—¿Por qué no? Jhören me trajo del castillo hasta aquí de esa manera. —Mi voz no salió tan tranquila como esperaba.

Quería agregar que no me había percatado de ese detalle y que, de haberlo sabido, habría desistido.

—Eso es porque Sauto no puede ver con los ojos ni aunque quisiera. Su forma de ver es un tanto peculiar.

—¿Cómo?

Él solo rio. A diferencia de la risa de Jhören, él reía más despacio, más suave.

—Podría abrumarla, señorita, deje que Jhören se lo diga.

Asentí con la cabeza. De inmediato recordé lo que ansiaba preguntarle, debía hacerlo ahora que tenía la oportunidad. .

—Aún no sé su nombre —afirmé.

Guardó silencio unos instantes.

—Sauto Jhüen.

¿Sauto?

Una sensación extraña se instaló en mi pecho. Acompañado de ese nombre, también llegó a mi mente una palabra que despertaba mi curiosidad. Juguete. Alguien me trató como si fuera el juguete de Jhüen. ¿Eso qué significaba?

—¿Cómo prefiere que lo llame? —pregunté.

—Solo Jhüen me parece perfecto —respondió. Hizo una breve pausa—. No se me permite ser nombrado de otro modo.

—¿No?

—Sauto es el nombre del amo, solo él puede decidir quién usará su nombre.

—¿Significa algo? —quise saber—. También acompaña su nombre.

—Significa poder y autoridad en el castillo.

—Suena complicado.

—Le advertiré algo importante. —De pronto su tono se volvió serio—. De ser posible, evite usar ese nombre frente a Jhören.

—Comprendo. Él es uno de los señores del castillo, pero solo el amo puede usar el nombre real.

Lo escuché reírse.

—Él es el amo del castillo —aclaró todavía riendo—, pero incluso el mismísimo Sauto tiene sus reglas.

No lo entendía completamente, pero no iba a cuestionar sus razones. Sus pasos comenzaron a ralentizarse. Me atreví a mirar mi entorno, encontrándome con la inmensidad del castillo a unos pasos. Él me colocó sobre el suelo con los pies descalzos tan pronto estuvimos en el interior. Las baldosas que pisaba eran muy frías.

La caminata al castillo duró un buen tiempo, para cuando comencé a pisar el gran corredor principal, me pareció que todo había vuelto a la normalidad. Cada recoveco del castillo se encontraba en silencio y sin rastro de las personas que se habían reunido en la entrada.

—¿Dónde están todos? —pregunté—. ¿Están bien?

—Es muy generosa al preocuparse por nosotros —respondió él, caminando a mi lado con las manos enlazadas a su espalda—. La mayoría se ocupan de sus asuntos ahora.

—¿Y Sauto?

—Está descansando.

Conforme avanzaba hacia mi habitación, una nueva sensación se instaló en mí, impidiéndome entrar a mi aposento. Traté de caminar despacio y, justo como mi mente decía, él también acompasó sus pasos con las mías. No logré que el trayecto durara más. Habría querido platicar con él por más tiempo y disfrutar de su agradable compañía. Era amable conmigo, demasiado en realidad.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora