78. Herederos

682 74 145
                                    


La oscuridad de la noche albergaba misterios para los que nadie estaba preparado en esta vida, pensó Halena mientras se encontraba sola en las estancias privadas de Heda.

Estaba verdaderamente agotada, y no solo por el trayecto de Azgeda a Polis, era una constante extenuación lo que sentía desde hacía algún tiempo y de la que nadie había estado suficientemente cerca para percibirla.

Las estancias eran absolutamente preciosas. Mucho más acogedoras que en la Fortaleza del Hielo. Eran cálidas y agradables, muy confortables. No estaba acostumbrada a este tipo de alcoba.

La luz tenue y candente de las velas llamaba en si su atención. Ese calor, ese confort. Nunca hubiese imaginado terminar en un sitio así. Ni siquiera cuando sus padres estaban vivos ella había tenido un lugar tan placentero al que poder llamar hogar. Sus padres eran guerreros, ambos valerosos guerreros de la Nación del Hielo que nunca se habían preocupado demasiado por sus necesidades o su bienestar.

Entendía que así fuese. Ella no debió nacer jamás. Fue un error inoportuno, decepcionante, y aunque ella trataba siempre de estar a la altura de lo que se le exigía, ella no estaba hecha para esa clase de vida de dolor y muerte.

No sabía si quería estarlo alguna vez.

La debilidad hizo que el sofoco de las velas llegase a ella y tuvo que apoyarse de una mesa. La abundante comida que estaba apostada sobre una bandeja sobre la mesa debía ser suficiente para saciar su hambre, más no quería confiarse del todo pues Nia, había utilizado eso para castigarla en más de una ocasión.

Lexa kom Trigeda, Comandante de la Sangre y Heda de los Trece Clanes, no parecía la misma clase de persona que era la reina de Azgeda. Era mucho más prudente e indulgente que ella. Incluso diría que más caritativa.

Un error imperdonable para un alto mando, de eso estaba muy segura.

Halena cerro los ojos tratando de respirar una y otra vez al tiempo que luchaba contra su evidente decaimiento. Esa pesada sensación de malestar no parecía tener intención alguna de abandonarla y decidió sentarse sobre el suelo para combatir la fatiga y el mareo.

Iba a morir.

Lo sabía.

Lo sentía.

Su muerte era algo que respiraba sobre su cuello cada nuevo día que despertaba a este grotezco mundo. Y no era esta, la primera vez que se planteaba rendirse.

Si decidía no hacerlo iba a tener que enfrentar muchos obstaculos, Titus el mayor de ellos sería el principal en su camino. El maestro la odiaba. No sabía si por haber nacido del lado incorrecto o por haber apelado inconscientemente a la piedad de la Heda de los Trece Clanes pero el odio en su mirada había sido una muestra del claro desprecio que él sentía por ella a pesar de no conocerla de nada.

Su cometido era proteger a la Comandante de todos los males que pudiesen acontecerla, y aconsejarle sabiamente sobre ellos. Halena tan solo era un daño colateral. No suponía un mal para nadie pero la sumisión no era algo propio de ella. Nia kom Azgeda daría buen testimonio de ello.

No tenía ni diecisiete años y llevaba demasiadas muertes a sus espaldas para pararse a contarlas. La mayoría de ellas, guardias de la reina. No tenía mayor fuerza que otra muchacha de su edad, no era calculadora ni conspiradora, más su valor y resistencia a la autoridad hacían de ella alguien de quien deber cuidarse.

Era rápida, muy rápida. Estaba bien instruída desde muy pequeña y no era extraña su ágilidad a la hora de toparse con serios problemas. Era inteligente y astuta, sagaz y avispada para su edad, ¿pero qué clase de superviviente no lo era?

Asumámoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 1. (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora