106. No Debiste Hacerlo

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Los agudos y lastimeros gimoteos de Natshana acurrucada junto a Halena resultaban terriblemente desoladores. De cuando en cuando se detenía y mordisqueaba la tela de su vestido, jalando de él o golpeaba con sus pequeñas patitas su brazo para que la niña despertase y volviese a hacerle mimos tal y como hacía antes.

Lexa que permanecía sentada a su lado sostenía su mano con la suya, y acariciaba su largo cabello oscuro con la otra aunque no lo hiciese ver, se sentía completamente afligida por la posibilidad de su perdida.

Aden que no se atrevía a acercarse a ellas, permanecía de pie junto a una pared mientras la contemplaba sumida en aquella especie de letargo, que de algún modo sentía que era culpa suya.

Impotente, consternado y afligido, maldecía el momento en que había bajado la guardia y había perdido a Halena de vista para ir unos segundos al baño confiando en que nada malo le ocurriría durante su corta ausencia.

Seguía sin saber quién podría estar detrás de todo esto pero para empezar, la Heda de los Trece Clanes había mandado a ejecutar a todos aquellos que habían tenido algo que ver en la elaboración de su comida. Había sido una reacción visceral a un ataque que sin duda, había sido tan rastrero como impredecible para ellos.

Se había impuesto el deber más sagrado de protegerla y estrepitosamente había fracaso en el intento, pero se negaba a sucumbir a la desesperación del momento. No, ella encontraría a los culpables. Les encontraría y les haría pagar uno a uno por ello.

Titus que deslizo el dorso de su mano por el cuello y la frente de la niña, se mostró preocupado. La temperatura de su cuerpo era muy alta, una película de sudor frío impregnaba su piel. Su piel estaba pálida a la vista y su roja sangre no había parado de manchar la parte baja de su nariz y sus ojos. De vez en cuando débiles temblores la sacudían pero tras unos instantes estos cesaban y Halena permanecía de nuevo completamente inmóvil y rígida.

—No consigo bajar su temperatura, Heda —articuló Titus apartando la mano de ella mientras que rebuscaba unas gotas entre los múltiples frascos de remedios expuestos sobre la cama—. Nunca había visto nada igual.

—Sanala o encuentra a alguien que lo haga, Titus —susurró Lexa con voz pétrea al escucharle dirigiendo una mirada al viejo maestro—. Halena no morirá...

El viejo fleimkepa dudó unos instantes contemplando a su más aventajada discípula y la prudencia le murmuró que callase, más de nuevo el atrevimiento se impuso a ella.

—Tal vez Heda, este sea su sino —pronunció Titus con imperiosa cautela enfrentando los ojos de Lexa—. Tal vez estaba enferma cuando llegó aunque no lo aparentase o tal vez...

Lexa que levantó la vista de la niña al oírle le escuchó callarse rápidamente antes de continuar.

—¿O tal vez qué, maestro? —inquirió ella ladeando ligeramente la cabeza con sospecha antes de seguir preguntando—. ¿Tú tienes alguna idea de quien ha podido hacer esto?

El fleimkepa se enderezó y bajó la mirada hacia los frascos guardando silencio.

—¿Titus? —insistió Lexa con tono mucho más exigente.

Aden que conocía bien aquella severa actitud dirigió la mirada hacia el gran maestro de los natblidas y tragó con fuerza. Si alguien estaba al tanto de cuánto ocurría allí, sin duda era Titus.

—Tengo una respuesta a ello pero sin lugar a dudas mi respuesta os ofendería, Heda.

Lexa que se le quedo mirando fijamente apenas tuvo que alzar un poco la ceja antes de que el maestro temiese y con voz tremula le contase su suposición.

Asumámoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 1. (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora