119. Si Fallas En Esto...

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Las puertas de las estancias privadas de Heda se abrieron abruptamente y Ontari entró en la habitación. Lexa que estaba sentada junto a Halena en la orilla de la cama se levantó tan rápidamente que ni Ontari lo esperó.

A pesar de ello, Ontari se dirigió directamente a la niña con un frasco en su mano. En cuánto Lexa se percató, viendo como Ontari se disponía a acercarselo a Halena, reaccionó instintivamente llevando su mano a su muñeca cerrandola con fuerza para detenerla.

Ontari volvió la cabeza viendole peligrosamente muy cerca de ella.

—Si fallas en esto —advirtió fríamente la Heda de los Trece Clanes con amenaza en la voz contemplando muy cerca sus ojos—. Te mataré.

—Nadie entiende tanto de venenos como yo —repuso Ontari en un arrastrado susurro sosteniendo fríamente su mirada—. Creeme cuando te digo, que no fallaré.

Lexa que contempló sus ojos largamente durante unos tensos instantes finalmente la soltó despacio cargada de expectante tensión. Ontari que poco a poco apartó la mirada deslizó su mano por debajó de la espalda de Halena elevando su cuerpo al tiempo que llevaba el frasco a sus templados labios vertiendo lentamente su contenido en el interior.

El olor a flores marchitas llegó a ella contrarrestado tan solo por el agrio aroma del antídoto que ella misma había elaborado con las especias y aderezos que había hallado entre las cosas que el maestro había utilizado contra la niña.

El veneno que el viejo maestro había utilizado solía encontrarse en unas silvestres e inusuales flores que solo crecían cerca de las montañas de Arcadia. Seguramente su intención no era otra qué que se hallase esas flores en las estancias privadas de Wanheda, y que revelasen que ella era la propia causante de la muerte de la pequeña. Eso crearía la necesaria desconfianza para que la Heda de los Trece Clanes la apartase de su vida, y emprendiese su lucha de nuevo contra el decimotercer clan antes de que afianzasen su poder ante el resto de los clanes.

La tempestad azotó con fuerza las devastadas cortinas que golpearon la mojada pared exterior creando un sonido pastoso y constante que provocó aún mayor inquietud que lo anterior. Lexa que tenía la mirada fija en la niña se movió inquieta tras Ontari, expectante a lo que pudiese pasar a su alrededor.

En cuánto el frasco fue vaciado en su boca y el acre líquido marrón llegó a su interior. El cuerpo de Halena dio un respingo y convulsionó. Ontari sujetó a la niña con fuerza y Lexa se asustó de verdad.

—¿Qué has hecho? ¿Qué le has hecho? —le espetó la Heda de los Trece Clanes muy nerviosa e inquieta disponiendose a apartarla de ella.

Ontari que volvió la cabeza para verla sintiendo a la niña sacudirse entre sus brazos clavó sus ojos en Lexa.

—Dale un minuto, ¿quieres? —repuso ella con dureza, volviendo la mirada a la niña viendo como de su nariz y de sus ojos brotaba espesa sangre oscura con matices azulados. Ontari cerró los ojos e imploró porque funcionase cuando de pronto la niña despertó buscando bruscamente conseguir aire completamente desorientada y asustada antes de volverse hacia un lado, vomitando violentamente sobre el suelo junto a Ontari.

Lexa que retrocedió unos pasos con los ojos fijos en ella muy impresionada, vio a Ontari pasar la mano sobre su espalda para permitirle que expulsase todo el veneno de su organismo que aún no había expulsado con su sangre.

Ontari que sintió alivio al sentirla vomitar bajo su mano de esa forma levantó la vista hacia Lexa.

—Se pondrá bien —le aseguró ella con un sereno gesto viendo el rostro compungido de Lexa—. Necesitara tiempo, pero se pondrá bien...

Lexa que se veía incapaz de apartar sus ojos de la niña, la vio temblorosa y asustada entre los brazos de Ontari levantando la vista abrumada y débil entre lágrimas de sangre que seguían deslizandose lentamente por su rostro buscando a tientas su figura, viendo a Lexa de pie allí.

—Madre —murmuró entrecortada y roncamente Halena con ardor en la garganta—. ¿Tú estás bien?

Lexa que la escuchó hablarle así se acercó rápidamente a ella abrazandola con fuerza sin importar cuánto sangrase o vomitase.

Esa era su niña, su pequeña, a la cuál había prometido su vida y la cuál le había devuelto en buena parte la suya.

Ontari que la soltó despacio viendola segura en los brazos de Lexa se apartó de la cama retrocediendo para concederles este necesitado momento.

Le costaba admitirlo mucho más de lo que deseaba reconocer, pero que Halena se encontrase a salvo, era algo que la hacia sentirse casi tan bien como si hubiese sido Eilan quien había salvado su vida gracias a ella.

Titus era un consagrado maestro conocedor de todas las cosas pero ella se había críado de la mano de la Reina Nia en la implacable Azgeda donde los venenos, las intrigas y las maquinaciones era el pan de cada día.

Puede que Titus tuviese razón en algunas de las cosas que le dijo, sin embargo lo que desconocía es que su poder y su influencia no eran nada en comparación con la que la Reina Nia había ejercido con ella, sobrevivirla, sobrevivir a él la convertían en una autentica guerrera y una guerrera como ella sería capaz de cualquier cosa por mantener a salvo a los suyos y ahora Halena era parte de los suyos.

El viejo maestro fleimkepa si no lo estaba ya, podía darse por muerto.

Continuara...

Asumámoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 1. (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora