Capítulo 72

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Sigo sacando las cosas que he comprado y guardándolas en la nevera una por una. Hayes hace tiempo que no compra comida decente, solamente tiene comida chatarra y comida de precalentar en el microondas. Sin hablar, de que sólamente hay latas de cervezas y dulces. La única comida decente lleva caducada de más de dos meses.

Se escucha un estruendo, la puerta principal se ha cerrado con gran fuerza.

Parece que a Hayes las cosas no le han salido bien hoy. Aparece en la cocina, sacando un cigarro del interior de su chaqueta la cuál se la quita y la tira en el sofá de mala gana.

—¿Qué tal?
–pregunto.

No recibo ninguna respuesta por su parte, aunque se que debe estar mal.

Veo como camina hacia la terraza con paso firme. Los músculos de su espalda se contraen cuando mueve sus brazos para abrir el ventanal de la terraza y desaparece por ella.

Suelto un suspiro.
Está cabreado y creo que es mejor dejarlo solo un pequeño rato para que piense y reflexione él solo.
Si no, esto va a acabar en una discusión otra vez.

Si algo he aprendido de Hayes este año y medio que llevamos juntos es que cuando está cabreado es mejor dejarlo estar y que piense. Y también que cambia de humor muy rápido, nunca sabes por dónde pillarlo. Aunque bueno, eso ya se sabía desde hace tiempo.

Pasan más de veinte minutos y todavía no ha salido Hayes, ni si quiera me ha dicho nada, parece que las cosas realmente le han ido mal.

Dejo el móvil sobre la mesa de mármol y camino hacia la terraza, cuando veo la espalda de Hayes.
Está apoyado en el borde de la barandilla de ladrillo con los codos clavados en éste y con el que de seguro será el segundo cigarro que lleva.
Llego hacia él y me coloco a un lado suyo.
No digo nada, pero ha notado mi presencia ya que me ha mirado de reojo.
Expulsa el humo que guarda en su boca y aparto con la mano el humo que llega a mi rostro.

Decido si preguntarle o no cómo le ha ido, pero me cuesta varios minutos en decidirlo. No sé como va a reaccionar, y la verdad, no tengo ningunas ganas de discutir con él.

Pero finalmente las palabras escapan de mi boca;
—¿Qué ha pasado?

Cómo me temía no dice nada. Se encoje de hombros y da otra calada al medio cigarro ya consumido.

—No deberías fumar tanto, es malo.
–digo observando el cigarrillo entre sus labios.

Se vuelve a encojer de hombros.

—No me importa. Llevo desde los quince años consumiendo esta mierda, no me va a importar ahora.

Por primera vez durante la tarde ha hecho algo más que sólamente encojerse de hombros.

Niego con la cabeza.

Odia que le diga que yo odio que fume, pero es así, se está jodiendo la vida fumando. No me gusta verle así.

—Es malo para tu salud, ¿vas a estar hasta los ochenta así, fumando?

No debería meterme en su vida, tampoco decirle que debe o no debe hacer. Pero últimamente está fumando demasiado y odio que lo haga, es malo para su salud y en el futuro le va a perjudicar bastante.

—Me importa una mierda. Así me muero antes, a nadie le importaría si pasara.

Vuelvo a negar con la cabeza varias veces seguidas.
Pero, ¿qué le pasa ahora?

—¡A mi me importaría! ¿A qué cuento viene esto, Hayes? Deja de decir ese tipo de tonterías.

Gira su cabeza inclinándola en mi dirección. Mirándome a los ojos fíjamente, el grisáceo de sus ojos está oscuro.
Lo que eso puede significar: que está dolido, triste o muy enfadado.

Destruyeme Donde viven las historias. Descúbrelo ahora