El familiar del señor Sauto es un hombre bastante encantador. Incluso trajo muchos regalos —me señaló la señora Mirian poco después de que entrara a casa ese día—. No me habías comentado de él, Rías.

Y así había comenzado una plática forzada entre nosotras, que se limitaba a hablar de la presencia de Jhüen y de los tantos vestidos que él trajo como regalo, ni siquiera mencionó la repentina desaparición de Jhören durante esa visita.

Los siguientes días sentí que avanzaban muy lentos, quizá eso me parecía porque no sucedía nada relevante; además, las lluvias repentinas nos habían estado sorprendiendo por las tardes y le daba un aspecto muy sombrío al ambiente.

Fausto venía a dejar el pedido de pan cada dos días y aprovechábamos a platicar un rato antes de que él emprendería su viaje de regreso. Me parecía muy tierno que él se preocupara por su padre y del negocio que debía cuidar también. Aunque le dijera que podría hacer un tiempo para ir personalmente por el encargo de pan, él se ofrecía y me comentó que era peligroso. Bien sabía ese hecho, deambular sola por los bosques era algo que no se debía hacer, pero tras comentarme que los últimos días habían estado reportando varios desaparecidos no insistí más al respecto y solo me quedó agradecer su amabilidad.

Poco a poco sus visitas comenzaban a volverse una costumbre para mí, pero lo que aún me seguía preocupando era la salud de don Florentino, que seguía empeorando día tras día. Parecía que nada de lo que hiciéramos para curarlo surtiese efecto. Él pasó de comer poco a comer absolutamente nada. Ni Lorenzia ni nadie comprendía lo que le sucedía. Tampoco me atrevía a cuestionarle a la señora Mirian sobre el último viaje de don Florentino. Tenía el presentimiento que ella sabía algo que no quería decirnos.

Recordaba que desde esa ocasión, lo primero que había hecho Don Florentino al llegar fue tumbarse en la cama. Ninguna de nosotras previó que él iba a quedarse de ese modo hasta ahora. A medida que el tiempo transcurría sin compasión, varias líneas negras habían comenzado a surcar en la piel de don Florentino. Sus labios se volvieron resecos, adelgazó aún más que parecía tener únicamente la piel pegada a sus huesos, sin nada de músculos. Gemía por las noches, sudaba por la fiebre y, a veces, murmuraba palabras ininteligibles. Me dolía verlo en ese estado.

Le comenté a mi reciente e inesperado buen amigo Fausto, que si podía averiguar algún curandero hábil para que le preparara alguna medicina, pues todos los intentos de su esposa fracasaban. Fausto me prometió que en su próxima visita traería a un conocido que poseía conocimiento al respecto.

Fausto era un joven delgaducho que vestía bastante bien para ser un simple panadero, me sonreía casi siempre y con sus sonrisas me hacía recordar lo bien que se veía con ese par de hoyuelos que se formaban en una de sus mejillas. Se le veía bastante alegre y jamás enfadado cuando rondaba a mí alrededor, Lorenzia decía que podría ser a causa mía, pues según ella, parecía buscar impresionarme. No le creía, Fausto solo era amable conmigo.

Al igual que yo, Lorenzia estaba desesperada por buscar una cura para la enfermedad de don Florentino, aunque nuestras atenciones se desviaran en banalidades como las recientes visitas, pero seguidas de Fausto, nuestras angustias volvían a aparecer con el pasar de los días sin importar cuanto intentáramos distraernos.

Estaba lloviendo fuerte ese día, la punta de mi vestido y mis zapatillas se encontraban embarradas de lodo, lo que resultaba terrible a sabiendas de que no tenía otro vestido para usar. El clima no era favorable en estos últimos días y mi cambio de ropa seguía mojada después de haberla lavado. Corrí bajo la lluvia con el débil intento de regresar lo más pronto posible.

Había ido al bosque por unas hierbas medicinales que Lorenzia preparaba para su esposo. El remedio no lo curaba de su mal, pero al menos le disminuía la fiebre y lo hacía dormir con tranquilidad por las noches. Esas plantas crecían en las laderas cercanas al río por desgracia. Estaba lejos. A duras penas logré convencer a la señora Mirian que me dejara partir temprano para ir a buscar esa hierba por Lorenzia, ella ya tenía suficiente con ver a su esposo decaído.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora