137. Max

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El reloj digital a mi derecha marcaba la 1:02 a.m. mientras Suhail dormía recostada a mi izquierda, muy cómoda, descansando su cabeza en mi hombro. La rodeaba con mis brazos, en los que desde mi posición podía leer una parte de mi tatuaje ¿Quién es la estrella de Rock?

Pocas horas antes había vivido uno de los momentos cumbres de mi existencia, el saberme humillado, derrotado y cansado... por lo que esa noche tenía mis emociones a flor de piel.

La casa estaba en total silencio; éramos únicamente yo, mis pensamientos y Suhail dormida sobre mi pecho, cerca del lugar en el que descansa mi corazón. La miré dormir y acaricié con las yemas de mis dedos su frente, su nariz y sus pestañas. Dormía tranquila, pese a todo lo que pasó esa tarde, ella sonreía. Confiaba en mí. Dormía tan plácidamente, esperando que pasara lo que pasara yo iba a estar ahí para cuidarla. Y no era así.

Medité y me encontré con el hecho de que era el único con el que ella había hecho esto: besarle, entregarse... dormir. Suhail tenía miedo de dejarse tocar o compartir con alguien, pero ahí estaba, conmigo, confiando... Esperando... Ella haría lo que le pidiera sin dudar, y eso es bueno... Entonces, ¿por qué me sentía mal? ¿Por qué me sentía egoísta?

Esa noche reflexioné, quizá por primera vez de forma nimia, qué significa tener la confianza de Suhail. Qué, siendo más claro, significa tener el amor incondicional de Suhail.

Aquellos eran... sentimientos extraños. Nuevos, sin duda alguna, para un chico de dieciocho. La amaba... La amaba y deseaba tenerla para siempre en vida. Sin embargo, ¿de qué manera iba a tenerla? ¿De qué manera si no podía protegerla? ¿Cómo iba a responder al tipo de confianza que ella depositaba en mí si no era capaz de hacer algo más que envolverla entre mis brazos? Por lo que, esa noche descubrí que la amaba tanto que sabía que no era lo mejor para ella.

Suhail merece a un hombre completo, a un hombre que sea ayuda y no una carga.

...

Eran los primeros días de clases y el bus escolar viró en la esquina hasta estacionarse frente a la casa de los Didier. Al aparcar nos pusimos de pie Suhail, Sam y yo, cansados y sucios tras un largo día de colegio.

¡Apúrate a bajar, gordo! —empujé a Sam y lo forcé a echarse hacia adelante.

Él se tambaleó. —Tengo que esperar a que camine, Suhail...

Molesto, estiré lo más que pude mi cuello para ver a la persona frente a Sam y en efecto, se trataba de Suhail Didier, que iba lenta por tener que recoger cosas que caían de su mochila rota.

—¡Nos estamos volviendo viejos, pecosa! —le grité y al instante un coro de risas estalló en cada asiento.

Suhail me miró con tristeza durante un segundo, se veía avergonzada y más exhausta que el resto de nosotros. Sin soltar ningún reproche escondió su mirada de mí y avanzó el resto del pasillo lo más rápido que pudo, mientras continuaba dejando caer cosas de su mochila rota.

Sospeché que la mochila pudo haber estado rota debido a alguna broma por parte de alguien de nuestro salón, pero no era algo que me preocupara en ese momento. Harto por tener que esperar, seguí a Sam, que iba lento por ir recogiendo las cosas que dejaba tiradas Suhail.

Ah, pinche gordo caballeroso.

¡Ni que fueras un palillo de dientes, gordo! —me burlé de él, por no dejarme avanzar más rápido.

Las risas volvieron. Sam se limitó a sonreír de forma tímida y continuó caminando lento, no podía avanzar más rápido al traer sobre él sus cosas y las de Suhail.

Max & Suhail ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora