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49. Como si fuera la primera vez

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Capítulo importante, debería llamarse "despertar x2" jajaja. 

***

Tan pronto amaneció, le pedí a todas mis doncellas que me trajeran algo para comer. Inseguras, ellas se miraron entre sí. Podía entender su perplejidad ante mi mandato, pues jamás me había atrevido a pedirles algo. Generalmente, ellas eran las que me traían todo sin que yo pudiera verme en la necesidad de hablarles siquiera.

—Desperté con mucha hambre —volví a decir, nerviosa.

Todas cuchichearon en silencio, sí, en silencio, porque ni el sonido de sus susurros podía escuchar. Casi como si ellas hablaran con la mente. Solo podía ver la expresión de sus rostros, la forma en cómo sus labios se curvaban al hablar, los movimientos exagerados de las manos o los gestos rebuscados que hacían entre ellas. Solté un suspiro. Todas me miraron.

Una sobresalió entre las demás y se quedó inmóvil, viéndome sin expresión alguna. El resto de mis doncellas salieron de mi habitación sin decir una sola palabra, dejándome a una de sus compañeras de compañía.

Mi plan no iba bien.

Tras unos instantes de mirarnos, me esforcé en sonreírle.

—Me gustaría enviar un mensaje a unas personas, ¿sería tan amable de traerme papel y tinta? —pregunté con gentileza.

Noté cómo su semblante se contorsionaba. Movía los labios, quizá soltando maldiciones en mi contra o podría estar insultándome ahora y no era capaz de escucharla. Era un alivio. A regañadientes, ella comenzó a buscar a los lados, sobre el mueble situado a la par de mi cama y cerca del tocador pegado a la pared. Al no hallar nada, me dirigió una última mirada y soltó un suspiro.

Mientras tenía clavado sus ojos en los míos, hizo un gesto con la mano, indicándome que si me movía de mi sitio en su ausencia, era una joven muerta. Abrí levemente los ojos ante la amenaza, y ella sonrió. Mi doncella abandonó la habitación, apenas si había transcurrido poco tiempo cuando ella asomó la cabeza por la puerta, con los ojos entrecerrados.

—¿Pasa algo? —le pregunté.

Volvió a irse sin decir nada. Hice un breve recuento en mi cabeza, calculando la distancia que ella hubiese marcado desde su reciente partida. Bajé de la cama tan rápido como mis pies me lo permitieron, tomé la silla que estaba cerca y lo arrastré conmigo. Abrí la puerta un poco y asomé la cabeza, esperando que nadie estuviera caminando en el pasillo. Mala suerte. Naseen y el pequeño Magüen venían caminando a pasos apresurados en mi dirección.

Al verme, cerré de inmediato la puerta y trabé la cerradura con la silla. Los golpes en las puertas no tardaron en llegar. Incesante, tan desesperados. Pronto me sentí sofocada, había estado reprimiendo mis emociones ante mis doncellas para que no notaran mi ansiedad por ver mi propio cuerpo. Mis manos temblorosas se guiaron hacia los lazos de mi vestido, tirando, desenlazando...

Era la primera vez que estaba sola, la primera vez que haría algo por mí desde mi despertar en el castillo. Sería la primera vez que vería mi propio cuerpo. Había obedecido sin rechistar a Jhüen porque jamás me había pedido algo y porque no quería que se enojara conmigo. Intenté ignorar el griterío en las afueras pero me era casi imposible.

—Señorita, por favor, abra la puerta.

No lo escuché. Me apresuré a quitar mi vestido tan rápido como pude hacerlo. Al estar completamente desnuda, con todas mis prendas tiradas en el suelo, con miedo empecé a bajar la cabeza. Tenía cerrado los ojos, temiendo lo que podría encontrar o la monstruosidad de cicatriz que podría tener. Había sentido el pequeño bulto en mi piel solo con los dedos, pero no sabía cómo era la apariencia o qué tan terrible podría ser. Tenía miedo.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora