Instantes después, Jhüen irrumpió en la habitación con una sonrisa, trayendo consigo a varias doncellas con bandejas de comida en las manos.

—Ya despertó. ¿Se encuentra bien? ¿Tiene hambre?

Al verlo, me apresuré a llevar las manos a mis mejillas para limpiarme.

—Espere —habló él, acercándose. Se sentó sobre la cama y con un pañuelo que sacó en una parte de su ropa, se apresuró a limpiarme ambos pómulos. Me sentí avergonzada.

—Podía hacerlo yo misma.

—No ahora —respondió nada más—. Agradecería que ellas la ayudaran de ahora en adelante. Por favor. No tenga molestia en ningún sentido. Incluso si uno de sus cabellos se le cae al rostro, deje que ellas se lo recojan y se lo acomoden. No haga nada.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Confíe en mí, señorita. Por favor. Ellas estarán pendientes de cualquier necesidad que tenga, estarán a su lado todo el tiempo. Usted no tenga reparos en pedirle u ordenarle cualquier cosa que necesite o desee. Y si en tal caso, ellas se ponen agresivas, hágamelo saber.

—Pero... no entiendo. No quiero molestarlas. Puedo ocuparme de mis cosas...

—¡No! —exclamó él, agitado— Solo... por favor, escúcheme esta vez.

Sus palabras fueron un golpe de realidad para mí. Estaba molesto. Jhüen que jamás se había enojado conmigo o mostrado algún tipo de expresión molesta en su rostro, había levantado la voz por primera vez. Bajé la mirada sobre las sábanas y comencé a jugar con mis manos.

—Está bien —accedí.

No sabía cómo me sentía realmente. Lo que pasó después de haber aceptado, me quedé abstraída en pensamientos sin sentido. Recibí los platos que las doncellas me ofrecieron sin prestar demasiada atención. Si Jhüen dijo algo después, no lo escuché.

Ya entrada la noche, viendo a mis doncellas sentadas al pie de la cama, me dispuse a preguntarles algo que llevaba inquietándome desde hacía rato. Pero temía que ellas se molestaran. Lo extraño era verlas tan calladas, no emitían sonido alguno, tan solo se dirigían miradas cómplices y movían los labios pero no se le escuchaba nada. No era balbuceo tampoco.

Quizá Jhüen o Sauto les prohibió hablar enfrente de mí y limitarlas a obedecer mis órdenes hasta el más mínimo detalles, sin rechistar. Tal vez era ese el caso.

Pero algo se sentía extraño.

¿Qué tanto había cambiado el castillo?

Dudaba que hubiera cambio alguno. El hecho de regresar con una mentalidad diferente a lo que tenía antes, no creía que ellos hubiesen cambiando en absoluto. Naseen al menos era un poco más abierto y amable, mis doncellas seguían actuando con la misma indiferencia, aunque ahora no soltaban comentarios innecesarios o insinuaran cualquier cosa. A veces me daba la impresión de que sentían lastima por mí, aunque no sabía exactamente por qué.

Me sentía rara, fuera de lugar. Algo no andaba bien, ni la actitud de Jhüen se me iba a la cabeza. Su rostro serio seguía molestándome mucho. Tal vez estaba realmente enojado por haberlo desobedecido la última vez. Pero... aun así, siempre creí que Jhüen no era ese tipo de persona.

La frustración comenzaba a aumentar. Contuve el impulso de pellizcarme fuerte las manos o alguna parte de mi cuerpo para alejar mis pensamientos y así concentrarme en el dolor que me provocaría al hacerlo. No, no iba a hacer eso.

—No fue una orden. No fue una orden —empecé a balbucear—. Dijo por favor. ¿Verdad?

Solté una risa pequeña.

"No es una orden, es solo un favor que me pidió", pensé para mí misma, intentando calmar el gran torbellino de pensamientos que inundaba mi cabeza.

Elevé la mirada ante el movimiento que percibí de reojo. Enfrente, una de mis doncellas me tendió un pedazo de papel doblado.

No habló ni esperó a que lo revisara, se marchó para encontrarse con sus compañeras en silencio. Desdoblé el papel despacio para leer su contenido.

"Nuestro señor jamás se comportaría de manera brusca si no lo cree pertinente. No malentienda sus palabras. Es por su bien, ¡SIEMPRE LO ES!"

Era solo un mensaje, pero con esas letras pude percibir el fastidio. De alguna manera, en ese pedazo de papel podía sentir la molestia de todas, no porque hubiese remarcado "siempre lo es" en letras grandes, sino por la forma en cómo me miraron poco después de haberlo leído.

Me quedé quieta, sin hacer nada y sin poder salir de mi habitación durante los próximos días. Sauto no vino a verme en ningún momento, Jhüen era el único que venía a preguntar por mí o a veces pasaba el rato leyendo un libro sin decir una sola palabra, en silencio venía y se marchaba de la misma manera.

Extrañaba mucho a Lorenzia y a Don Florentino, quería saber cómo se encontraban. Incluso Naseen apareció con el gato, algo que me alivió bastante porque no sabía si estaba bien.

Estar tanto tiempo encerrada me hizo darme cuenta de varias cosas. Tenía tanto tiempo libre para pensar, que incluso recordé cómo era esta habitación antes. No había cambiado mucho, pero sí que algo faltaba.

Los espejos.

Las ventanas que antes habían sido de vidrios, ahora eran de maderas. Antes me había parecido de lo más extraño pero jamás le presté mucha atención. Y no fue hasta una noche, que me desperté a causa de una pesadilla. Me había llevado la mano al rostro para frotarme los ojos, y mientras lo hacía, mis dedos sintieron una textura diferente en mi mejilla derecha.

Extrañada, palpé con cuidado esa zona y otra más. Y aún sin poder ver nada, reconocí a través de mi tacto una gran cicatriz que partía mi rostro.

No había sentido la necesidad de tocarme la cara o ver mi propio cuerpo, porque mis doncellas andaban pendientes de hacer todo por mí. Varias ideas comenzaron a arremolinarse en mi cabeza. No conseguía asimilar siquiera mis pensamientos sin sentir cómo el miedo tomaba control de mi ser.


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Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora