141. Max

61.3K 8.5K 9.6K
                                    

—¡Estás tardando, Sam!

—¡Es inhumano que corras tan rápido! —se quejó el gordo tras mis pasos.

Me solté a reír y continué mi ruta cuesta arriba. Sí, ¡cuesta arriba! Ya domino a la perfección la prótesis. La domino a tal punto que esta es ahora una extensión de mí. ¿Fue fácil? No, pero un ángel guardián de nombre Paulo me ayudó mucho y, acá entre nos, me resulta más difícil vivir sin Suhail. Quién diría que la extrañaría más a ella que a mi pierna.

Sam no es tan voluminoso a comparación de como lo era antes, pero sigue comiendo bien y aún le sobran varios kilos de amor (palabras de Ling, no mías) Yo, por el contrario, me apliqué. Verán... Todo empezó dos meses después de marcharse Suhail. Era sábado y aún me sentía deprimido, no obstante, mamá, para distraerme, me envió a mí y a Sam por las compras de la semana. Ahí estábamos el gordo y yo empujando a lo bruto una carretilla repleta de comestibles cuando en la caja, ya listos para pagar por todo, vimos a un niño con una guitarra. Era un enano de ocho años dejando sordo a todo mundo, pues tocaba mal.

—No debí comprarte ese aparato —repetía su mamá histérica. El niño no le hacía el menor caso. Y es que se veía emocionado... Pero tocaba mal.

Las personas en la fila, incluyéndome, estábamos hartos de escucharlo, por lo que para sorpresa de su mamá, de Sam y de mí mismo, me acerqué a él. Todavía me movía en muletas, dejé caer una al piso y le dije al enano:

—Deja te muestro cómo se hace.

Él niño, mitad admirado mitad acobardado, me entregó su guitarra. No era una guitarra profesional, su mamá seguro no supo qué escoger a la hora de comprarla y nadie la orientó, pero en el momento nos sirvió.

—La acomodas de esta forma —lo ilustré, acuclillándome un poco y posicionando cerca de mi regazo la caja de la guitarra—, colocas tus manos acá... y tocas. Se empieza con algo sencillo, ¿de acuerdo? No esperes tocar el solo de Comfortably numb en tu primer día de guitarrista —El niño asintió conforme, y aunque deduje que no entendió lo que dije, me miró con ilusión como todo niño—. Primero las notas musicales... —señalé y las repasé rápidamente con él— y después una canción poco complicada —expliqué mirando a su mamá.

Una canción poco complicada... Resultó inevitable recordar a mi padre.

—Got to write a classic —empecé a cantar y tocar, sintiendo un pequeño nudo en la garganta—. Got to write it in an attic. Baby, I'm an addict now. An addict for your love...

Sin embargo, pese a todo, no aparté la sonrisa de mi rostro. Estando tan reciente la partida de Suhail, tocar nuestra canción me hizo sentir cerca de ella. De alguna manera cerca.

No pasó mucho tiempo cuando uno de los dependientes de la tienda se acercó a nosotros para pedir que me callara.

—Este no es el lugar para hacer eso, joven —señaló y me detuve.

No obstante, para mi sorpresa, las personas a mí alrededor, incluyendo a Sam y a la mamá del niño, alegaron el permitirme continuar. El dependiente se vio obligado a decir que sí y entre aplausos terminé mi breve concierto en el supermercado.

—¿Imparte clases de guitarra? —me preguntó la señora, más animada.

Las personas a nuestros alrededor también me veían como al héroe que calló al niño.

—¿Yo?

—Sí. Mi hijo está emocionado con ese aparato, pero no tiene quién le enseñe a tocarlo. Lo intenté matricular en una academia aquí cerca, pero no le dan prioridad por ser niño.

Max & Suhail ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora