Capítulo 54

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Durante el trayecto hacia casa Hayes no dice nada, se mantiene callado con el ceño fruncido y la mandíbula tensa. Se que está bastante enfadado.

—¿Puedes bajar el volumen de la música? Me duele la cabeza.
–murmuro.

No contesta. No hace nada, deja la música igual como estaba y se mantiene igual que antes.

Sus nudillos se ponen blancos cuando aprieta el volante con fuerza y temo porque se le vaya y tengamos un accidente.

—Hayes, ¿me has escuchado?
–murmuro de nuevo, en voz suave.

Alargo mi mano hacia la radio y bajo el volumen. Hayes no dice nada, ni se inmuta.

Sigue callado, con el ceño fruncido y la mirada puesta en la carretera fijamente. Suelto un suspiro y miro hacia en frente, hacia las calles y me mantengo en silencio. Lo que menos quiero es discutir.

[...]

Hayes sale del coche cabreado sin esperarme ni decirme nada. Agarro su brazo deteniéndolo y su cuerpo se detiene bruscamente.

—Hayes, ¡Ya está bien! Yo no te he hecho nada para que te comportes así conmigo, basta.

Elevo mi tono de voz, casi pareciendo que estoy gritando. Estoy cabreada y no puedo hablar tranquila y serena, cuando no lo estoy ni de lejos.

El cuerpo de Hayes se gira hacia atrás, hacia mi.

—No vengas a joderme tú ahora también. Necesito relajarme.

Rebusca entre sus bolsillos y saca una cajetilla de tabaco. Saca un cigarrillo y lo posiciona entre sus labios a punto de prenderlo. Niego con la cabeza y tomo el cigarro antes de que llegue a prenderlo.

—Esa no es la solución para tranquilizarse,
–murmuro con voz calmada– ¿por qué no me has dirigido la palabra durante todo el camino?

Hayes bufa.
Toma el cigarro que sostengo en mi mano y vuelve a ponerselo entre los labios, ahora sí, prendiendolo y dandole una calada. Se da la vuelta y comienza a caminar dejándome atrás.

—No pienso hablar aquí.
–dice a lo lejos.



Cuando llegamos a casa, camino hacia el sofá sentándome en éste.
Hayes está de pie fumando el cigarrillo al que le falta poco para consumirse por completo.

—¿Qué te pasa conmigo?

La mirada grisácea de Hayes deja de mirar hacia el punto imaginario que estaba mirando, y dirige su mirada hacia mi; —Nada.

—¿No piensas decírmelo, verdad? Vale, de acuerdo. No hace falta que me digas nada.

Me levanto del sofá dando un golpe al reposabrazos y camino hacia la habitación o baño dispuesta a encerrarme hasta que él se vaya.

Pero siento su mano enrollarse en mi antebrazo y tirar de mi, consiguiendo que me gire hacia él.
Tiene una gran manía con hacer eso.

—¿Qué quieres?
–digo forcejeando el agarre.

—No lo sé.. ¿vale? Estoy cabreado de cojones y la estoy pagando contigo... Lo siento.

Su mano sigue agarrando mi muñeca.
Sus preciosos ojos grisáceos están clavados en los míos y su mandíbula está tensa, demasiado.

Suelto un suspiro.

—¿Por qué? No tienes por qué hacer caso a las tonterías que ha dicho mi hermano. Está enfadado porque su hermana tenga novio y da igual que seas tú o otro chico.

Destruyeme Donde viven las historias. Descúbrelo ahora