Pensando qué hacer, miré en redondo mi habitación hasta que mis ojos se posaron en algo interesante. En algo que había pasado por alto hasta ahora. Esto servirá.

Esperé a que tanto Miranda como papá se alejaran de la habitación de Max para entrar. La puerta estaba abierta. No puedo imaginar lo difícil que era para él ni siquiera poder levantarse a cerrar una puerta. 

—Vete —escuché decir a Max al darse cuenta que entré a su territorio. 

Ni siquiera quería mirarme. En parte estaba segura de que me echaba la culpa por lo mal que le había ido durante la terapia.Por lo mismo me cuestioné si quizá lo estaba presionando demasiado. A lo mejor él tenía razón y debimos darle tiempo. 
Sin hacer caso a su aparente indiferencia, hice mi camino hasta su cama y coloqué sobre su estómago el objeto que llevaba en mis manos. Una vasija enmendada.

Max la miró confuso. —¿Qué es eso?

Kintsugi —dije, esperando darme a entender lo suficiente.

Max seguía sin comprender, miraba la vasija con desconcierto. —Suhail, ¿qué mierda...

—Así se llama: Kintsugi —repetí, señalando la vasija—. El arte de hacer bello y fuerte lo frágil.

Agarró con fuerza el puente de su nariz. Intentaba tenerme paciencia.

La vasija que coloqué sobre su pecho se había roto en al menos doce pedazos. Sin embargo, alguien la había vuelto a unir colocando oro en sus grietas. El Kintsugi llamó tanto mi atención que rompí mi propia vasija y participé en un taller artesanal en el que me enseñaron cómo repararla. 

—Al buscar palabras que valiera la pena aprender encontré esa —expliqué, recordando a Max mi amor por las palabras—.  Kintsugi . Cuando los japoneses reparan objetos rotos lo enaltecen rellenando las grietas con oro —Le mostré a Max las hendiduras alrededor de la vasija que destacaban con precisión en cuántos pedazos se había roto esta—, pues creen que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso.

Max me miró como si se preguntara si perdí la cabeza. Suspiré y continué explicando:

—Los objetos no sólo quedan reparados sino que son más fuertes, ya que el objetivo principal es que en lugar de tratar de ocultar los defectos y sus grietas —le señalé con más ímpetu la vasija—, estos se acentúan y celebran, pues se convierten en la parte más fuerte de la pieza restaurada. Los objetos como esta vasija son más valoradas que los que nunca se han roto, aceptando que son más bellos por haber estado rotos, pues en lugar de considerar que pierden valor, al repararlos se crea una sensación nueva vitalidad.

Max negó con la cabeza. —Suhail...

Pude ver en su rostro que se estaba esforzando en evitar ser cruel conmigo.

—Se trata de resiliencia, Max —insistí—. Resiliencia.

—¿Esa es otra palabra que aprendiste? —preguntó, cansado. Me pregunté si nunca vería con interés las cosas que a mí me causaban fascinación. 

—Sí... y también es una de mis favoritas.

Max se veía pálido y cansado. Muy cansado. Su voz se escuchaba ronca y mucho más amenazante de lo acostumbrado. No me odies por querer ayudarte. Más tarde le pediría a Miranda platicarme qué pasó durante la terapia.

—¿Por qué haces esto? —me preguntó, retirando la vasija de su pecho para volver a entregármela. Me preparé mentalmente para recibir más disparos de crueldad—. Te he tratado mal toda la vida, Suhail —empezó—. De niños te hice cuanta maldad se me ocurrió y en secundaria dudaba si defenderte o no del acoso. Era un imbécil. Sigo siendo un imbécil. ¿Por qué haces esto? —Me miró esperando una explicación coherente—. ¿Por qué? Y también dime qué tengo que hacer para que te alejes.

Max & Suhail ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora