52. La peor aberración

Comenzar desde el principio
                                    

—Estoy bien. No es necesario que lo llame —dijo Sauto, con la expresión comprimida. Parecía adolorido, débil. Probablemente lo estuviera por alguna extraña razón. Pensaba apartarlo para darle espacio, mas su siguiente comentario me sorprendió—. Estuvo llorando. ¿Puede decirme por qué?

No respondí. Pero la razón de mi tristeza volvió a sofocarme y sin previo aviso, mis ojos volvieron a humedecerse.

—Ya veo —masculló él. De un tirón, se levantó de mi regazo. Lo próximo que sentí fueron sus dedos cálidos rozar mi mejilla enrojecida—. No entiendo qué hacemos en este lugar, pero puedo alejar mi curiosidad para consolar a una bella dama.

No era consuelo, casi contuve el impulso de reír al comprender un poco ese concepto de consolar en sus labios. Habría sentido repulsión en otra ocasión, de haberse tratado de otra persona; y de alguna forma, sentí nostálgica su gesto. Sauto se había acercado a mi rostro de manera peligrosa para lamer mis lágrimas.

—Volvió a ser el mismo —comenté, tomando en mis manos la prenda de su vestimenta.

—Perdón.

—¿Me dirá lo que pasa?

Él se alejó con una expresión de insuficiencia.

—Perdón —fue lo único que pronunció. Comenzó a mover la cabeza a los lados, a través de los árboles, de la misma forma en cómo había hecho antes de que cambiara—. Nos están observando —agregó.

A diferencia de su antigua reacción, esta vez a Sauto se le veía tranquilo, quizá hasta ansioso. Sus labios se curvaron en una media sonrisa.

—Creo comprender la razón de su tristeza o lo que cree saber, señorita. Pero no le contaron toda la verdad.

Abrí los ojos levemente, medio esperanzada y ansiosa.

—¿A qué se refiere?

—Le preocupa ese par de ancianos, ¿no es así? —me preguntó sin mostrarse interesado realmente. Yo solo asentí—. Están vivos, y la dueña de la casa también, pero creo que la otra muchacha sirvió de sacrificio. —Él rio.

Abrí los ojos y sentí que el corazón se me aligeraba ante esa noticia, por escuchar que el par de esposos estaban bien. Sentí lastima por la señorita Rosseta y por su madre.

—¿Cómo lo sabe? ¿Puede asegurarme de que es cierto?

—Lo veo todo, señorita, que mantenga los ojos vendados no significa que sea ciego.

En otra ocasión, en un pasado quizá no tan lejano, él me había dado una respuesta similar. Esta vez, yo agregué:

—Pero desconoce la razón de los acontecimientos —agregué, recordando la explicación que alguien en el pasado me había dado.

—Exacto. ¿Cómo lo sabe?

—Alguien me lo contó.

—Mmm —balbuceó, claramente disgustado.

Tenía su rostro girado en mi dirección, quizá viéndome, pero entonces algo parecía advertirle algo y giró su cabeza para otro lado.

—Prepárese, se están acercando. No se ven amables —me avisó mientras sin previa advertencia y con una velocidad y fuerza sobrehumana, me trasladó a otro sitio, en algún lugar del bosque.

El ambiente de la casa de ruina fue sustituido por la espesa vegetación de un espacio tranquilo. Pero no estábamos en el suelo, nuestro campo de visión se formaba desde lo alto de la rama gruesa de un árbol.

Instante después, tres bestias enormes se agruparon en la cercanía del árbol, olisqueando por todos lados. Apreté la túnica de Sauto con fuerza, pues reconocía aquellas características animales de las criaturas. Cuernos enormes, espalda ancha y patas de carnero. Las imágenes horrendas de la noche en que murió Mika se arremolinaron en mi cabeza. Solté un pequeño grito sofocado.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora