123. Max

62.9K 8.4K 4K
                                    


Maratón Max & Suhail. 2/5  

¿El gordo qué?

Eso fue lo primero que pensé, entretanto sentía mi mundo derrumbarse. Derrumbarse aún más.

Perdí a papá.

Perdí mi oportunidad de ser una estrella... quizá.

¿También estaba perdiendo a Sam? Mi Sam. Mi ballena bebé. 

Observé a Suhail manteniendo mis ojos entrecerrados y mi boca ligeramente abierta. ¡¿El gordo qué?! , repetí en mi mente, asimilando. ¿El gordo, mi gordo, al que creí un traidor, en realidad nunca me dio la espalda?

Mis pensamientos se tornaron confusos. ¿Sam en coma? Imposible. Mi gordo era a todo terreno. 

Me sentí mareado.  —Llévame al hospital —le pedí a Suhail, movimiento por primera vez mi silla de ruedas yo mismo. 

Suhail, por otro lado, no dejaba de disculparse por darme la noticia tan abruptamente, pero ignoré eso junto con la necesidad de matar a todos por no decirme nada. Lo único que quería era ver a Sam. 

...

Bill ayudó a Suhail a acomodarme sobre el asiento de copiloto de la camioneta de Miranda e iniciamos el camino hacia el hospital.

Sam.

Había oscuridad en la calle, en el cielo... dentro de mí. Era poco más de las siete de la noche y mi cuerpo se sentía pesado, y no por sueño. Me sentía, insisto, muy mareado... asqueado de mi mismo. Mi estómago quemaba.  Sam. No. No. No. Sam. Hubiera prefiero saber que estaba enojado conmigo. 

Suhail me miraba de reojo. —¿Estás bien? —preguntó, conduciendo prudente, pese a que yo le pedía ir más rápido.

Yo no había dicho nada desde que salimos. Durante el trayecto al hospital, de menos a más, sentí la culpa venir a mí, golpeándome. Sam estaba en esa condición por mi culpa. Por mi culpa.

¿Qué estaba mal conmigo que lastimaba a tanta gente? 

Desanimado y sintiéndome culpable de todo lo malo que sucede en el universo, empecé a escuchar un zumbido extraño. 

—Max... —escuché a Suhail llamándome y, preocupada, viró hacia un lado de la calle y estacionó la camioneta. No obstante, mi mente se encontraba lejos de ella y todo... pensando en Sam. 

Me veía a mi mismo de niño picando con un lápiz a cualquier niño que la señorita Lucy sentara junto a mí en mi banco. A Luca, a Tomás, a Edgar... A quien sea. Por lo mismo, la señorita Lucy, que era la encargada del jardín de niños, se sentía cansada de buscar un compañero permanente para mí. A todos, tarde o temprano, los hacía llorar.

Hasta que se arriesgó con Sam.

 —Si lloras —amenacé al niño obeso, un segundo después de sentarse junto a mí— a la próxima que picaré con mi lápiz será a tu mamá — Lo escuché tragar saliva— y a tu papá Más saliva, y a tu hermana... y a cualquiera que ames.

Yo era toda amenaza con mi lápiz y mi sacapuntas preparado para sacar más filo a su punta.

El niño, con al menos diez kilos de más, asintió y soportó que lo torturara con mi lápiz. Mi gordo siempre ha tenido mucho aguante. 

¿Y cómo te llamas, empollón?  —le pregunté, al finalizar el día. 

Sam —musitó él, conteniendo sus lágrimas, pues le dije que de echarse a llorar le diría "Nena en faldita".

Max & Suhail ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora