—¿Se encuentra bien?
No lograba descifrar cómo él se las arreglaba para encontrarme o verme cuando nadie más lo hacía. No entendía su forma tan extraña de actuar. Tan solo deseaba estar sola un momento, pero él estaba aquí por alguna razón desconocida.
—Sí —respondí.
Escondí el rostro en mis rodillas negándome a verlo. No quería verme dramática ante nadie ni mucho menos ante él, ya había visto tanto de mí y poco soportaría si conociera más mi lado miserable. Por más que deseara dejar atrás todo lo que fui antes o en la persona que me convirtieron, mis propias creencias se arraigaban a mis pensamientos. Quería dejarlos ir, soltarlos, como Jhüen dijo que podía hacer; y quería hacerlo, pero tenía miedo. Dudaba que alguien pudiera comprender mis propios temores cuando ni siquiera yo podía entenderlos.
Me sentía confundida y demasiado perdida para seguir un sendero desconocido, vacío y sin sentido. No sabía el camino que mis pasos trazaban, solo iba avanzando sin rumbo alguno, sin planes estables a la cual aferrarme o sentirme segura. Probablemente ese era mi mayor problema, tenía miedo de aventurarme en lo desconocido y, hasta no asegurarme de mi bienestar, no me atrevería a hacer algo nuevo.
—Miente —dijo Jhören entonces. Me había olvidado por completo que estaba a mi lado—. ¿Por qué simplemente no puede decir que se encuentra mal? ¿Tan difícil es?
—No haría ninguna diferencia.
—Por supuesto que sí.
—No es así. Si le hubiese dicho que me sentía mal, ¿qué habría hecho por mí? ¿Qué podría hacer?
—Le habría preguntado si podría ayudarla, por supuesto. Me gustaría hacer algo por usted.
—Suena bastante bien.
—Como era de esperarse.
Lo escuché soltar un suspiro pesado, para después escuchar sus pasos acercarse más y más hasta tenerlo sentado a mi lado. ¿Qué pretendía al actuar de ese modo?
—Entonces —prosiguió—, ¿cómo puedo ayudarla?
No respondí, me mantuve en mi posición, rodeando mis piernas con ambas manos y ocultando mi rostro.
—¿No confía en mí?
Permanecí en silencio.
—Somos como hermanos, ¿recuerda?
—Eso dice. No entiendo cómo se inventó esa desfachatez.
—Al menos funcionó para hacerla hablar.
Levanté la cabeza y lo miré por primera vez desde que llegó solo para toparme con su rostro a una escasa distancia del mío. Por alguna razón, no parecía ser el mismo Jhören que acostumbraba a ver al lado de la señorita Rosseta, ni mucho menos el hombre que me esperó enojado en la casa de don Florentino; esta vez se encontraba relajado, despreocupado y sonreía de una manera cálida. No podía negar el cambio que había en él. Jhören era un hombre muy atractivo, alto y guapo, con una belleza de facciones muy marcadas, pero tenerlo a esa distancia me hacía querer resaltar lo que ya sabía, como si me incitara a recordarlo siempre. De la misma forma como noté esos pequeños cambios en su expresión, también percibí cierta nostalgia que lo envolvía.
La persona que tenía a mi lado era diferente, tenía la certeza de ello. Por alguna razón, quise convencerme de que lo correcto era llamarlo por su nombre.
Jhören. Jhören. Jhören.
Pero algo se sentía incorrecto.
—Hablo en serio —volvió a insistir—. ¿Todo bien?
Volví a enterrar mi rostro sobre mis manos, mi cabello suelto se desparramó a los lados y sirvió como una barrera para evitar seguir viéndonos.
—Puede confiar en mí esta vez —aseguró.
—No creo que pueda hacer nada. Aparte de que me sienta perdida, no es la razón de mi tristeza. Además, voy acostumbrándome a esa sensación así que no es tan importante.
Él soltó un suspiro impaciente.
—Por eso usted me resulta muy molesta. —La voz de él sonó sincera—. Me gustaría decir que Rías es como el agua, libre, que puede adaptarse a la forma que desee porque verdaderamente lo desea, pero no.
Sentí vergüenza de mí misma al escuchar sus palabras.
—La oportunidad de ser libre solo se escurre entre mis manos, ni siquiera llego a ser nada ni nadie. Usted me lo comprueba al presentarse en esta casa —respondí.
—No recuerdo haberla obligado a aceptar mi propuesta.
—Solo no creí que se tomara en serio su palabra.
—¿Sabe cuánto me ofende escuchar eso? —inquirió, más que ofendido se escuchaba divertido, por lo que mis labios temblaron en una minuciosa sonrisa—. Debería sonreír más seguido —añadió.
Levanté la cabeza, estupefacta, sin creer siquiera lo que había escuchado.
—¿Cómo lo hace? Siempre he querido saber eso.
—¿Hacer qué?
—No tenía forma de que supiera que yo... que yo...
—¿Que usted qué? —preguntó al ver que no conseguía pronunciar las palabras correctas.
—... que yo sonreí —dije finalmente.
—¿Lo hizo?
—¿Eh?
—¿Acaso sonrió? Vuélvalo a hacer para que pueda verlo. No la vi.
Abrí un poco más los ojos y volví a enterrar el rostro sobre mis brazos, y comprendí que Jhören solo lo había mencionado como un simple hecho que debía hacer nada más. Me sentí tonta al apresurarme a abrir la boca. Aunque, ahora que lo pensaba bien, mi gesto no podría clasificarse como una sonrisa.
—No —respondí entonces—. Pensé que era una sonrisa, pero fue un leve movimiento de labios.
Silencio.
Así permaneció el ambiente entre nosotros un largo rato hasta que lo escuché estallar en carcajadas. Su risa me hizo voltear a verlo para saber qué le causaba gracia, pero solo lo encontré con el rostro oculto sobre las manos, de la misma manera como yo me encontraba hacía un instante. Sus hombros subían y bajaban.
Tras un breve instante y después de que Sauto dejara de reír, alzó su rostro para quedar frente al mío.
—Lo siento —musitó con pena—. Si voy a andar alrededor suyo por un tiempo, me gustaría advertirle que suelo perder la cordura con facilidad y decir barbaridades sin sentido. Espero que sepa disculparme después, juro que no es ni será intencionado. Además —prosiguió—, me gustaría pedirle disculpas por lo sucedido en nuestro último encuentro.
—¿Eh? —El cambio repentino de tema me dejó asombrada.
—La hice sentir mal, y no sabe cómo me he lamentado desde entonces. No tiene la obligación de disculparme o de entender mis razones, pero quería decirle que jamás fue mi intención decirle todo aquello. Puede parecerle absurdo esta situación porque salió de mi boca y estaba consiente, pero no fue así.
—¿No?
—No.
—No entiendo.
Él solo sonrió y se levantó, me tendió una mano al que tomé con gusto para ponerme de pie.
—Debería irme, Jhüen vino en lugar de Naseen y debe estar impaciente.
—¿Jhüen está aquí?
Él asintió.
Sauto me invitó a acompañarlo, pero decidí quedarme un momento a solas. Lo vi marcharse apresurado, mientras me quedaba atrás calculando una distancia prudencial para seguirlo. No quería que la señora Mirian se diera cuenta de nuestro breve encuentro y lo malinterpretara.
Una vez que lo vi desaparecer en la esquina de la pequeña casa, comencé a andar en la misma dirección poco después. Para mi sorpresa, tan pronto salí de mi escondite, no solo distinguí a Sauto sino también a Jhüen. Ambos caminaban uno al lado del otro. El cabello negro de los dos hombres revoloteaba en el aire. Sus posturas eran idénticas y la complexión de su cuerpo, si no conociera tan bien la apariencia de los dos, a esa distancia podría fácilmente pensar que se trataban de la misma persona con aspectos un tanto diferentes.
Solté un suspiro.
Esa parte de Jhören que solo había visto dos veces no sabía cómo interpretarla. Desde aquella vez que lo conocí, no me había vuelto a sentir de este modo al lado de Jhören. El ambiente entre nosotros no había sido tenso, sino tranquilo y reconfortante, bastante armoniosa y grata, y me había hecho olvidar al Sauto que tenía ya figurado en la mente. Era la primera vez que teníamos una conversación agradable y, por alguna razón, quería mantener esa imagen de él entre mis recuerdos y deseaba que el encuentro se repitiera o que no dejara de ser así. Platicar con él se había sentido bien, verlo me hizo un poco feliz y estar a su lado un rato me hizo olvidar la razón de mi tristeza. Al menos, solo en ese instante.
Nunca podría saber cómo sería mañana, los siguientes días o si el hombre extraño que me parecía malvado volvería a tomar su lugar para hacer de las suyas, pero realmente disfruté de la compañía del Jhören amable.
Permanecí en mi lugar, viéndolos marcharse. Sentí que mi corazón estallaba de la emoción al verlo girar la cabeza en mi dirección, sonriendo. Podía no ver sus ojos o saber si era a mí a quien sonreía o veía, pero realmente sentí que me observaba, como si no viera mi apariencia desfachatada sino mi alma. Incluso me dio la impresión de tener el corazón expuesto a su merced.
No sabía de qué se trataba o por qué me sentía abatida, ni tampoco sabía si debía tachar de agradable o molesta la sensación que poco a poco comenzaba a calar en mi interior.
Grupo de lectores en facebook: Lectores de Bermardita