Capítulo 11

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Toda la velada estoy distraída.
No puedo sacarme de la cabeza la propuesta que me hizo Cadmus y la verdad no sé cómo afrontarla.

—Zaya —al escuchar mi nombre regreso de mis pensamientos y me encuentro con Tau mirándome preocupado—. ¿Estás bien?

—¿Eh? Oh sí... solo algo cansada supongo —me excuso pero sé que Tau no se lo traga.

—Sabes que puedes contarme lo que sea... —canturrea y su voz hace que mi cerebro se convierta en gelatina.

—Yo... no creo que sea conveniente que te llene la cabeza de cosas sin sentido teniendo todas tus tareas y ocupaciones con el trono.

—Todo lo que te sucede a ti me interesa —al escucharlo las mejillas se me incendian—. Ahora, cuéntame eso que según tú no es interesante para mi vida.

Y así sin poder resistirme a la voz aterciopelada y esa mirada calmante, se lo cuento.
Le cuento sobre Cadmus y su propuesta y el miedo que le tengo a la respuesta que debo dar.

En todo el momento en el que le cuento a Tau, su rostro se vuelve serio y calculador como el de todo un rey y ahí es cuando se que será un excelente faraón.

Tras un momento de silencio, por fin habla, aunque su respuesta no me sirve de mucho pero si logra tranquilizarme un poco.

Mientras camino a casa, pienso en las palabras que le diré a Cadmus cuando lo vea.

Al llegar a casa me encuentro con la sorpresa de que no tendré que esperar mucho, ya que Cadmus está en la sala al lado de mi madre y de mi hermano, Adio.

—Hija mía —mi madre al verme me envuelve en sus brazos tomándome el gesto por sorpresa ya que nunca lo hace—. ¡Que alegría que has regresado!

—¿Qué sucede aquí?

—Nada, nada por lo que debas preocuparte —la sonrisa no desaparece y esto me está inquietando un poco ya que estamos hablando de mi madre—. Aquí Camus vino a darnos la espléndida noticia. En hora buena, hija mía.

—¿Noticia? —miro a todos—. ¿De qué están hablando?

—De tu compromiso con Cadmus —al escucharlo salir de los labios de mi hermano, me quedo de piedra—. ¿Por qué no nos dijiste nada?

—Porque no pensaba aceptar la propuesta —susurro y el rostro de mi madre se descompone y al ver a mi hermano veo... ¿alivio?

—Cadmus, cariño —llama mi madre al chico sin apartar la vista de mi—. ¿Por qué no te pasas mañana por la mañana? Necesitamos hablar unas cosas la prometida y yo.

—Claro, señora —cuando camina hacia mí me hago para atrás haciendo que vacile y es suficiente ya que continua con su camino mientras sigo con la mirada a mi hermano.

Cuando la puerta se cierra no le he quitado aún la vista pero soy obligada a apartarla por mi madre quien se pone en medio.

—Adio, por favor retírate que necesito hablar con tu hermana —veo a mi hermano irse como buen obediente que es.

Cuando quedamos solo nosotras dos, comienza a regañarme e insultarme por mi falta de conciencia ante la propuesta.

—¡Eso es lo que quieres tu! —estalló cuando ya no puedo seguir soportándolo—. ¿Alguna vez te has puesto a preguntar lo que quiero yo? Pensaba postularme como candidata a la corona.

—¡Lo que tú quieras no me importa! —truena con la cara roja del coraje—. ¡En esta casa se hace lo que yo quiero y si no estás de acuerdo, puedes largarte de aquí mismo! ¡Tus fantasías de poder casarte con uno de los príncipes jamás se hará realidad, entiéndelo! Cadmus es la mejor y única opción que tendrás porque si el imperio cae, nuestra vida se irá en picado...

—¡Pero no es lo que quiero!

—¡No me alces la voz! —la mano de mi madre viene seguida de estas palabras así volteándome la cara con una bofetada.

Me llevo la mano al lugar y siento cómo arde y sé que está fea porque me pego con la mano donde tiene los anillos.

—Zaya...

Me alejo de ella caminando a mi habitación donde me encierro y me quito las ropas. Sin soltar una lágrima me cambio y salgo a la fría noche.

Casada con el faraón. [J. R. 1]  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora