Encontré un asiento disponible a dos mesas de la principal. Me sentí observada y, aunque no fui bienvenida en el sitio que irrumpí, nadie se atrevió a hablar o a contradecirme, pues Sauto observaba.

Esperé a que alguien me sirviera los alimentos, pero lo que único que obtuve fue la visita de un hombre que me pidió amablemente que lo acompañara a donde Sauto permanecía. Al negarme rápido, él masculló con los dientes apretados:

—¡Obedezca!

—No quiero —espeté.

—¡Cómo se atreve a contradecir a mi señor! —exclamó con la voz baja, apretando los dientes—. La llevaré arrastras si es posible —advirtió.

No respondí.

—Es suficiente, si ella no quiere, no hay problema... —sentenció otro hombre diferente. Su voz ronca e indiferente era fácil diferenciarlo con el tono enojado del anterior. No me gire a verle el rostro para no darle el gusto de haber despertado mi curiosidad—. Hagan espacio y preparen un sitio para el amo.

Abrí los ojos por la sorpresa.

—No es justo —balbuceé, rendida.

—Pensándolo bien —añadió poco después—, desocupen toda la mesa.

—¿Qué? No hemos terminado... —susurraron con molestia los afectados.

—¿Se atreven a cuestionar? —respondió el hombre, arisco. Por su tono ronco y molesto, parecía ser que no era alguien paciente.

—No.

—¡Háganlo en silencio o se arrepentirán!

Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero luego de escuchar esas palabras. Desconocía qué tipo de poder poseía aquel hombre para hacerme estremecer con su voz áspero, efecto que los monstruos también percibieron y los hicieron actuar de inmediato y en completo silencio, con un miedo horrendo que desfiguraba su semblante.

Justo ahora, me alegraba tener el rostro oculto, solo así no le daba el gusto a nadie de ver mi expresión asustada. No demoraron tanto en limpiar la mesa y ocuparlo con distintas variedades de comida. Y Sauto tampoco se retrasó en presentarse.

—Está molesta —afirmó él mientras se sentaba.

—Gracias por aclararlo e ir en contra de mis deseos. —Sonreí, incrédula.

Él rio.

—Un placer —contestó, divertido—. No olvide que mientras más retroceda más avanzaré hacia usted.

—Entonces... —hice una breve pausa—, tampoco olvide que a causa suya alguien levantó su mano en mi contra.

Vi su rostro desfigurarse y al notarlo, mi corazón se estrujo. Miré a otro sitio, arrepentida, enojada conmigo misma por haber pronunciado aquellas palabras sin pensarlas. La única culpable era yo al haber decido quedarme cuando tuve la oportunidad de marcharme.

—No es algo que pueda olvidar fácilmente. Algún día la compensaré y pagaré...

—No hable de compensar o pagar —lo interrumpí, disgustada—, por favor, ¡cállese!

Solo cuando el ambiente se sumió en un tormentoso silencio en el gran salón me percaté que mi voz no fue precisamente baja. Las conversaciones y murmullos, el ruido de la cristalería y de los utensilios que sofocaba el ambiente había enmudecido de pronto. Me había alterado al punto de levantarme de mi asiento, con la vergüenza coloreando mis mejillas.

—Solo quería estar en paz —finalicé. Respiré hondo y volví a sentarme.

—Querida, ¿qué es eso?

Princesa de un castillo de monstruosWhere stories live. Discover now