—¡DILO, MALDITA SEA! ¡DILO!

Sentí un nudo en la garganta. No empezábamos de buena manera si esa era la actitud de Max. 

Miranda cubrió su rostro con sus manos y papá la sacó de la habitación. Los médicos le siguieron. Suspiré. Ahora yo estaba a solas con Max .

—¡¿Eres sorda?! —me gritó, intentado coger otra de sus almohadas para tirármela—. ¡Te pedí que te largaras!

—No me iré —contesté, armándome de paciencia y valor, y atrapé sin problema la almohada que él me arrojó a la cara.  

Pude ver venas de su cara y cuello saltar debido a la cólera que tenía dentro.

—Entonces dilo tú, Suhail —me dijo, amenazante—. Dí que es mi culpa lo que estoy viviendo.

—Fue un accidente, Max.

—¡Un accidente que yo ocasioné! 

Negándome a ayudarle a sentirse peor consigo mismo  y, pese a que quiso lastimarme con tal alejarme, acomodé cerca de él las flores y fruta que compré, y lo abracé. 

—Suéltame —sollozó, temblando—. ¡Suéltame! 

Acomodé mi barbilla sobre su cabeza y lo abracé más fuerte. —Lo lamento —dije, besando con amor su frente.

—¡No me tengas lástima! ¡No... no hagas eso! —exigió, rompiéndose. 

Temblaba en mis manos. Pude sentir su dolor, su enojo... su miedo. No obstante, poco a poco se calmó, o al menos lo intentó, y lo ayudé a acomodarse de mejor forma en la cama.

—Eres necia.

Hice una mueca. —Me ganas, Max. 

Él negó con la cabeza. —Yo... Mi pierna... Mamá...

Lo único que hacía era balbucear. Pasa que a veces se siente tanto dolor que no puedes encontrar palabras para explicarlo. 

—Todo estará bien, Max —intenté prometer—. Todo estará bien. 

Iba a encontrar la manera de ayudarle. Me prometí que lo haría. 

Además de la fruta y las flores, llevé conmigo la información que recaudé en la biblioteca sobre cómo apoyar a alguien que no camina. Hice mi tarea a manera de ayudarlo a él y a mi misma. Contacté a un terapeuta y a una empresa a la que podíamos solicitar una silla de ruedas especial. 

Primero lo obligué a comer, después lo convencí de que aceptara inyectarse para calmar un poco el dolor y, aunque no fue fácil y es más necio que yo, aceptó.

Al salir en búsqueda de alguna enfermara para que lo inyectara, me topé con Miranda y papá:

—¿Está mejor? —me preguntó, todavía dolida por la crueldad con la que Max la echó. 

—Sólo tiene que asimilarlo —suspiré, esperando que así fuera—. ¿Sabe lo de Sam?

—No —negó Miranda, buscando con su mirada a la familia de Sam—. Sam no da señales de querer despertar y el doctor no quiere que Max reciba impresiones fuertes. Yo le dije que la situación de Sam es estable y que saldrá pronto del hospital.

—Ojalá.

Me preocupaba que Sam no despertara. 

—Sí. Por el preguntó primero Max.

No sabía eso. Será mejor que no sepa que Sam no responde porque eso lo destrozaría. 

La inyección no durmió de inmediato a Max, pero tampoco quería hablar. Por lo que me senté a su lado en silencio, preguntándome en qué más podía ayudarle. Le pregunté si le podía leer la información que encontré y me dijo que no, que quería estar en silencio y, de ser posible, dormir y no despertar jamás. Me deprimía escucharlo hablar así, pero traté de comprender que, como bien le dije a Miranda, él apenas intentaba asimilar su situación. 

Max & Suhail ©Where stories live. Discover now