70. Suhail

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Tarde o temprano llega ese momento en el que te das cuenta que no vale la pena sufrir por alguien.

Cuando los ojos de Max Solatano se cruzaron con los míos me obligué a no bajarle la mirada. Me obligué a no hacerle ver cuánto daño puede hacerme.
Me decidí a no darle más poder sobre mi.

Por cómo lo estoy relatando parece fácil. Pero no. No lo fue, créanme... Para nada lo fue.

Cuando Max salió de la cafetería, Jessica me dirigió una mirada rencorosa. No comprendí por qué. Ella era más alta que yo, más bonita que yo... más delgada que yo. Es decir, yo era una niña de trece años. Jessica, en cambio, era una de esas chicas que disfrutan crecer rapido. De esas que no les han terminado de salir las tetas y ya se maquillan, que todavía no tienen pubis y ya se depilan.
Mi papá todavía me compraba pasta dental "de la que no pica" y me preguntaba si para mi cumpleaños quería un bolso o una muñeca. Jessica, por el contrario, ya tenía una bolsa especial para guardar ahí su maquillaje.

¿Para qué queremos crecer rápido? ¿Para que cuando obtengamos la ansidad "libertad" que dan los años querramos volver atrás para ya no tener que ver el enorme listado de cuentas por pagar?

De niñas soñamos con algún día tener tetas hermosas, cinturita, cabello perfecto, cinturita, nada de espinillas, cinturita... Queremos gustarle a ellos.
Entonces creces y te das cuenta de lo mentirosas que son las revistas. No eres Jennifer Aniston, ni nunca lo serás. Es más, te das cuenta de que ser Jennifer Aniston no te garantiza retener a un tipo guapo.

Jessica tenía catorce años y ya hablaba de evitar los carbohidratos y grasas saturadas.

Me reí.

—Ahora ya sabemos por qué siempre está enojada —le dije a Ling.

—¿Por qué?

—¡Tiene hambre!

¡Tienes catorce, Russo! Ca-tor-ce.  Y ya te preocupas de no tener una panza lo suficiente plana.

¿En serio yo soy la patética?

Ling y yo entramos al baño de chicas y nos pusimos lado a lado frente al tocador. En mi caso, el espejo me mostró a una niña. Aún me faltaba mucho por crecer. Pero en ése momento no lo vi de esa manera. Lo que hice fue rendirme.
Sí, rendirme.
Había llevado a la secundaria la ropa que me compró mamá y había peinado distinto mi cabello. ¿Para qué? Max Solatano seguía prefiriendo a Jessica.

Y no es que yo esperara que de pronto reaccionara y se diera cuenta de cuán hermosa es su vecina.
De acuerdo, si esperaba eso. Pero era la edad...
Está bien, no era la edad. ¡Y no lo nieguen! Porque no hay edad para dejar de soñar con que algún día alguien se dará cuenta de cuán maravillosos somos.

O hacemos que pase.

Y funciona de la siguiente manera:
Te atrae alguien, a quien, en ese momento, ves como lo mejor que le pudo pasar al mundo. Esto pese a que años después te preguntes "¿Y yo en qué rayos estaba pensando?" Pero eso no importa ahora.
Empiezas a esforzarte. Te sientes expuesto y empiezas a cuidar tus movimientos, tus palabras... Y también empiezas a maldecir al espejo. Y no digas que no. Primero evaluas tus defectos. Porque antes de que te gustara esa persona el peso extra, el cabello reseco y la sonrisa chueca no importaba. O al menos no importaba tanto.
Y empiezas a ver de buena gana las ventajas de vestir de negro. "Es que esconde los rollitos de más". Buscas en el supermercado un acondicionador para cabello maltratado y la sonrisa chueca la disimulas sonriendo con los labios cerrados. O no sonriendo.

Y por si fuera poco, tratas de ocultar lo que eres... Tratas de ocultar lo que eres para INTENTAR que te quieran tal y cómo eres.
Suena estúpido pero es la verdad. No nos mostramos como realmente somos porqué asumimos creer saber lo que el otro quiere y que nadie va a querer lo que nosotros no queremos.
Tenemos miedo.

Pero eso no es lo peor. Porque lo que muestra el espejo no siempre determina que tan seguro te sientes de mostrarte tal como eres.
Para mi, Max quería a una Jessica Russo. Por eso saqué de mi bote de basura el maquillaje que había tirado. Sí, ese que tiré porque fue probado en animales.

¿Qué tenía en la cabeza? ¿Pretendía dejar de ser Suhail para intentar ser lo que quiere Max Solatano?

Pero ese día, de pie frente al espejo del baño de niñas, me rendí.
La secundaria ya era lo suficientemente difícil como para añadir intentar ser una mala versión de Jessica.
Lavé mi cara para retirar el maquillaje, que por cierto estaba mal aplicado, y recogí mi cabello en una coleta, tal como a mi me gustaba usarlo.
Y no porque de pronto hubiera tenido una revelación sobre la importancia de ser yo misma a pesar de lo que digan, sino porque me rendí. ME RENDÍ.
Los años me harían enorgullecer de esa acción. Sin embargo, en ese momento simplemente estaba aceptando mi destino: Era fea. Tenía la cara pecosa y el cabello raro. No iba a gustarle a Max Solatano. No era competencia para Jessica.

Ling, que eligió no lavarse el maquillaje, me regañó por darme por vencida. Pero no me importó. Me comparé a un condenado a muerte que por fin se resigna y acepta que no hay salida. Yo no estaba a la altura de Jessica Russo.

Y me sentí mejor, saben. ME SENTÍ MEJOR. Si quería hurgar mi nariz, ya no me importaba que Max Solatano estuviera cerca.

Pasaron los días y volví a ser feliz. Aunque esta vez el raro él. Después del incidente en la cafetería Max no sólo me ignoraba. Peor. Huía de mi.

Pero no me importó. Es más, abrí otra vez mi ventana y volví a llenar la pistola de agua, esperando a que Max saliera a ensayar.

Pero había un problema.
Ahora quien mantenía cerrada su ventana, era Max.

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Max & Suhail ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora