Capítulo 50

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Al final, después de elegir un vestido correcto para la ocasión he optado por uno negro pegado al cuerpo y algo corto. Es de tirantes y no deja ver el escote, pero en cambio, tiene la espalda completamente descubierta junto a unos tacones del mismo color bastante altos.
El maquillaje es algo sencillo, un delineado y los labios rojos. En el pelo no me he hecho nada interesante, simplemente me lo he alisado completamente como suelo hacer siempre.

Escucho el timbre sonar, ya está aquí.

Resoplo, tomo una bocanada de aire y tomo las llaves de casa y un pequeño bolso para guardarlas junto el móvil. Intento mantener el equilibro en estos enormes tacones y caminar tranquila con ellos hasta la puerta principal. Los nervios parece que no van a colaborar demasiado.

Bien, tranquila Leah...

—¿Estás preparad...?

Hayes se calla cuando su vista se clava en mi.
Está mirándome de arriba a bajo sin cortarse un solo pelo. Sonrío en signo de nerviosismo, su mirada cruza con la mía y siento miles de mariposas atacar contra mi estómago otra vez.

Va vestido con unos vaqueros negros, una chaqueta de cuero del mismo color, unas botas militares negras y una camiseta blanca. Junto a una pequeña y fina cadena dorada que decora su cuello.
La chaqueta la tiene remangada hasta los codos, dejando ver gran parte de sus brazos tatuados.
Está bastante guapo, siempre lo está.

 Está bastante guapo, siempre lo está

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—Sí.
–cierro la puerta con llave una vez que salgo de la casa.

Empiezo a caminar hacia el ascensor intentando mover lo mejor que puedo las caderas e intentando no tropezarme. Llego al ascensor, estiro mi brazo hacia el botón y lo aprieto. Escucho las pisadas de Hayes detrás de mi y después se coloca a un lado mío.

—¿Quieres que volvamos ahí adentro? No está bien que juegues conmigo, nena.
–murmura.

Siento el brazo de Hayes rodearme la cintura y pegarme contra la pared de un lado del ascensor. Su mirada está concentrada en mis ojos y su respiración está mezclándose contra la mia, suspiro.

—No, tenemos una cena pendiente.
–murmuro mirando sus labios.

—Podemos aplazarla –sonríe con malicia– Vamos, antes de que me arrepienta.

Lo bueno de Hayes es que cuando vamos por la calle juntos, no separa su mano de la mía. Es más, me atrae mas contra su cuerpo y de vez en cuando deja algún beso por mi mejilla o labios. De manera tierna y romántica.

[...]

Hayes me sonríe y alza ambas cejas.
Ha pedido sushi, le gusta bastante.

Pero a mi no me gusta demasiado.

—¿Quieres probar un poco? Venga, está bueno.

Niego con la cabeza.
Hayes ríe.

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