109. Traición

531 58 69
                                    


El sol ha empezado a ocultarse tras las elevadas y lejanas montañas de Polis y en la Torre, las velas apostadas en cada rincón de las estancias privadas de Lexa titilan por la suave brisa que se cuela a través de los amplias ventanas de ella.

La Heda de los Trece Clanes ha enviado lejos al maestro Titus en busca de algún remedio que pudiese salvar la vida de Halena, su heredera. Aden se ha llevado a Natshana con él, y ha regresado con los otros natblidas para que ella pudiese estar a solas con la pequeña.

La rabia y la impotencia han dado paso a la más absoluta devastación para Lexa. Halena, parece empeorar con las horas y ella ya no sabe que más hacer para remediar eso. Siente que solo le queda esperar a que lo inevitable suceda.

Eso la desespera.

Sabe que la muerte no es el final, más no quiere que esta sea la forma en la que Halena abandone este mundo. Se niega. Sin duda, ella merece algo mejor. Una muerte plácida y honrosa, una a ser posible dentro de muchas decadas en su cama dormida o tal vez en el campo de batalla a su lado. No así. No de esa injusta y dolorosa forma.

Lexa que está sentada en la orilla de la cama junto a ella sin soltar su mano ve como una nueva oleada de temblores la aqueja, y tiene que cerrar sus ojos antes de apartar la mirada de ella incapaz de soportar más tanta impotencia.

—Un segundo más, un segundo más y habrá pasado —se repitió ella en apenas un susurro—. Habrá pasado, habrá pasado...

Una solitaria lágrima escapa de sus cerradas pestañas y recorre su cara en silencio.

No puede soportarlo más, sencillamente no puede. Han ocurrido demasiadas cosas a su alrededor, demasiadas para afrontar en tan poco tiempo, pero ninguna de ellas ha conseguido quebrantar tanto su espíritu como está.

Los temblores parecen durar mucho más tiempo está vez y Lexa aparta de ella poniéndose en pie. Sus manos se dirigen a su rostro y se deslizan hacia su pelo tratando de reprimir tantas y tantas emociones intensas que la abruman en ese momento.

Va a perderla...

Va a perder a Halena, tal como perdió a Anya, tal como perdió a Costia y no hay nada que este en su mano, nada que pueda hacer para salvarla tampoco a ella.

Es la Comandante de la Sangre, pero no porque sus enemigos la teman, es porque todos los que alguna vez le son queridos son arrebatados con ella.

Todo cuanto es, todo cuanto alguna vez creyó poder ser, es absolutamente mentira. Una mentira convincente que se ha contado durante demasiado tiempo tan solo para ser capaz de llegar a la siguiente puesta de sol sin sucumbir a la maldición que la acecha. Una tormentosa forma de vida. La única que verdaderamente ha aprendido a soportar con el tiempo.

La única que le han enseñado.

Halena debe estar soportando un verdadero infierno y Lexa es muy consciente de ello. Esa sensación de ahogo que le oprime el corazón, ese ardor que le atenaza cruelmente el estomago no debe ser ni comparable a su intenso sufrimiento.

Lexa que no sabe si es verdad o si su mente está jugando con ella, escucha en su cabeza un débil gemido, una especie de lloriqueo lastimero que la aturde aún más si cabe. Esa demoledora sensación, ese doloroso sentimiento es demasiado desestabilizador para ella, demasiado duro para ella. La hostiga, la asalta y la abruma de una manera incomprensible para ella, llevándose las manos a los oídos trata de detener todo ese avance en su cabeza. Las imágenes que ve, los sonidos que escucha, las ideas que le sobrevienen y la acometen sin control.

Son las voces de los otros Comandantes, aquellos que estuvieron antes que ella.

"El amor es debilidad, Lexa..."

"El amor es debilidad..."

"El amor, el amor..."

"El amor, Lexa..."

"Es debilidad"

Todas esas entremezcladas voces en su cabeza hace que el dolor resulte lacerante, insondable.

"Ser Comandante es estar sola"

"Sola, Lexa..."

"Sola..."

—No —musitó Lexa para si sin abrir los ojos con las manos aún sobre su cabeza—. Callaos. No quiero oírlo más, callaos...

"El amor es debilidad, Lexa" resonó nuevamente en su cabeza.

—¡Callaos! —gritó Lexa desgarradoramente con impotencia antes de golpear con fuerza la destartalada pared hundiendo su mano en ella. Está se desquebrajó bajo su fuerza y al sacarla bruscamente la sangre negra comenzó a emanar lentamente de ella.

Ni siquiera era humana, no lo era...

Respirando agitadamente sintió las lágrimas llenar sus ojos aunque no se permitió dejar caer ni una sola de ellas, apoyó las manos de la pared y la frente de ella tratando de lidiar consigo misma y con todo lo que sobrellevaba dentro de ella.

El eco la traición planeaba sobre ella, alguien, uno de los suyos había conspirado contra ella. La había herido de una forma que nadie más había conseguido hacerlo y eso era imperdonable para ella. Quién había podido ser, era aún un misterio. Uno que pronto resolvería, Titus no tenía razón certera para inculpar a Clarke. Ella apreciaba a Halena, lo había demostrado la noche en que la conoció.

Clarke había trabajado codo con codo con ella para conseguir una paz firme y duradera, no echaría tanto sufrimiento por la borda solo por ofenderla a ella. No la odiaba de esa manera, ya no...

Ontari no tenía motivo alguno para recelar de ella, ahora era reina, gracias a ella y lo más importante había recuperado al heredero indiscutible de Azgeda.

Roan era demasiado astuto e inteligente cómo para perder el justo poder que le otorgaba el estar unido a ella y Aden, no suponía amenaza alguna para Halena puesto que sabe que ella no es una natblida y en ningún momento podría disputarle la posibilidad de ser Comandante.

Nadie tenía suficientes motivos para tratar de apartar a Halena de ella. Nadie, excepto...

El rostro de Lexa cambió súbitamente cuando la realidad se impuso ante ella.

"Titus..."

Su más duro e inflexible maestro, aquel que era como un padre para ella quiso desligar a Halena de ella, se sublevó e incluso no enmascaro su disgusto al decidir ampararla ella. Titus era el único con acceso a esa clase de veneno, el único a los que los siervos de la Torre no osarían desobedecer después de a ella.

¿Cómo no pudo verlo antes...?

¿Cómo no pudo ver que él estaba trás todo aquello?

Lexa se llevó la mano al pecho cerrando los ojos con fuerza sintiendo crecer toda aquella rabia y toda aquella ira de nuevo en su interior. Su casi padre, su maestro... la había traicionado de la forma más vil y mezquina que se le ocurría en ese momento.

Halena iba a morir y todo, ¿por qué? ¿por una cuestión de infundados celos? ¿por una necia creencia de hacía generaciones? ¿por la incoherente idea de que amar debilita? ¿sólo por eso?

Era absurdo.

Su pequeña iba a morir entre dolorosos y terribles sufrimientos sin motivo alguno, y era completa y disparatadamente absurdo. Eso era, era absurdo, lo más absurdo que había oído jamás, lo más absurdo que... que...

Sin apenas ser consciente de ello, Lexa había comenzado a llorar apoyada de la pared con la mano aún aferrada a su pecho con fuerza. Lás lágrimas se deslizaban por su cara, como hacía demasiado tiempo que no pasaba eso y la sensación de opresión fue aún más demoledora que la vez anterior.

Deslizando la espalda por la pared la Heda de los Trece Clanes, la mujer más poderosa y peligrosa que el mundo había conocido alguna vez se dejó caer por ella quedando sentada en el frío suelo mientras todo aquel dolor afloraba a través de ella. Todo lo que sentía en aquel momento ya ni siquiera era rabia, todo se había convertido en pura tristeza...

Una tristeza de la que nadie jamás sabría...

Continuara...

Asumámoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 1. (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora