Capítulo LXX

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Cuando desperté, Caden aun me tenía entre sus brazos; la chimenea ya se había apagado, pero aun podía oír el crujir de algunos leños que seguían ahí, toda la cabaña estaba cálida a pesar de que por una de las ventanas podía ver que los árboles estaban cubiertos de nieve.

Miré a Caden, quien seguía durmiendo, su rostro se veía en paz y hermoso como siempre, me acerqué más a él y volví a cerrar mis ojos.

- Buenos días. – Dijo después de unos minutos.

- Buenos días. – Sonreí.

- ¿Dormiste bien? –

- Mejor que nunca. – Respondí.

- Creo que es hora de irnos. –

- No. – Protesté cubriendo mi cabeza con la manta. – Quiero quedarme aquí por siempre. –

- Yo también, pero debemos irnos Elise. – Dijo el quitando la manta de mi cabeza y dándome un beso en la frente.

- De acuerdo. – Dije finalmente, poco convencida, pero consciente de que debíamos irnos.

Al salir de la cama pude sentir él frío de ambiente, así que me apresuré a vestirme, Caden me ayudó a atar nuevamente las cintas de mi vestido para después rodear mi cuerpo con mi capa. Cuando estuvimos listos salimos de la cabaña y montados en el caballo nos dirigimos hasta la parte trasera del castillo.

- Por favor Elise, dime que vendrás esta noche. –

- Lo haré, no pienso desperdiciar nuestro tiempo juntos. –

- Sólo nos queda está noche y la noche de mañana, después de eso... -

- No lo digas, solo espérame esta noche. –

Me besó una última vez antes de que ambos tomáramos nuestro camino.

Llegué a mi habitación y mis tres doncellas estaban ahí como siempre, al verme entrar suspiraron con alivio.

- Que bueno que ha llegado, en poco tiempo la esperan para el desayuno. –

- Muy bien, me apresuraré. –

No dijeron nada más, solo lanzaban miradas cómplices, al verme sonreír, me ayudaron a vestir y a arreglar mi peina; antes de que saliera Neridia se atrevió a preguntar.

- Desde que llegó ha estado muy feliz, alteza ¿cómo le fue? –

- Muy bien, no puedo no estar feliz si pasé todo el día a lado del hombre a quien amo. – Dije tratando de parecer neutral, pero estaba segura que el rubor en mis mejillas me delataba, aún así agradecí que no hicieran más preguntas.

Bajé hasta el comedor, preparándome para un día más en el que todos me recordarían mi miserable destino, soportando a mi padre y Daimmen, que en conjunto resultaban desesperantes. Al llegar todos ya estaban sentados, mi madre como siempre a lado de mi padre y Daimmen al otro extremo de la mesa, junto a él estaba una silla esperándome, me dirigí hasta la silla y tomé asiento con ayuda de un sirviente.

- Gracias. – Le dije. – Buen día. – Continué saludándolos a todos.

- Buen día hija. – Dijo mi madre siendo la única que correspondió mi saludo.

- Las invitaciones fueron enviadas, no llegarán los invitados que habíamos planeado de inicio, pero ahora eso es lo de menos; mi otra preocupación es que con las invitaciones ya enviadas el rey Frans tarde o temprano se enterará de nuestros planes, es muy probable que mande a sus tropas a sabotear la unión, por ello he reforzado la guardia, ya se han dado órdenes a los guardias, vigilarán la iglesia, ya que, después de que la unión esté hecha el rey Frans no podrá hacer nada al respecto, no puede desafiarnos a nosotros, a Francia ni al vaticano. – Decía mi padre pues su única preocupación era asegurar la unión y salvarse a sí mismo.

Perdida en mi destino.Where stories live. Discover now