Capítulo 8

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Entramos al restaurante y uno de los camareros nos lleva a nuestro lugar reservado.
Dylan, todo caballeroso, me aparta la silla para que me siente y después se dirige hacia su lugar en frente mio.

Suelto un suspiro e intento que no se note que estoy nerviosa. Pero es imposible, lo estoy. Me tiemblan las piernas y mi corazón golpea mi pecho con fuerza casi queriendo salir de el.

No es algo fácil ir a cenar con el que ha sido tu amor platónico desde hace años y que ahora, después de tanto tiempo, estar cenando con él en una cita.

Dylan me mira y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa y agarro la carta para ver qué voy a pedir, y así tener una excusa para tapar mi cara de vergüenza.
Una mano agacha la carta que sostengo delante de mi rostro y me encuentro con los ojos caramelo de Dylan. Una sonrisa se encuentra en sus labios.

—No tienes por qué ponerte la carta así. Me gusta ver tus ojos.
–sonríe.

Siento las mejillas arder y ponerse como tomates. Trago saliva e intento mantenerme tranquila.

—Gracias.
–susurro.

Dylan me devuelve la sonrisa y dirige sus ojos hacia la carta que sostiene en sus manos.
Mirando cada uno de los platos para pedir uno, avergonzada hago yo lo mismo, cuando noto que sus ojos van subiendo para encontrarse con los mios nuevamente.

Esto es diferente a estar con el idiota de Hayes.
Hayes me frustra, me enfada, me hace que me den ganar de abofetearle.

Es diferente, muy diferente a como es Dylan.

—¿Ya sabes lo que vas a pedir?
–pregunta mirándome.

Asiento con la cabeza.

No puedo hablar por mucho que quiera hacerlo, las palabras se me enredan y no consigo tan si quiera decir un simple y fácil: Sí.

Después de pedir nuestra cena y que el camarero venga con ésta, cenamos tranquilamente.

Bueno, él.

Yo estoy nerviosa hasta comiendo y puedo asegurar, que parezco una patosa. Pensará que parezco una niña de cinco años comiendo, que digo, una niña de cinco años sabe comer mejor que yo en este momento.
Venir a un restaurante italiano y haber pedido espaguetis ha sido un error en toda regla. Aunque sea mi comida favorita, en este mismo instante los detesto.

Dylan ríe y toma su servilleta para acercar su mano hacia a mi y limpiar mi boca y parte de mejilla manchada por tomate.

Que vergüenza...

Sonrío en una sonrisa de labios apretados y él me devuelve la sonrisa.

—Y... ¿tienes novio?
–pregunta de sopetón.

Doy un sorbo al vaso de agua y niego con la cabeza; —No, ¿Por qué?

—Por curiosidad. El otro día ví que fuiste tras un chico.. Harlem creo que se llama. ¿No es tu novio?

Siento como el agua pasa por otro lado, provocando que comience a toser. Dylan se levanta de la silla y lleva una mano a mi espalda dando unas palmadas para que se me pase, preocupado.

¿Qué? ¿Cómo va a creer que yo saldría con alguien como Hayes, y, que Hayes tendría pareja?

¡Es imposible en cualquier aspecto!

—Se llama Hayes. Y no, no es mi novio. Solo es un idiota.
–digo encogiendome de hombros.

No debí haber dado otro sorbo al agua.
Mala jugada y nunca mejor dicho.

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