Capítulo 58

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Ruedo los ojos y niego con la cabeza varias veces seguidas. Quiero controlarme e intentar hablar calmada, pero no puedo.

—¡Claro que no! Sólamente somos amigos y si fuera así, Adi no es de esa manera. Además, se que está empezando a tener algo serio con una chica. Lo que tienes que hacer, es dejar de ser un maldito celoso y confíar en mi por un solo momento. Yo confío en ti, pero por lo visto, al revés no lo es. ¿Sabes? Me duele decirlo, pero como sigas así.. no creo que esta relación dure mucho y todo lo que estamos construyendo lo vas a derrumbar por estúpidos celos. Y no tengo nada más que decir.

Son duras palabras y me duele decirlas, sobre todo las últimas, pero tenía que hacerlo.
Tenía que decírselo porque es la realidad, ojalá nunca pase.. pero llegará ese día en el que me canse de que sea tan desconfiado y se piense que voy hacerle daño y me voy a ir con otro. Yo también lo soy, pero confío en él y se que puedo hacerlo.

Hayes baja su mirada hacia un punto fijo en el suelo, pestañea un par de veces y cuando se consume el cigarrillo se dirige hacia la cocina, donde hay un cenicero en la isleta. Le miro por cinco segundos antes de salir por la puerta, la cual ya la he abierto y tengo un pie fuera. Y la cierro fuertemente detrás de mí.

Sé que quizás con lo último que he dicho le he podido hacer daño, pero tenía que decirlo, tenía que soltarlo de una vez por todas

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Sé que quizás con lo último que he dicho le he podido hacer daño, pero tenía que decirlo, tenía que soltarlo de una vez por todas. No me siento bien por haberlo hecho, pero todo ya está hecho y de cierta manera, no estoy arrepentida. Aunque si dolida de que no confíe en mi.

Escucho la puerta de la casa de Hayes abrirse y también sus pasos detrás de mi. Está trotando y cuando llega hacia mi antes de que entre al ascensor, mi brazo es estirado y mi cuerpo gira hacia él. Solamente siento sus labios estamparse contra los míos duramente y ver su rostro en frente de mi.

Me besa con dureza, sin el más mínimo romanticismo ni ternura. Y de cierta manera, no me disgusta. Sus manos se cierran en mi cintura y a los pocos segundos viajan hacia mi muslos, tomándome en sus caderas. Siento cómo vuelve a andar hacia el interior de la casa y como caigo otra vez en sus redes.

Cierra la puerta una vez dentro con el pie y me apoya en ella, dejando mis labios y llevando sus besos a mi cuello.

—No quiero perderte.
–murmura.

Conforme esas palabras salen de su boca, un nudo se forma en mi garganta y una fiesta de mariposas empieza a desarrollarse en mi estómago. Mi corazón late con fuerza contra mi pecho y siento que él puede escucharlo de lo fuerte que va.

Una de sus manos sujeta mi cara, ahora me está mirando fijamente a los ojos y siento derretirme.
Aunque no pueda mirarle tan fíjamente como él lo hace tan descaradamente, lo hago.

Me pierdo en esos ojos grisáceos tan preciosos y llenos de dolor, pero que ahora tiene un cierto brillo especial. No está sonriendo, pero sus pupilas dilatadas y su rostro de sinceridad me demuestra que lo ha dicho desde el fondo de su corazón y que de verdad lo siente.

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