Algo en Sauto cambió.
Fue un instante, casi imperceptible.
Se desmoronó frente a mis ojos.
Y solo me quedó abrazarlo.
No podía contextualizar en palabras lo que pasaba, lo que veía en él en ese momento. Tampoco veía la naturaleza de lo que sucedía, solo sabía que el cambio estaba presente, tan tangible como yo, como él, como todos. Sauto cayó al suelo de rodillas, con la respiración desbocada.
Antes de que cayera al suelo de frente, permití que al menos se apoyara en mi cuerpo. Dejó caer su cabeza sobre uno de mis hombros.
—Perdón —balbuceó apenas audible—, pero todo esto me están matando por dentro.
—Crecí —le dije esperanzada—. Soy toda una mujer ahora.
Él soltó un suspiro profundo.
—¿Y? —respondió indiferente
—Que ya no soy una niña. Esperaba que pudiera contarme lo que le atormenta. Estoy dispuesta a escucharlo y ayudarlo tanto como pueda.
Sauto hizo cierto ruido con los labios que solo pude asociarlo como una burla.
—No ha visto ni la mitad de lo que soy —espetó con incredulidad.
—Pero lo conozco lo suficiente.
—No —espetó con voz molesta—. Usted cree hacerlo. Así como el resto, le pintaron a un Sauto que no soy y se lo voy a demostrar...
—No importa —lo interrumpí—. Sé que usted es el hombre que me salvó aquella noche. ¿Recuerda?
—¿Cómo puedo olvidarlo si se trata de mi último recuerdo? —preguntó sin ningún ápice de emoción—. Vagaba esa noche, y el que nos hayamos conocido fue una simple coincidencia. Y estaba de malhumor.
Me limité a escucharlo y antes de que pudiera agregar algo más, con voz neutra él agregó:
—Aun así, sus pensamientos sobre mí se limita únicamente en esa noche. En conclusión, no sabe nada. Ni yo podría saber algo de usted más de lo que ya me ha contado.
—Si usted me permitiera conocerlo, yo sabría comprenderlo mejor. Sabría entender qué lo tiene tan mal.
—Huiría de mí, usted no dudaría en aventar todo por la borda y huir.
Algo en su voz cambio.
Incluso sus manos que estaban a cada lado de su cuerpo se levantaron y se colocaron en mi cintura. Al principio solo fue un ligero roce que él tímidamente comenzaba a hacer, pero de un momento pasó a ser atrevido, que movía los dedos sobre la tela de mi vestido, causando que me retorciera de la hormigueante sensación que enviaba a todo mi organismo.
—Incluso ahora, sabe que lo mejor es huir —volvió a decir, levantando ligeramente la cabeza sin mostrarme su rostro—. Sabe que si le revelo todo, no habrá vuelta atrás. Huirá, contará al mundo lo que vio más allá de este rostro.
—No podría... —Solté un grito ahogado al sentir la leve presión en mi cintura.
—¿Lo ve?
Entonces, volvió a lamerme por el cuello.
—Tengo una debilidad demasiado fuerte, ¿quiere saber qué es?
No sabía si aquello era exactamente lo que quería escuchar. Si la respuesta que se apresuraría a decirme sería lo que alguien como yo podría asimilar o si estaba tan preparada para escucharlo tanto como decía. Sauto sin darme tiempo a responder, él lo contó con cierto tono divertido en la voz.
—Las doncellas —respondió—. Alguna vez me llamaron "Monstruo devorador de doncellas" —Soltó una minuciosa risa entrecortada, mitad nostálgico y gruñido—. Las jóvenes humanas que son bellas saben realmente deliciosas. Y usted es preciosa, pequeña Jamilé.
De nuevo, sentí que algo pellizcaba mi cuerpo sin causar dolor, sentí un hormigueo que ascendía por toda mi espalda. Mi respiración se volvió esporádica y mis latidos cardiacos aceleraron.
—Sabes delicioso, por lo tanto, eres preciada para mí. —Volví a sentir su lengua en la zona de mi cuello y se detenía por instantes a dejar comentarios—. Eres preciada para mí, por lo tanto, no puedo comerte.
No podía esperar a que las cosas salieron a mi manera. Lo aparté ligeramente fuera de mí para encararlo. Acaricié su cabello, despejando varios mechones de su frente. Verlo de esa manera, tan atormentado y con una expresión de dolor, me hizo rememorar que no se veía tan diferente a comparación de la primera vez lo conocí.
—Aunque usted no pueda mirarme —comencé a decirle—. Haré que me mire. Incluso si no me mira a mi manera, mis sentimientos por usted no van a cambiar. Eso es suficiente para mí.
Y lo abracé, me acurruqué en su regazo, negándome a que me viera. Sentí las mejillas calientes y eso hizo que sostuviera de su vestimenta con dureza.
Él no dijo nada, permaneció en silencio un buen rato.
—No ha entendido nada, ¿no es así? —preguntó.
—No me importa lo que sea, no huiré. Si quiere probarlo, pruébeme entonces. Estoy dispuesta.
Era consciente de la imagen débil que antes había dado ante todos. Incluso ahora, el miedo y mis inseguridades me atañían, pero si me detenía a pensar en lo que eso significaba lo único que demostraría a Sauto sería mi propia cobardía. Y eso era lo que menos quería. Ansiaba demostrarle que ya era fuerte, capaz de soportar todo lo que tenía por decirme. Que podría ser alguien de confianza.
Y tenía razón en algo, yo no sabía nada. Desconocía lo que había sido de Sauto antes de conocerlo aquella noche, pero una verdad era segura: estaba tan dispuesta a conocerlo si tan solo me diera la oportunidad. Si tan solo me permitiera ser parte del mundo en el que él habitaba, en el que me había sumergido sin darme cuenta. No importaba si acababa mal o si lo que fuera que estaba queriendo hacer no tuviera siquiera un lineamiento seguro. No importaba. Solo él estaba en mi mente.
—Estoy dispuesta a conocerlo.
Y se lo dije, me armé de valor. Mi vergüenza se había esfumando en el momento en que tomé la decisión de exponerle mis sentimientos sin reparar en sus posibles acciones sobre mí o en lo que pasaría más adelante.
Sauto apartó mis manos lentamente, como si dudara de mis palabras. Una vez estando de frente, ladeó la cabeza y me pareció que me observaba sin comprender, inseguro.
—¿Tiene idea de lo que eso significa? —inquirió.
—No, pero quiero saberlo.
Él soltó una risa ladina.
—¿Sabe algo, señorita? —Él levantó mi barbilla con dos dedos de su mano—. Ha hecho más de lo que esperé que alguien haría solo para conocerme. Es suficiente. Sé lo repugnante que puedo llegar a ser a veces.
—Sé lo que es usted.
—No, no lo sabe —insistió con desesperación. Tragué saliva por el tormento que se reflejó en su semblante—. Porque aparte de mí, de este hombre que ve ahora, hay otro —añadió.
Insegura de comprender a qué se refería, moví la cabeza para que él prosiguiera.
—Temo que no es tan amable ni tan considero como yo. ¿Podrá soportar su obscenidad, su picardía, su falta de tacto? ¿Qué soy yo al lado de él? Una burla, una sombra.
Asentí.
—Esa respuesta me está provocando, lo que me da más ganas de comerla; pero no puedo hacerlo. Tanto él como yo no estamos de acuerdo.
—Tengo miedo —admití. Una lágrima rodó por mis mejillas, y con los ojos aguados lo observé adquirir una expresión distante, decepcionado. Sacudí la cabeza y reí despacio—. Pero me aterra más pensar que no pueda confiar en mí, que no regrese conmigo al castillo, cuando ha sido usted la razón por el que he estado soportando el desacuerdo de su gente. Me da más miedo pensar que se aleje de mí sin que me dé la oportunidad de demostrarle la seriedad de mis palabras.
Él pareció comprenderme y cedió de alguna forma.
—Cierre los ojos, y si después de vernos... quiere huir, temo que no podrá hacerlo viva. Podríamos despedazarla —amenazó sin expresión alguna, como si aquello no fuera algo que quisiera, como si esa expresión sombría en su rostro me dijera "por favor, quédese" —. ¿Aun quiere aceptar el riesgo?
Asentí con un movimiento ligero de la cabeza.
El miedo comenzó a calar en mi interior. Mi lado cobarde insistía en que desistiera, que le dijera que había cambiado de opinión, pero mis ansías y curiosidad insistían en que me quedara hasta el final. Que le había dicho varias que debía mostrar mi valentía.Y lo iba a hacer. No solo por curiosidad, sino porque realmente quería conocerlo y entenderlo.
Limpié las lágrimas de mis ojos, armándome de valor.
A pesar de su reciente amenaza, cerré los ojos con fuerza, mi cuerpo estaba temblando. Tenía miedo, quizá mucho o poco, no lo sabía con certeza. Entonces, algo en mi cintura me aprisionó contra un cuerpo fornido, arrebatándome el aliento.
—Puede abrirlos —susurró Sauto despacio, con el aliento soplando en mi oreja, cosquilleándome.
Sin rechistar, lo obedecí. Abrí los ojos y de manera abrupta entendí la otra parte de Sauto. Su obscenidad, su lado oscuro.
Eran tranquilos y bellos, como la luna silenciosa de las más oscuras noches. Entonces conocí sus verdaderos rostros, el motivo por el que lo llamaban "monstruo devorador de doncellas". Las bellas rosas tienen espinas y su secreto bajo la rosa me absorbió por completo.
No olviden seguirme en mi redes para ver avances de la novela.
Instagram:@bermarditaa
Twitter: @Bermarditaa
Grupo de lectores en facebook: Lectores de Bermardita
AY! ESTO SE PRENDIÓ.
Se viene lo chido, lo obsceno, lo perverso... 7u7
Nos leemos luego.