9. Nunca Ha Sido Tuya

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Oscurecía en el cielo de Polis. y la ciudad entera aguardaba con ansia la noche bajo la Torre de la Coalición. 

Una resplandeciente luna llena iba ascendiendo poco a poco en su lejanía, y su luz se reflejaba sobre su alargada silueta. 

Cada ruina, cada casa, edificio, puesto ambulante o árbol del bosque hasta donde alcanzaba la vista desde allí quedaba vislumbrado por su tenue luz.

Las numerosas velas colocadas estratégicamente para aportar luz a cada pequeño rincón de las estancias privadas de la Heda de los Doce Clanes, titilaban por la suave brisa que se colaba por las amplias ventanas haciendo ondear las sedosas y transparentes cortinas a su paso.

Lexa acababa de darse un largo baño, y permanecía sentada en silencio en el borde de la cama. 

El húmedo cabello cayéndole ondulado hacia el lado derecho, ocultando como siempre la cicatriz que se dibuja en buena parte de su piel desde la clavícula derecha pasando por debajo de su cuello hasta terminar por encima de su pecho izquierdo. El largo camisón negro dejando entrever buena parte del tatuaje que decoraba su espalda. El símbolo sagrado de Heda adornando su frente. Ni un solo rastro de las habituales pinturas de guerra que en su cara solía llevar. Tan solo líneas negras adornando el contorno de sus afligidos ojos.

Hacía mucho tiempo que no se sentía tan sola como lo hacía ahora. Lexa poseía toda la fuerza y el poder de una consagrada líder. Era capaz de los actos más inimaginables con tal de lograr lo mejor para su pueblo, pero en ocasiones como esta cuestionaba si todo ese esfuerzo merecía la pena. Anya probablemente con un buen golpe, le hubiese recordado que ser Comandante significa estar completamente sola, más ahora mismo hubiese dado lo que fuese por tener a alguien que le perteneciese solo a ella.

Titus permanecía de pie muy cerca de la puerta, mientras Lexa le daba la espalda.

—¿Has tomado tu decisión, Heda? —se atrevió a preguntar después de tanto rato de silencio, que Lexa parecía haber olvidado que seguía allí.

Lexa escuchó su áspera voz, y cerro los ojos instintivamente queriendo desaparecer por un segundo de este mundo, de su mundo. El mundo que ella había ayudado a crear. y del que a veces ni siquiera parecía formar parte.

—No tengo apenas recuerdos sobre mi madre, salvo que intentó matarme una vez cuando era niña.

Titus se tensó ligeramente colocando ambas manos tras su espalda en señal de respeto.

—Lo recuerdo —repuso él en tono escueto.

Lexa sintiendo el enorme peso del mundo sobre sus estrechos hombros, llevó instintivamente la yema de sus dedos hacia su cuello acariciando aquella cicatriz y sus ojos se abrieron al notarla pronunciada bajo sus dedos. Su mirada se posó sobre las velas que titilaban frente a ella decorando la pared.

—En mi mente, el tiempo y las imágenes se confunden, pero el hecho es que ocurrió de verdad —continúo Lexa calmadamente perdida en su memoria, Titus continuó mirándola en silencio—. Creyó que me mataría, que lograría acabar con mi vida y que pronto todo terminaría para ella, pero se equivocó.

—Sha, Heda —asintió imperceptiblemente él rememorando el recuerdo.

—Anya la mantuvo viva cinco lunas y seis soles, antes de arrancarle la piel a tiras y abrirle la garganta ante su pueblo.

—"Quien hiere a uno de mis hijos, me hiere a mi" —pronunció Titus recordando las exactas palabras que utilizo Anya en su momento.

Lexa también las recordó en su mente, mientras se perdía en la visión de las titilantes llamas.

—Hizo que mirara. Podía ver como la daga, se deslizaba por debajo de su piel, y como le desgarraba la carne, haciendo que sus gritos se elevasen por todo el campamento. Su sangre no era como la mía, la suya brillaba bajo la cálida luz de las llamas y recuerdo el calor sofocante en mi cara.

—Heda —quiso interrumpirla él para alejarla de aquel recuerdo, pero Lexa continúo hablando como si él ni siquiera estuviese allí.

—No me moví. No aparté mi mirada de ella. Anya se hubiese sentido enfurecida si lo hubiese hecho. Mi herida aún permanecía abierta. Un corte bastante torpe y sucio, en realidad. Podía sentir como mi mano sangraba abierta por tratar de arrebatarle el cuchillo a tiempo. Sentía como cada negra gota de mi sangre, se deslizaba entre mis dedos goteando sobre la húmeda tierra. Todos estaban allí. Anya había convocado a cada miembro de nuestro pueblo, y ellos habían acudido allí para clamar justicia por mi. Todos excepto los ancianos y los críos de pecho. Todos clamando venganza por lo que ella me había hecho —la voz de Lexa se suavizó y una solitaria lágrima recorrió su cara en silencio—. Todos conmigo.

Titus apartó la mirada para darle un momento de privacidad, y miró al frente sabiendo lo que estaba pasando.

—Mi cuerpo entero temblaba mientras Indra cosía mis heridas, aunque no sentía dolor ninguno. No podía sentir nada.

—Heda, ya basta —le pidió Titus al sentir su dolor como propio.

—Desconozco cuanto tiempo duró todo aquello pero en algún momento, los gritos cesaron. Mi madre había muerto —murmuró ella lacónicamente sintiendo el frío aire acariciar su piel—. Su cuerpo, lo que quedaba de él, fue arrastrado hasta el río para que sus aguas la condujesen al lugar oscuro donde merecía estar. Las estrellas eran demasiado buenas para ella. Su espíritu jamás hallaría paz.

Lexa guardo silencio al sentir el salado sabor de las lágrimas sobre sus labios, y sus ojos se cerraron queriendo borrar esa imagen de su mente.

—¿Recuerdas lo que Anya me prometió entonces?

—Sha, Heda —asintió suavemente el viejo maestro.

—¿Qué prometió, Titus?

Él respiro hondo antes de dirigirse reverencialmente a ella.

—Prometió que nadie, nunca volvería a dañarte. Anya la Comandante del Pueblo Arbóreo, prometió que haría de ti su más valerosa guerrera.

—¿Y lo cumplió?

Titus asintió calmadamente.

—Sha, Heda. Ella te acogió en su seno y te instruyó en el arte de la guerra. Guió tus pasos con sabiduría y te proporciono los mejores maestros que tuvo a su alcance. Lo hizo bien.

—No lo suficiente, Titus.

El viejo maestro volvió la cabeza para mirarla.

—¿Por qué decís eso, Heda?

—Porque de ser así, no habría nada que reflexionar. Ya hubiese tomado la decisión acertada.

—Vuestra infancia terminó aquel día, Heda. La mujer y la guerrera que tengo ante mi se alzan ahora contra su voluntad para pelear por su pueblo. Para procurarnos un futuro en paz. Un futuro digno de ser recordado.

Lexa sorbió imperceptiblemente llevándose la mano a la mejilla al tiempo que se apartaba otra lágrima, y se esforzaba por mantener serena la expresión de su cara aún dándole la espalda al maestro.

—Ellos confían en ti, Heda. Te necesitan más de lo que tú les necesitas a ellos. El sacrificio forma parte del deber. Tú más que nadie en este desdichado mundo debería saberlo. Ser la Comandante significa renunciar a ti misma, velar solamente por el bien de tu pueblo. Es tu deber más sagrado. El honor el cual debe ser aceptado. Tu destino nos pertenece Lexa, igual que el destino de los que te precedieron y que hoy viven dentro de ti, como tú algún día vivirás en el Comandante del mañana.

Lexa sintió un profundo dolor encoger su estomago, y su mano se cerro en torno a las sabanas reteniéndolo lo mejor que podía.

—Es eso, ¿verdad?—se preguntó para si misma ella con voz serena—. La decisión final, nunca ha sido mía realmente.

Titus que conocía bien la respuesta, tan solo dio media vuelta dirigiéndose en silencio hacia la puerta.

—Daré orden de que comiencen los preparativos. Procura mantener la fortaleza que te ha caracterizado siempre hasta entonces —aconsejó él antes de salir de la habitación cerrando la puerta tras de si, mientras Lexa intentaba no venirse abajo al quedarse una vez más sola.

Continuara...

Asumámoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 1. (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora