No había sido por el regalo de Fausto, en gran medida se debía a la bondad y la amabilidad de los dos Sauto. Recién me daba cuenta que Jhören no era bueno con las palabras, mientras que Jhüen podía decir las cosas exactas en el momento exacto; y Jhören actuaba de manera un tanto brusca algunas veces, pero también era gentil y podría decirse que se expresaba más con acciones. Si no fuera por todo eso, dudaba poder encontrarme en donde estaba ahora, rodeada de personas como Lorenzia, don Florentino y Fausto.

Había sonreído porque gracias a todos ellos poco a poco comenzaba a forjar mi futuro, mi felicidad. Comenzaba a creer en mí y a dejar de darle valía a las palabras que me tacharon de ser un objeto con valor. Que era importante para ciertas personas; era querida, era amada, no por lo que podría ofrecer sino por ser Rías, por ser yo. No necesitaba a una gran cantidad de personas a mi alrededor, solo la compañía necesaria para sentirme plena, bastaba tener a mi lado las personas correctas.

Ahora lo comprendía muy bien.

"Lo desea, todo el mundo quiere un amor. No podría tener una familia si usted no sabe amar o si usted misma no se permite ser amada"

Me prometí agradecerle a Jhüen la próxima vez que lo viera, ahora entendía sus palabras a la perfección.

—Gracias, Sauto —volví a decirle a él.

—Solo esta noche, me gustaría que me tratara con más confianza —pidió.

Me apresuré a limpiar las pocas lágrimas que comenzaban a brotar de mis ojos, e intenté en vano detener mi repentino lloriqueo para evitarle a él un momento incómodo, pero sentía más la necesidad de hacerlo mientras más reprimiera las ganas.

Sauto se alejó. Al hacerlo, las hojas caídas y las ramas de los arboles crujieron bajo su peso y el movimiento súbito.

—Lo siento —contestó, apenado—. ¿Hice algo mal?

Sacudí la cabeza en negativa. No podía hallar las palabras para describir cómo me sentía en este preciso instante. Él volvió a acercarse, tomó una de mis manos y tiró de ella, su acto me sorprendió y perdí el equilibrio pero la recobré justo en el regazo de Sauto. Él permitió que apoyara mis dos manos sobre su pecho, mientras uno de sus brazos se apresuraba a sostener mi cuerpo por la cintura.

—No tiene por qué llorar tanto —susurró él en mi oreja, su tono era calmado mas no aliviado—.Me hace sentir mal.

Al pronunciar lo último, no logré descifrar cómo se sentía o qué quería transmitir con sus palabras. Sauto comenzaba a guardar sus sentimientos.

—Sonría —volvió a decir—. No ha hecho más que menospreciarse estos días.

Aquello probablemente era cierto.

—Venga conmigo. Deje que le muestre algo bueno.

No me dio tiempo para responder. Él me apretó más a su cuerpo y en un abrir y cerrar de ojos —literalmente—, ambos nos trasladamos a un lugar desconocido. Tampoco conocía mi posición anterior, pero este nuevo sitio era sin duda algo irreal, mágico, que no podría hacerle comparación a ningún otro.

Él me soltó despacio. Elevé la mirada hacia el rostro de Sauto para ver lo que antes había percibido de él. En efecto, sí tenía vendado los ojos.

—¿Por qué la venda? —le cuestioné.

Él formó una media sonrisa.

—¿Para no abrir los ojos? —respondió sin tomar en serio mi pregunta.

—Nunca los ha abierto. —Refunfuñada, me giré sobre mis talones para hacer el intento de ignorarlo.

—Usted sabe que eso no es cierto. No me gustaría volver a ponerla en una situación similar al anterior, eso es todo.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora