46. Permitelo

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La celebración de la Expiración de las Tres Lunas que daba por finalizado los festejos por la unión de sangre entre el Pueblo Arbóreo y Azgeda había sido todo un éxito. Ahora, cada embajador estaba pasando su última noche en Polis preparando sus cosas para su partida a la mañana siguiente.

Tras el amanecer, todos se pondrían en camino rumbo a cada uno de los clanes que representaban, para hacer cumplir la voluntad de Heda y de su consorte, Príncipe Roan de Azgeda.

El motivo real de tal encomienda no era realmente escuchar las voces de los pueblos, tal como se suponía que era, aunque ellos lo desconociesen. La verdadera razón por la cuál la Heda de los Trece Clanes les quería fuera de Polis, no era otra que disponer de tiempo para recuperarse.

No podía permitir que la viesen de esa manera, no ellos. Azgeda tenía ojos en la Torre y saber que la información de su estado podría llegar a oídos de Nia, no la dejaba en muy buen lugar ahora mismo.

Ese era un asunto con el que lidiaría en cualquier otro momento, más ahora no podía hacerlo.

Las horas de la madrugada alcanzarían Polis en cuestión de minutos aunque Lexa continuase despierta. No quería tener que regresar a sus estancias para enfrentar otra posible contienda con Roan porque aún no se había recuperado de la anterior. Además, sabía que Ontari estaba muy cerca suya y que no desaprovecharía una ocasión así si se presentaba de frente.

En la vacía planta que estaba por debajo de la suya, Lexa se encontraba sentada en la penumbra de uno de sus lúgubres salones rodeada por viejos cuadros, muebles y algunas reliquias. Habían algunas velas encendidas a distintas alturas muy cerca de ella que temblaba ligeramente mientras atravesaba la piel de su abdomen nuevamente con una afilada aguja cosiendo su herida otra vez.

La negra sangre le resbalaba por entre los dedos apretando los dientes al tiempo que siseaba reprimiendo una torcida mueca por el dolor que estaba sintiendo. Roan era fuerte. Ella tenía más determinación que él a la hora de enfrentarle pero él era fuerte, muy fuerte.

Jamás admitiría en voz alta que por un momento creyó que perdería la contienda contra él. Eso hubiese supuesto el fin de todo lo conocido para ella y probablemente no podría superarlo. Iba a tener que aceptar el hecho de que a partir de ahora su vida sería así. Una constante de desconfianza y miedo, una constante alerta para la que tendría que estar preparada en cualquier momento.

Más temprano que tarde, Roan intentaría hacerla suya otra vez por la fuerza, y cumplir con los deseos del Cónclave de afianzar su posición aportando un heredero a la Nación del Hielo junto a ella. Cosa que Lexa no consentiría jamás.

El deber exige fuerza y sacrificio y de eso ella sabe bastante. Sin embargo, traer un niño a un mundo como ese sabiendo en que posición le colocaría a él y a los peligros que le estaría exponiendo le parecía sumamente egoísta.

No lo haría, no.

De ninguna manera.

Sacrificarse ella por el bienestar de su pueblo era una cosa, pero hacer pasar por ello a un inocente niño no se lo permitiría a nadie, ni a Azgeda, ni al Cónclave.

Eso sería algo que de darse el caso, Lexa no se lo perdonaría jamás.

Debía de haber otra manera de afianzar el vínculo con Azgeda, solo necesitaba algo de tiempo para encontrarla.

¿Qué harían los anteriores Comandantes en su lugar? ¿Qué le aconsejaría Anya si pudiese verla ahora? ¿Qué diría Costia?

Nunca lo sabría.

Lexa kom Trikru, Comandante de la Sangre y Heda de los Trece Clanes estaba completamente sola ante todo esto.

Sola.

Asumámoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 1. (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora