32. Debemos Hacerlo

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El prolongado y ascendente camino fue recorrido en el más absoluto de los silencios a pesar de que el mundanal ruido de la celebración se colaba a traves de los derruidos ventanales de la Torre resonando como un eco por cada pasillo. Titus lo había dispuesto todo con ayuda de la delegación de Azgeda.

En cada nivel de la Torre habían apostados al menos doce guardías. Seis pertenecientes al Pueblo Arbóreo, seis pertenecientes a la Nación del Hielo. Su cometido era asegurarse de que cada planta, cada altura del edificio se mantenía perfectamente protegida y las estancias que componían cada una de ellas.

Los embajadores de la Coalición tenían algunas de las mejores, bien amuebladas y dispuestas. Las hermosas y extensas vistas que podían admirarse desde cada ventanal y mirador aumentaban a medida que la altura ascendía. Otras de las estancias situadas a un menor nivel se reducían a reliquias, a resguardar las armas y a aquellos que con mayor valor las portaban. Líderes destacados dentro de cada uno de los pueblos.

Los Natblidas o Sangre Nocturna concentrados a unos pocos niveles por debajo de la cúspide. Protegidos y resguardados de los numerosos peligros que pudiesen acecharles al encontrarse el próximo o la próxima Comandante entre los miembros de su generación.

Y en lo más alto, en la cúspide de la Torre, coronando la cima las estancias privadas de Heda, Comandante de la Sangre y líder suprema de los Trece Clanes. Las cuáles tendría que compartir ahora con Roan, príncipe de Azgeda y regente consorte.

La jóven Comandante nunca había necesitado demasiado para sentirse cómoda en sus habitaciones. Los aderezados muros de piedra que mantenían la privilegiada estancia a salvo de incursiones y posibles adversidades naturales de los elementos exteriores habían sido remodeladas para que el príncipe de la Nación del Hielo y ella disfrutasen de un confort aún mayor. Titus había dispuesto tomar otras estancias cerradas de la misma planta y anexionarlas para lograr ese bienestar superior.

La planta entera bajo la suprema se mantuvo completamente vacía para una mayor seguridad y privacidad. Ni siquiera los miembros de la guardia o los centinelas cruzarían aquellos pasillos. Un voto de confianza ciega tanto para Azgeda como para el Pueblo Arbóreo dada las condiciones de la recién afianzada tregua. La renombrada paz era un asunto de vital importancia para todos ellos que no debía estropearse por nada.

El lúgubre silencio que colmaba las dos últimas plantas mientras Roan y Lexa ascendían los incontables escalones hasta llegar a la última de ellas, pesó en las entrañas de ambos.

Roan no podía dejar de pensar en Ontari, en lo que Nia le haría si él no cumplía fielmente con sus deseos. Lexa por otra parte se preparaba abstraída para lo que intuía que vendría a continuación.

Cuando traspasaron el umbral y las majestuosas puertas se cerraron pesadamente tras ellos, tanto Lexa cómo Roan comprendieron que ya no había vuelta atrás. La suerte estaba echada para ambos.

La mirada de Roan que nunca antes había tenido oportunidad de estar allí recorrió toda la estancia fijandose en las cientos de velas que parecían llevar encendidas mucho tiempo antes de que llegasen colocadas por cada rincón y lugar de la habitación. La amplia cama cubierta con cálidas y gruesas pieles resaltaba en medio de tanta ostentación pegada a un cabezal dorado que se elevaba hasta acabar en la bóveda de la habitación de cuyo centro colgaba una hermosa y valiosa lámpara llena de velas que iluminaba los puntos oscuros que alguna vez pudiesen acaecer en la habitación.

Roan que observó algunos otros muebles apostados por el resto de la estancia, acertó a quitarse lentamente el embellecido cinturón que completaba su atuendo. Observando como de reojo Lexa se apartaba de él acercandose a un imponente aparador.

Asumámoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 1. (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora