Acarrear agua era una de las tareas que poco me gustaban, pero me complacía mucho poder ser de ayuda y Lorenzia de vez en cuando se quejaba de dolores de espalda. Casi la mayoría de veces, Florentino se ofrecía a hacer los oficios más pesados, y sentía que eso no bastaba. De alguna forma, me sentía obligada a aligerar la carga para ambos. Era más joven y mucho más energética. Ellos eran ya mayores y me desconcertaba verlos trabajar tan duro.

Una idea pasó en mi cabeza al recordar el sueño de la pareja. Iba a comentarle a Lorenzia sobre ello, mas su esposo entró en la cocina, viéndome con apremio.

—Rías, la señora desea que le des un paseo a este jovencito. —Él me sonrió. Su rostro amable se inclinó a un lado y se apartó para dejar a la vista a un pequeño niño de cabello blanco, que tomaba a Florentino de las manos.

Sin poder creerlo, me apresuré a estar a su lado. Asentí con la cabeza.

No tenía la más mínima intención de tomar al niño de la mano, tenía malos recuerdos de su actitud grosera cada vez que me ofrecía a ser amable con él; pero me sorprendió cuando este tomó la iniciativa de ir de ese modo. Bajé la cabeza y me fue inevitable sucumbir ante la carita sonriente que me veía con sumo cuidado, como si temiese que fuera a reñirlo por tocarme sin permiso.

Al dar nuestro primer paso fuera de la cocina para encaminarnos al recibidor, el niño se zafó de mi agarre y comenzó a saltar de la emoción.

—¡Sauto! —decía con euforia—, la princesa aceptó ir conmigo.

Abrí los ojos ante esa mención. Intenté alcanzarlo para cerrarle la boca e ir al paseo, pero me detuve de inmediato al ver la expresión ensombrecida de Sauto. Sus cejas robustas se arrugaron, en señal de molestia.

—Jhören —se corrigió el niño de inmediato.

No importaba como mirase a Jhören, poseía atributos memorables que difícilmente una mujer podía apartar la vista una vez que sus ojos posaran sobre él. Su cabello corto, negro y alborotado le daba un aspecto relajado y simple, pero sin hacerle perder su aire de grandeza.

Ahora la expresión de Sauto pasó de ser neutral a uno de evidente molestia. Por desgracia, el pequeño niño parecía no darse cuenta.

—Esto es un basurero a comparación de nuestro castillo —comentó dando vueltas sobre sus talones. Se detuvo y se acercó a mí—, ¿por esto nos dejó, princesa?

Observé a mí alrededor esperando alguna ayuda, solo me llevé una sorpresa al ver los semblantes serios de cada uno de los presentes. Ansiaban escuchar una respuesta, incluso el rostro de Jhören había adquirido una expresión interesada, y Naseen se mantenía al margen, parecía divertirle este asunto.

—Aquí hay un río muy bonito, ¿quieres ir a verlo? —pregunté en su lugar. Metió uno de sus dedos a la boca, quizá pensando en si debía aceptar o no.

Antes de que pudiera escuchar su respuesta, la señora Mirian se aclaró la garganta. Quería que me marchara. Me apresuré a disculparme con todos y saqué al niño de la sala principal, temiendo haber causado molestias.

No sabía cómo interpretar las acciones del pequeño niño, si cuando vivía en el castillo se comportó muy grosero. Se dirigía a mí como si le debiera algo, como si ellos no hubiesen influido en mi huida. Sacudí la cabeza. No otra vez. No quería dejarme llevar por esos pensamientos que se inmiscuían en mi mente sin querer.

Los árboles que rodeaban la casa se mecían de un lado a otro, algunos pájaros abandonaron el bosque despavoridos. Miré el camino empedrado y traté de mantenerme expectante de los saltos que hacía el niño sobre las piedras que sobresalía más que las otras en la tierra. Al verlo saltar varías veces, se me vino a la mente la imagen de un gato que brincaba sobre mesas, techos o en los muros.

Me volví hacia él.

—¿Quieres ir al río?

—No —contestó, deteniéndose de sopetón—. Jhören se marchará pronto, me dejará atrás si me alejo mucho.

Me acuclillé a su lado, repasé con mis dedos la tela de su traje verde musgo, componiendo el pequeño listón enrollado alrededor de su cuello. Parecía un niño bastante amable, con su piel morena y ese peculiar color de cabello. Estuve a punto de reír al recordar que antes le vi al niño unos bigotes en las mejillas y orejas de gato en la cabeza. Noté esas rarezas en su aspecto, pero nunca me importó o le atribuí demasiado significado.

—Seguro te esperará —intenté tranquilizarlo y porque quería alejarme un poco de la casa—. Sauto no es malo —añadí.

—Lo es —dijo el niño.

Lo miré a los ojos.

—Sauto es malo —replicó.

—Por supuesto que no. Seguro te habrá regañado un par de veces por hacer alguna travesura.

—Jhören es malo —volvió a corregirse. Él sacudió la cabeza. Sus pequeñas manos viajaron hacia sus brazos para acariciarlo sobre la prenda, como si tuviera frío e intentara entrar en calor.

—Sauto Jhüen no ha vuelto a aparecer desde que usted se marchó —comentó, viéndome con tristeza—. Regrese con nosotros, así Sauto no volverá a abrir los ojos.

Tragué saliva. No podía evitar que mi curiosidad se aflorara ante esas palabras, en especial porque mis antiguas doncellas habían comentado algo sobre los ojos de Sauto. Más allá de esa inquietud, pensé en Jhüen.

—Jhören no abrirá los ojos —dijo de nuevo. Parecía tan acostumbrado a llamarlo Sauto que se le dificultaba nombrar a su amo de otro modo.

De nuevo y, esta vez, traté de escrutar bien el rostro del niño para verificar que dijera la verdad. No podía confiar del todo en sus palabras, no podía hacerlo, sabiendo su trato hacía mí en el pasado. Era un niño, lo sabía, y como tal, ellos podían actuar de ese modo, pero no sabía si era lo correcto creerle o si solo era un engaño para hacerme sentir mal por mis decisiones precipitadas.


***

El cambio de actitud que puede tener un personaje no es bipolaridad. En esta historia puede ser manipulación... o simplemente confusión. 

Los monstruos son manipuladores, son engañosos, son mentirosos. Ténganlo en cuenta.

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Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora