106. Suhail

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Llegué a casa a las diez de la noche. No recordaba haber llegado tan tarde antes y menos por una salida casual. Y estaba emocionada, me sentía feliz y optimista. Por fin me daba una oportunidad. Nada lo podía arruinar. Nada... excepto Max. 

Camino a mi habitación encontré a Miranda. Le quería contar todo. Brinqué y la abracé:—¡Adivina! 

Ella me miró sorprendida. —¿Qué?

—¡Hoy me dieron mi primer beso!

Gritó conmigo y ambas saltamos emocionadas. Gritamos tanto que debió escucharse en toda la casa. 

—¡Tu primer beso! —Miranda me abrazó—. ¡Oh, ni siquiera sabía que había un chico!

—Lo acabo de conocer. Estoy tan emocionada, Miranda —suspiré. Aitor era mi esperanza—. Me trajo a casa. Se portó muy lindo conmigo.

Miranda contuvo sus lágrimas. Era consciente de lo difícil que era para mí dar ese primer paso.

—Me da tanto gusto por ti, linda. Pero pórtense bien. No me obligues a ir por la Rana René y por Peggy —Reímos y ella me abrazó con más fuerza—. Haz de forma correcta las cosas. 

—No te preocupes, voy despacio.

—Dios santo, hoy es días de sorpresas —dijo, rompiendo nuestro abrazo.

—¿Por qué?

—¿Puedes creer que Max vino temprano? —Eso en verdad me asombró—. Porque no crean que a mi me engañan con que él pasa el rato contigo.

Oh, no.

—¿Genial? —balbuceé, sin saber qué más decir. No había pensando en Max desde la mañana que lo vi en la cafetería.

—Te dejo descansar —se despidió Miranda—. Tengo que alcanzar a tu padre en la fiesta de cumpleaños de la vecina. 

—No le cuentes sobre Aitor —le pedí—. No todavía.

Ella me guiñó un ojo. —Aitor. Lindo nombre... Ah, y sigue repasando para tu concurso. Que el amor no te distraiga, linda —aconsejó. 

—No te preocupes por eso. 

A mi menos que a nadie le tenían que pedir ir despacio. Con mucho esfuerzo daba un primer o segundo paso. Miranda y yo nos despedimos con otro abrazo. 

Entré a mi habitación a oscuras y palpé mi pared buscando el interruptor de mi lámpara de techo. Aquí está. 

Salté al ver a Max sentado en mi cama.

—¡Me asustaste!  —lo regañé. Él sostenía en sus manos uno de mis retratos. Eso me pareció extraño—. ¿Cómo podías ver con la luz apagada?

Cabe mencionar que no me molestaba encontrar a Max en mi habitación. Con los años aprendí a tenerle confianza. 

—Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, supongo —dijo él, reflexivo.

—Que poético te escuchaste: "Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad" —repetí, entre risas—. Me gusta  —Lo saludé con un beso en la mejilla y me senté junto a él—. ¿Y... qué haces?

También eché un vistazo a mi retrato. La fotografía era de una de las fiestas de cumpleaños de Max. En esa nuestras padres nos obligaron a posar uno junto al otro. Mi cara era de "Aguanta, Suhail, aguanta. Es sólo una foto". Y la de él de "Alguien apártela de mi o va a morir". 

Volví a reír. —Éramos un caso —dije, señalando la foto—. Ese día hice feliz a las Hermanas de la caridad con tanto obsequio. Recuerdo tu cara al ver que no había nada. 

Max & Suhail ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora