Capítulo 70

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«—Seguiremos juntos —parpadeo ante la luz y me sorprendo al ver que me encuentro sobre arena y a mi lado se encuentra Tau.

—¿Dónde estamos? —todo se ve extraño.

Demasiado luminoso. Demasiado colorido... todo falso.
Tau ondula ante mi visión pero tras parpadear, permanece igual.

—Admirando el Sahara.

—¿Dónde está nuestro hijo? —miro a Tau y veo que se ha alejado y ahora se encuentra caminando muy lejos de mi—. Espera... ¿a dónde vas?

—Te están esperando —es lo que escucho cuando por fin le doy alcance pero la arena no me deja avanzar más lejos.

—¿Quién me está esperando? —grito para que me escuche pero parece que no me pone atención y sigue caminando sin voltear a verme—. ¿Dónde está nuestro hijo?

Esto parece captar su atención, y cuando se detiene, me mira sobre su hombro con una sonrisa en los labios.

—Nosotros no tenemos ningún hijo —susurra sin perder la sonrisa.

—Eso no es cierto —un nudo se instala en mi garganta y cuando intento avanzar, caigo de rodillas.

El sol está comenzando a quemar y la piel me está ardiendo.

—Es verdad —asegura y los ojos comienzan a picarme—. No has estado embarazada y en tu cuerpo está claro que no ha pasado. Tus pechos siguen normales y tu estómago está liso.

Un dolor desgarrador me inunda el pecho y no lo soporto.
Me derrumbo sobre la arena con las lágrimas bajando por mis mejillas mientras me pongo boca arriba.

Lo único que escucho es la brisa y el sol brilla mucho, pero no me importa, no aparto la vista de el.

—Zaya —escucho mi nombre pero no me muevo—. Zaya...

Ignoro la llamada y me quedo tendida. Ni siquiera me muevo ni grito cuando la arena comienza a cubrirme, ni cuando se mete en mi garganta y mi nariz y comienza a asfixiarme.»

Me irgo rápidamente y escupo agua mientras comienzo a toser.

—Alteza —un hombre calvo me mira y por lo que alcanzo a ver entre el agua en mis ojos distingo que es un sacerdote—. Ha regresado.

—Zaya —al girar mi rostro veo a Tarik y el frío que se había instalado en mi cuerpo comienza a desprenderse—. ¡Gracias a los dioses! Regresaste.

Me acerca a él y al envolverme entre sus brazos por encima de su hombro distingo a Tau quien no se pierde ningún momento.

—¿Qué... de qué están hablando? —toso un poco y al respirar siento que ya no me estoy muriendo—. ¿Por qué estoy dentro de... esto?

—Habías muerto —Tarik me ayuda a salir y cuando lo escucho me quedo quieta—. Cuando... cuando regresamos dejaste de respirar y no podíamos dejar que te fueras. No podía... no podíamos perderte.

—¿Cómo...?

—Los dioses nos permitieron traerte de regreso —me explica el viejito y veo que es un tanto... diferente a los otros sacerdotes que me he encontrado—. Por suerte tu alma no se había alejado demasiado y todavía había esperanza.

—¿Dónde está... dónde está mi hijo, nuestro hijo? —le busco pero solo estamos en la habitación Tau, La pasa, Tarik y yo.

—Esta con Henutsen —habla por fin Tau y cuando un poco de luz le ilumina, veo que tiene los ojos rojos e hinchados.

—Su padre... —miro entre ambos pero tienen la vista gacha.

—Esta muerto —dice Tarik.

—Lo lamento —susurro y no puedo evitar sentirme... triste.

—No hay nada que lamentar —Tau parece querer venir a mi lado pero lo piensa mejor y se queda en donde está—. Tenía que suceder.

Se ve devastado... demacrado y profundamente triste.

—Ven, necesitas descansar —antes de que puedo decirle algo, Tarik me saca del agua y me lleva con cierta urgencia y a la vez delicadeza hacia la puerta mientras me echa en los hombros una manta—. Debes querer verlo. Es precioso, Zaya. Es un hermoso varón.

Con estas palabras dejo una parte de mi corazón muriendo en esta habitación y voy hacia otra en donde se encuentra la nueva parte de él.

Casada con el faraón. [J. R. 1]  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora