167. Max

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Veo que les gustó salir en la novela 👀

Gracias por estar comentando mucho

CONTINUAMOS...
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Estoy con actitud pensativa cuando de pronto el escuchar muchos aplausos me saca de mi ensoñación. No puedo creer que tanta gente siga aquí. Conmigo.

—Ánimo, Max, todavía no llega a la iglesia —me dice la señora sentada a mi lado, la primera a la que empecé a contar la historia.

—Gracias, Silvia.

—¡Ánimo, Max, tú puedes! —grita más gente en coro, mientras con asentimiento de cabeza agradezco sus aplausos.

Llegué al aeropuerto antes del amanecer, esperé a que Eric llegara a recoger a Janis y entré cauteloso para evitar que me reconocieran. Me detuve unos minutos frente a la tabla que indica el itinerario de vuelos que llegan y salen de la ciudad, y tras no poder decidir a dónde huir caminé hasta una banca y me senté a esperar. Solamente esperé a que pasara algo... o no pasara. En este punto cualquier cosa me serviría porque la incertidumbre mi mata.

Se va a casar.

—A ti te conozco —me dijo una señora, acercándose. Me cayó bien al instante debido a su aspecto hippie—. Eres el chico que salió adelante sin la mitad de una pierna.

Negué con la cabeza. —Muchos han logrado más cosas con menos miembros en el cuerpo —le sonreí.

—Igual es increíble —recalcó ella, presentándose como Silvia y, colocando frente a su pecho la mochila que traía en su espalda, se sentó a mi lado—. Es muy temprano.

Miré mi reloj. —Las seis de la mañana casi.

Ella bostezó y sacó de su mochila un recipiente tupper con forma cilíndrica graciosamente etiquetado como "Desayuno". No es que eso fuera tan especial o noticia, pero me gustó poner atención a alguien que no fuera Suhail o yo.

—¿Quieres? Traigo otro —ofreció y acepté—. Estoy segura de que no has desayunado y no soy de las que deja a alguien sin desayuno.

—¿Qué es? —pregunté al terminar de beber un poco, el sabor en mi garganta era extraño pero agradable.

—Batido de espinaca, pepino y piña —explicó—. Te ayudará con las toxinas.

—Suena bien —agradecí y continué bebiendo. Mientras, ella continuó buscando en su bolso. Ahí traía todo tipo de tuppers con comida vegana dentro. Irremediablemente me recordó a Suhail.

—Esta factura me servirá para que me firmes un autógrafo —indicó con tono suplicante, entregándomela—. Mi hija no me creerá a menos que lleve pruebas.

—También podemos sacarnos una foto.

—Eres un amor —cuchicheó, abrazándome.

—Usted lo es. De verdad gracias por el desayuno.

—¿Y... cómo vas? —quiso saber, señalando mi pierna. Me incliné y levanté unos centímetros mi pantalón para que pudiera ver mi prótesis.

—Ya me acostumbré aunque todavía haya cosas que no son fáciles de sobrellevar.

—¿Por ejemplo?

Me gusta la gente que me mira sin dudar que puedo hacer lo que sea.

—Me incomoda que algunos admiradores y prensa presten más atención a eso que a mí.

—Oye, no digas eso —me reprochó ella, dándome toda su atención—. Un niño del edificio en el que vivo quiere participar en los Juegos Paralímpicos porque te vio a ti sobre un escenario.

Max & Suhail ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora