69. Max

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Suhail era mi vecina desde hace años. Sabía perfectamente cuando intentaba no llorar.
En su cara tenía la misma expresión que cuando decapité a sus muñecas.
Me puse de pie lentamente...

—Siéntate, Max —ordenó Jessica, mirando con nerviosismo a sus amigas al no poder explicar por qué me callé y puse de pie al ver la mirada triste de Suhail.

Me vi a mi mismo. Sí, ¿qué estoy haciendo? No debería estar de pie.

Me senté otra vez y traté de entretenerme con el envoltorio de una galleta. Los demás, con excepción de Sam, continuaron burlándose de Suhail.
Mis manos temblaban pero traté de no apartar mis ojos de la galleta.

—Es tan patética —dijo Jessica, riendo.

Lo que era extraño porqué, antes de esto, ella no estaba riendo. Lo hizo hasta que... Hasta que la miró Suhail.
¡Lo hacía a propósito!

¿Cuál es su problema con Suhail?, me pregunté. El de ella y el de sus amigas. Suhail no se metía con ellas.
Bueno... también les afectaba lo de las bolsas plásticas y tener que asistir a las actividades que Suhail y su padre organizan, pero... Lo que hicieron ese día en la cafetería iba más allá. Ero era... cruel.

—En la primaria le arrojábamos comida —se burló Edgar—. Una vez me peleé con Max por eso.

Escuchar a Edgar decir eso hizo que Jessica cerrara la boca y me mirara seria.

—¿En serio, Max? —preguntó disimulando muy mal su enfado.

¿De verdad tenía que dar explicaciones de lo que hice cuando tenía ocho años?

—Bueno, yo.... —Busqué una excusa—: Mi mamá me pidió que la defendiera —mentí.

¿Por qué no decía la verdad? Lo hice por... Por...
¿Por qué fue que lo hice?

Y no tenían porqué reírse de Suhail. Insisto en que ella no les estaba haciendo nada.
El asunto entre nosotros dos funcionaba tipo "Me haces, te hago". Jamás nos atacamos sin motivos.

¡Basta!

Puse mala cara y miré a Jessica con desdén. Me sentía quemar por dentro, mis manos sudaban y también sentía la boca seca.
¿Por qué me senté? Debí caminar hacia Suhail y disculparme.

Ella me ayudaba con mis ensayos. Yo no debí...

¡Pero aquí están todos! Me mirarán raro si yo... También se reirán de mi.

Dejé caer la galleta sobre la mesa y me obligué a contener mis ganas de escapar de todo eso.

—¿Qué te pasa? —me preguntó Eric.

Lo miré a él y a Sam. Ambos eran mis mejores amigos. ¿Por qué no podían comprender qué pasa?

—Creo que me hizo mal la comida —mentí.

—Debe ser el queso amarillo —dijo Sam—. Mira, hasta Suhail se lo está quitando al sándwich que compró.

¿Por qué tenía que poner de ejemplo a Suhail?
Sin poderme contener, observé una vez la mesa en la que Suhail y Ling se sentaron. Y sí, Suhail le estaba quitando el queso a su sándwich.

—Es porque no le gusta el queso —dije sin pensar—. Siempre se lo quita. Tampoco se come la orilla de la pizza.

—La tienes bien controlada, ¿no? —me cuestionó Jessica.

¿Controlada?

La miré sin comprender. Ahí fue cuando me di cuenta que pensé en voz alta.
Mis poros se abrieron más...
¡Es mi jodida vecina! Uno sabe eso sobre sus vecinos, ¿no?

Eric aclaró su garganta:

—Es porque cuando éramos niños, Max la molestaba todo el tiempo —dijo—. La llamaba "El enemigo". Y si mal no recuerdo... una vez le hicimos una broma con el queso.

No, nunca le hicimos a Suhail una broma con el queso. Pero comprendí qué intentaba hacer Eric.

Escuchar eso complació a Jessica. Yo miré fijamente la galleta sobre mi mesa. Hace unos minutos estaba fingiendo estar concentrado en abrirla... Pero no la abrí.
¿Por qué no la abrí?
Me distraje.
Me distraje con Suhail.
¿Qué pasa contigo, Max Solatano?

—¿Recuerdas, Max? —continuó Eric. Sam también añadió más anécdotas—. Una vez hasta le arrojamos lodo a la cara. Sus amigas estaban disfrazadas como princesas y...

En mi mente puse "mute" a la voz de Eric y, según yo, disimuladamente, miré una vez más hacia la mesa donde estaba sentada Suhail.
Me sentía pesado... Sí, eso es. Pesado. Como si mis músculos de puberto idiota dolieran. Sentía la boca seca, las manos sudorosas y, como si en mi interior, para ser más precisos en mi estómago, tuviera una pequeña alimaña aruñándome todo.
Y el mundo, de por si confuso, empezó a ir en cámara lenta cuando vi a Suhail reír al mostrarle a Ling la manzana que tenía en su mano, la que después acomodó en medio dos galletas. Y debajo de estas tres, colocó una banana.
Yo sabía por qué lo hacía. Desde niña le gustaba formar figuras con la comida.
La primera vez que la vi hacerlo teníamos ocho años. Ella regresaba del supermercado con su papá. Al bajar del coche, una bolsa de papel se rompió en sus manos y, sin remedio, cayeron a sus pies las verduras que la bolsa tenía dentro. Yo estaba entretenido con mi bicleta, pero eso captó mi atención y me reí. Suhail me sacó la lengua e inmediatamente intentó recoger cada verdura, para después dejarlas caer otra vez y aprovechar para mostrarle a su papá que podía hacer con estas una familia de verduras.
Utilizó patatas como cabezas, pepinos como torso, espárragos como piernas y brazos, y lo acomodó todo. Recuerdo que pensé que sería mejor utilizar las coles como cabezas, porque de esa manera las personitas serían todas verdes. Y lo comprobé esa noche en mi cocina, cuando yo mismo lo intenté. Además utilicé espicana para formarles a cada personita su propia cabellera.

Sé que suena estúpido. ¿Quién gasta tiempo de su vida pensando en eso cuando ya tiene catorce años? Es sólo que me pareció curioso que Suhail aún tuviera aquel pasatiempo.

"Mira, papá, los espárragos son sus manos", recordé que le dijo a Bill.

—¿Max?

La pregunta de Sam me trajo de vuelta a la actualidad.

—¿Estás bien, Max?

Ahora era la voz de Jessica.

No. No estaba bien. Dejé de ver a Suhail y miré a la gente de mi mesa. Estaban mirándome y, sin entender yo por qué, esperaban respuestas.
Sentí ganas de vomitar.

Me puse de pie y dije:

—Tengo que salir de aquí.

Y llamé más la atención al tropezar con alguien.
Ahora tenía más ojos encima. Mierda. ¿Por qué la gente te pone más atención cuando te sientes transparente? Porque así me sentía yo, como si todos supieran qué estaba pensando.

Entre los ojos que me miraban, vi los de Suhail. Inevitablemente me detuve a mirarlos. A ella pareció sorprenderle eso. Entre todos, la buscaba a ella. A ella.

Las ganas de vomitar volvieron.

Salí de la cafetería dando largas zancadas y después corrí por los pasillos. Pero ahí no acabó todo. En mi camino me topé con Bill Didier. ¡¿Por qué?!

—¿Estás bien, Max? —me preguntó al ver mi cara.

No. No estaba bien. Esquivé olímpicamente a Bill y corrí hacia la planta más cercana y vomité.

—¿Max?

—Necesito ir a casa —dije.


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¡Wattpad me está haciendo bullying con los guiones! :( Lamento si les salen guiones cortos en lugar de largos.

En fin... Esto está tomando un camino interesante.

De paso los invito a también seguir La mala reputación de Andrea Evich :) Otra historia que les gustará.

Gracias por leer, votar y comentar.

Max & Suhail ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora